En la España rural profunda, esa
en que las localidades, los pueblos se mantienen con muy pocos habitantes,
cuando sus vecinos son en su mayoría pensionistas y los que no, se han apuntado
a las subvenciones, cuando solo unos cuantos jóvenes y menos jóvenes luchan por
encontrar nuevos caminos, expuestos como todos al error, a la equivocación,
pero conscientes de que hay que probar, luchar.
Digo en esos pueblos nos
encontramos siempre con los situados, los que vienen en busca de la
tranquilidad, de lo que no se mueve, de lo inalterable, de encontrar lo mismo que nos dejamos en un tiempo ya pasado. Los que gozan de buenas
pensiones, de edad o enfermedad, los que ya no les importa que el pueblo crezca
o permanezca anquilosado, en la vejez, con el único propósito de continuar
siendo los reyes, donde la buena vida les pille de lleno, sin la incertidumbre del futuro.
Sin importarles el devenir de las
gentes del pueblo, a ellos, jubilados, pensionistas, subvencionados, qué les
importa los demás. Solo buscan el pueblo inmerso en la inmortalidad, en la
inmutabilidad. No les agrada la diversidad, le es importante la conservación de
las familias. Con las limosnas de los domingos ya cubren su conciencia de
solidaridad. Pero a la vez buscan la muerte lenta del pueblo para poder
sentirse siempre como los privilegiados, con la gracia de vivir sin ruidos, sin
sobresaltos, sin otras culturas, sin contaminación, sin oposición, PERO
TRISTEMENTE TAMBIEN SIN VIDA
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