viernes, 18 de noviembre de 2016

La Tele

La tele llega a Topares en 1962, en mi mente las primeras imágenes que se fabrican son las de los actos con ocasión del fallecimiento del papa Juan XXIII.
Imagen del enterramiento de Juan XXIII


Don Rafael que movilizó al pueblo para construir
el salón y que trajo la televisión en 1962
Es cura del pueblo D Rafael que convence a vecinos con ciertas posibilidades para comprar un televisor, a cambio, una vez instalada, tendrán unos vales para verla gratis, pues los demás tendrán que pagar 1 o 2 pesetas, según el acontecimiento,  que se encargaban de cobrar Julián, el municipal, y su hermano Amable. Funcionará con la electricidad procurada por el generador que daba la luz a la iglesia. Colocada en el salón parroquial, la ponían a la caída de la noche y, especialmente, las noches de los lunes, los viernes, los sábados y los domingos.
Franz Johan y Gustavo Re, sus dificultades con el castellano
producía risas, siendo de las parejas de televisión más simpáticas
Los lunes con “Amigos del lunes” presentado por  Franz Johan y Gustavo Re, una de las parejas más simpáticas de la televisión. La noche del viernes con “Estudio 1”, era de los programas más seguidos y pasaban 
Estudio 1, con José Bodalo en la obra "Doce hombres sin piedad".
todos los mejores actores de la época. Los sábados con “Gran Parada”, “Noche del sábado” o “Noche de estrellas”, musicales muy del gusto de la época y el domingo con el fútbol
Luís Aguilé un asiduo del programa "Noche 
y las películas de
series.


Ahora nos tenemos que situar en el Topares de 1962, sus vecinos apenas han pasado de la Cuesta del Cebo o del Moralejo, sobre todo las mujeres. Los hombres han tenido que salir para el servicio militar, pero
Bonanza, de las series más famosas de la tele 
tampoco mucho más.
Así eran bastante susceptibles y, como cuando el hombre llegó a la luna, no muy propensos a creerse eso de que las imágenes volaban por el aire hasta llegar al pueblo. Entonces, más de uno, miraba disimuladamente por detrás del televisor para ver a los hombres que, pensaba, estaban dentro del aparato, tampoco era raro encontrarse con alguien que les hablaba.

Cartel de lujo de la época
Sirva el anterior párrafo para entrar en el gran día de la televisión, la tarde de los toros. El salón se ponía a rebosar, traían merienda, botas de vino y muchas ganas de pasar una tarde todos juntos. Sus reacciones eran como si estuviesen en la plaza. Aplaudían, pitaban, sacaban pañuelos pidiendo la oreja, tal como si estuvieran  presentes en el festival.
Las disputas de los cordobesistas con los partidarios de Paco Camino o Diego Puerta, los gritos de susto en las cogidas, pitos a los picadores, abucheos a la presidencia, la algarabía cuando saltaba algún espontaneo. Aquello era vida y las apostillas de otros más mayores cuando decían que como Manolete no había ninguno, cuando puede que ninguno de ellos lo había visto torear...
El pueblo se paralizaba para la ocasión, claro que había circunstancias que no siempre dejaban que la fiesta fuera completa. Las temidas interferencias, los moros se decía, sin que nadie supiera a ciencia cierta eso que era. Toda la pantalla se transformaba en una serie de rayas, Las imágenes empezaban a desfigurarse hasta que se convertían en unas rayas horizontales que ocupaban todo el monitor.

Las interferencias, en este caso se adivinaba algo,
en la mayoría de los casos ni eso
Todos allí, con la esperanza de que nos dejaran ver la corrida tranquilamente. No penséis que eso era de uvas a peras, no, era más fácil que tuviéramos las interferencias que se viera nítido, y aún en los casos de suerte, rara vez se escapaba sin dar un poco el tostón.
Más de una tarde, después de esperar más de una hora nos íbamos con el rabo entre las piernas sin poder ver un maldito pase, ahora bien, la bota del vino había circulado y retornaba vacía y las viandas de la merienda bien aprovechadas, que al menos alegraban un poco la tarde.

Al cabo de unos años vendrían las televisiones pequeñas con batería, el teleclub, pero todavía faltaban muchos años para que las viéramos normalmente en las casas.

La carta de ajuste, con la que empezaba la tele, a eso de las seis, y con la que terminaba
allá por las doce, después todos a dormir.

jueves, 10 de noviembre de 2016

A Almería

Al fin pasó el verano y el otoño camina hacia su parte final. En total han sido cinco meses de estancia en Topares, tiempo que no había pasado seguido en el pueblo desde que salí para estudiar con diez años.
Han sido muchos días, uno tras otro, días para todos los gustos y maneras. Todo comenzó con mucha ilusión, pero fue languideciendo hasta terminar por desear vehementemente en final del periodo.
He estado bien pero no he estado bien. He disfrutado pero no he disfrutado. Aquello que parece que va bien pero resulta que siempre te queda un poso de tristeza. Todo dentro de una dicotomía, querer huir y no querer.
Es una situación difícil de entender, allí en parte lo tengo todo, pero algo invisible me falta que me atormenta y no  me deja complacerme, quizás sea ese espacio concreto que cada uno nos fabricamos en nuestra morada. Quizás sea la falta de una libertad que allí me cuesta encontrarla.
Puede ser que todo lo causen esos rincones que tenía muy plenos y que no hay manera de poblar con nada, o también  que el vivir en soledad me ha llevado a ver la vida en singular y allí no era posible.
Es también una sensación como si mi cuerpo se entristeciera mucho, pero no es de pena sino de vejez, la impresión de que antes de irme de un lugar ya me había ido, la de no estar ni dentro ni fuera. Así las noches se sucedían sin dormir bien, agobiado con tantos recuerdos del pasado y de tantos proyectos de futuro.
Ya estoy en Almería y trato de recomponer mi triste figura. Mi mujer no aguantaba mucho tiempo con la misma distribución y decoración de la casa. Muchas veces sentía que había que renovar ilusiones y cambiaba todos los muebles de sitio, ella sola en muchas ocasiones. Parecía que un nuevo aire ocupaba la estancia.

Nada más llegar a Almería así he hecho. He subido mesas y sillas para Válor y me he bajado otras, ahora estoy como un niño con unos zapatos nuevos, un niño de antes, cuando se estrenaba unos zapatos en toda la infancia. Bajo la cálida luz de un flexo, trazo estas líneas con ilusión de un invierno productivo.








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