sábado, 14 de enero de 2012

Adrián

Esta entrada está especialmente dedicada a mi hijo Adrián, versa sobre su vida actual, sus ilusiones, su comportamiento y todo lo que aporta a mi triste vida presente.
            El infortunio más atroz ha hecho que hoy sea mi único consuelo-desconsuelo. Consuelo porque en él veo a ella, porque su serenidad me da paz, porque sus ilusiones me permiten seguir viviendo, sintiendo, porque su atención y delicadeza conmigo me producen momentos de dicha, porque su vida me permite tener un objetivo en la mía: su felicidad.
            El desconsuelo me lo produce porque me duele muchísimo, que con su corta edad, se haya visto privado de una madre tan especial, tan comprensiva, tan maravillosa, tan alegre, tan dichosa, tan ilusionante, tan amiga y madre. Que no le pueda contar, acurrucados en el sofá, calladamente, sus fantasías, sus utopías, sus logros, sus preocupaciones, sus deseos y escuchar su risa fresca, limpia, carcajeándose de sus desastres, de sus ingenuidades, de su sinceridad, de sus tropezones. Pero siempre animándole, diciéndole no pares, sigue, avanza, conquista una parte más, no tengas miedo, persiste, camina, conquista, triunfa.


            Adrián has sido y eres nuestra dicha, tu cariño, tu afecto, delicadeza, que desarrollas especialmente con las personas mayores, tu lealtad, también primordialmente con los amigos, tu generosidad, tu bondad, tus ganas de reir, tus ansias de saber, tu obediencia. Todo hace que mi vida tenga sentido, que me sienta orgulloso de ti, que me considere afortunado de ver como te tratan, te aprecian, te valoran los amigos y cuantos te rodean. De ver como sin dejar de ser niño te vas haciendo mayor, de comprobar que mantienes la transparencia, la limpieza, la gratitud, la inocencia de los angelotes, de los pequeños, de las personas buenas.
            Aunque a veces me duelan tus decepciones, tus silencios, tus inseguridades, tu dejadez, tu lejanía. Tu sola aparición, un rato de charla, una conversación, un pequeño encuentro me devuelve la alegría, la dicha. Tu ayuda, tu presencia, tu amistad, tu filiación me conmueve y me hace renacer en la dicha, en la estima, en la tranquilidad.

            La pena de haber perdido a una compañera-madre tan extraordinaria a veces nos inunda, pero su recuerdo, su ausencia-presente nos anima a vivir más cerca, a seguir adelante, a no languidecer, a comprendernos más, a querernos más, a florecer en el mañana, con nuestras quimeras, nuestros deseos, inquietudes, nuestro cariño. Además contamos con la alianza fundamental de Mª José, me hace esencialmente feliz cuando veo como construís vuestra vida de amor, cuando compruebo como avanzáis en vuestro cariño, en vuestros anhelos, en vuestro aprecio. Gracias a los dos por abrirme un mundo de esperanza.

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