viernes, 21 de diciembre de 2012

OTRA NAVIDAD


Ante mi se abre una nueva navidad, la segunda sin la compañía de Rosario. Es normal que su ausencia no te ahogue continuamente, pero hay fechas que su recuerdo, su pérdida si te machaca bruscamente.
                No es que nosotros hiciéramos nada especial estas fechas, ni que el motivo nos afectara particularmente. Pero nos conocimos en una navidad y en Topares siempre han sido un momento de encuentro, de relaciones con la familia y especialmente con los amigos. Al final de la misma los reyes, que vivíamos con una ilusión de niños, siempre manteniendo el misterio, el enigma del regalo, cada uno intentando cazar el detalle, una pista para captar su quimera o para adivinar que te esperaba.
                Así la navidad siempre era momentos de complicidades, de fábulas a flor de piel, de insinuaciones y quiebros, de afectos y deseos. De noches cálidas y veladas alargadas en compañía de los amigos o manifestándonos nuestro amor.
                Ahora, días antes de que llegue, veo soledad y frio en mi horizonte. A mi alrededor se desarrolla complicidad, amor, alegría y felicidad. Se cierra un año y se abre otro que se proyecta en un futuro en común, con la esperanza de nuevas ilusiones, con la felicidad de iniciar un nuevo ciclo junto a tu pareja, siguiendo con las mismas ganas de compartir tu vida junto a él, a ella. Pero conmigo no va nada de esto, me mantengo ajeno, espectador, sin ya poder proyectar mi vida junto a ella, sin la ilusión de prolongar mi vida de amor, sin el sueño de sorprenderla en reyes, toda mi pasión y enamoramiento enmudecidos en el negror de la noche de los tiempos. Sin la esperanza de sentir en la madrugada el calor de su cuerpo junto al mío, sin esperar que el sueño se apodere de mí,  confortado por su respiración consoladora, mecido en la suavidad de sus palabras, en el roce con su piel afectuosa.

                Pero parece que la vida siempre te deja un resquicio, así, en esta navidad espero el reencuentro con Adrián, después de tres meses en Polonia, viene, junto a Mª José, a pasar las fiestas con nosotros, tengo los nervios electrizados a la espera de poder verlos y darles un gran abrazo, ahora son mi vida y el sentido de la misma. Claro, que estos días tampoco soy capaz de sustraerme a la idea de cómo sería esta espera con Rosario, el regreso de su niño querido, nuestro nerviosismo compartido, los planes que surgirían, tantas palabras para comunicar, tanto cariño para dar.
                En todos estos sentimientos que expreso, sabed que también está el gozo de observaros unidos, de envidiar la felicidad que os envuelve, percibir a mis amigos y amigas llenos de alegría, compartiendo amor, acechar el deseo y la pasión en sus ojos, entonces sus venturas me confortan y me complacen.
                A todos les deseo dicha y felicidad, esperanza e ilusión para llenar un nuevo año.

viernes, 7 de diciembre de 2012

Los barberos


La vida de nuestros pueblos ha variado mucho a lo largo de los últimos años. Si nos remontamos hasta hace unos treinta, cuarenta o cincuenta años veremos como han ido desapareciendo locales y actividades que se desarrollaban en el pueblo  de forma desmedida. En esotro tiempo, casi todas las labores de la vida diaria se daban en Topares, constituyendo en muchos de los casos una situación social.
En esta entrada me dispongo a hablar de unos de esos locales y profesión, las barberías y los barberos. Actualmente disponemos de dos peluquerías que atienden igual a hombres y  mujeres, siendo lo normal por todas partes. El afeitado ha desaparecido prácticamente, las nuevas maquinillas, manuales o eléctricas, han llevado este menester a la intimidad del baño, las barberías exclusivas de hombres son contadas y en las mismas prácticamente solo se realiza el corte de pelo, no sabemos tampoco por cuanto tiempo, pues ya son frecuentes los ingenios de cortarlo. En los tiempos pretéritos de los que hablamos, el uso era afeitarse y arreglarse la cabeza o el pelo, ambas expresiones se usaban, consistía en quitar el pelo del cuello, con las máquinas de cortar, arreglar las patillas y quitar la poco parte que se dejaba crecer de arriba.
                En Topares eran tres, exclusivas para los hombres. Aún antes, estaban las del tío Fermín,  la del tío Eliseo y la de Clodoaldo,. La de Fermín la continuó su hijo Julio, que llamábamos el barbero. La de Eliseo, Germán que además era sacristán y actor y que se casó con una hija de Fermín y la de Clodoaldo, su hijo Avelino, y sobrino también de Fermín, años después se convertiría en el cartero del pueblo y ya solo atendía a amigos incondicionales. Me contaba el hijo de Germán, que su padre había visto al tío Eliseo aún, sacar muelas, pues antiguamente los barberos eran los encargados de este menester. Así los tres nuevos barberos mantenían una relación de parentesco.
Julio, el de la derecha con unos amigos

                La barbería de Julio se situaba detrás de la iglesia, una pequeña puerta con cristales daba a una habitación, no muy grande, a la derecha estaba el sillón del barbero, delante una mesa adosada a la pared con un gran espejo encima. Sobre el mármol que cubría la consola sus utensilios. Un par de máquinas para cortar el pelo, las tijeras y el peine, la pequeña jofaina para el agua, la brocha, las navajas, el cuero para afilar, el jabón, alguna toalla, el cepillo para limpiar los pelos que se quedaban adheridos al cuello, algún bote de polvos de talco, una barra que parecía de hielo para después de afeitar, unas hojas de periódico o cualquier papel para limpiar la navaja y poco más. Así era en todos los casos.
Julio, ya retirado con una  de sus nietas

                Avelino la tenía en la calle Santa Lucía, enfrente de la casa de José Mª de la Eufemia y actualmente de Juan el municipal. La habitación era amplia y el sillón estaba a la izquierda de la entrada, cuando después lo nombraron cartero, la misma habitación pasó a ser la cartería.
Avelino, ya siendo cartero

                La de Germán estaba más arriba, en la calle que va desde las Cuevas hasta la calle San Vicente y que ahora ocupa cuando viene de vacacione su hija Emilia. La habitación no era muy grande y el sillón lo he visto a los dos lados de la entrada. Con el tiempo se quedó como único barbero del pueblo.
Germán, con Avelino en el salón parroquial, en un momento de descanso

                La mayoría de los parroquianos hacían el pago con la “IGUALA”. Pagaban una vez al año una cantidad fija, por costumbre en agosto,   bien en dinero o en grano, principalmente trigo. Aseguraban así la atención durante todo el ciclo anual. Las de los propietarios y ganaderos más pudientes conllevaban la asistencia en su propia casa, el barbero se desplazaba a los domicilios de los igualados, que en muchos de los casos eran propietarios de sus propias navajas, la igualación también afectaba a toda la familia, sobre todo a los hijos pequeños. Mi padre, mientras Julio ejerció, la tenía con él. Cuando la barbería pasaba de uno a otro, pasaba también la clientela. En mi infancia iba a la de Julio, o me cortaba el pelo cuando venía a mi casa a afeitar a mi padre, para los pequeños disponían de una silla más pequeña o un cojín grande para que no nos perdiéramos en el sillón del barbero.
                En el pueblo funcionaban los sábados por la tarde y el domingo por la mañana, claro que ante cualquier urgencia, por un viaje inesperado o cualquier otra circunstancia, el necesitado se presentaba en casa del fígaro que no tenía ningún inconveniente en arreglar al cliente.
                Durante la semana iban por los cortijos para atender a sus moradores, entonces estaban todos habitados y, en algunos, con bastantes vecinos, con lo cual no todas las semanas recibían la visita de él, así como mínimo tardaban quince días en volver a recibir su asistencia. Barbas endurecidas por el sol y las inclemencias del tiempo hacían necesario que las herramientas estuviesen muy cuidadas, pues podías arañar y dañar al usuario.
                Por gentileza de Juan, hijo de Germán, que también estuvo de aprendiz con su padre y que al final de su estancia en Topares ya realizaba el trabajo junto al mismo, me llega la lista de los cortijos que visitaba su progenitor, ahí va: Cortijo del Tío, Los Serranos, El Pozo Juan López, Los Sánchez, Las Casas de Gea, Santonge, La Loma, El Cerro, La Casa Ortega, Los Almagreros, La Boquera, El Jardín, Bugéjar, Los Cerricos, El Duque, Los Cuartos Nuevos, Barrás, La Cañada Grande, San Antón, Las Porchás, El Chaparral, La Casa Guino, Macián, Las Cobatillas, Espín, La Junquera, El Carrascal, El Perigallo, La Casa Mula, El Mancheño, El Carrizalejo, El Retamalejo, El Gamonal, El Cortijo del Fraile y puede que alguno más.
                El trayecto lo hacían en bicicleta, si nevaba o llovía mucho tenían que hacerlo andando o en burra. Ahora nos puede resultar difícil calibrar la importancia de la labor que hacían, pues no solo era el hecho de afeitar y cortar el pelo, también se constituían en vehículos de enlace entre las personas de estas cortijadas. Al recorrer toda la zona, muchas veces eran transmisores de noticias entre las familias, también recados y mensajes. De alguna maneja eran emisarios de las buenas nuevas y desgracias que acaecían en los diferentes lugares. Si la ruta era cercana salían al amanecer y regresaban al atardecer, pero a veces la lejanía o las condiciones climáticas les obligaban a pernoctar en alguna de las alquerías.
                Su esfuerzo era considerable, las bicicletas no contaban con cambios de platos y piñones, los caminos eran los que habían, con barro, nieve o lo que se presentara, cualquier retraso por el camino o un pinchazo inoportuno, podía llevar que la noche, sobre todo en invierno,  se echara encima. Cuando no, el estado de las vías, hacía necesario que cargaras con la bicicleta para seguir a pie, no es difícil imaginar que no era ningún paseo triunfal.
                Julio era el mayor de los tres y, cuando yo ya tenía doce o trece años, aunque mi padre tenía la iguala con él, quería ir a casa de Germán. Entre los jóvenes empezaba a considerarse la forma de llevar el pelo como un gesto de rebeldía y afirmación de nuestra personalidad y, nos parecía, que Germán lo hacía más de acuerdo a nuestros gustos, así que convencí a mis padres para dejarme cambiar. Siempre me ha entusiasmado escuchar las historias de los mayores y, las barberías, recuerdo,  solo de hombres, eran lugares donde se oían chascarrillos, anécdotas, leyendas y todo tipo de historias de otros tiempos.
                Para los que no conocéis Topares os sitúo. El establecimiento se encontraba en la parte alta del pueblo, delante de la casa había, hay, una pequeña explanada y ningún otro edificio le tapa el sol o la vista al horizonte. Aquí la climatología es dura, así que desde octubre hasta mayo un día soleado se agradece. Asistir a la barbería era además, un acto social, íbamos sin prisas, realmente a echar la tarde o la mañana. Casi todos los días, el personal desbordaba la capacidad de la habitación, entonces, si el día era soleado, la puerta se constituía en lugar de tertulia y juegos.
Germán, en su peluquería, arreglando el pelo a un cliente

                A veces, esos tiempos de espera se dedicaban a juegos como “El Palmo”, se hacía con monedas, pesetas o perras gordas. Éstas se lanzaban contra una pared, salían rebotadas, cuando pretendías que se alejara mucho de la pared se daba al brazo un movimiento de abajo a arriba, lo que provocaba que la moneda alcanzara más altura y quedaba más lejos de la misma. La forma de ganar consistía en que tu moneda quedara lo más cercano a otra moneda, si la distancia era más pequeña de un palmo la moneda del adversario era tuya, si no tenías que dejar la tuya en la tierra para que otro intentará ganártela. Otras veces jugaban al “caliche”, o cuando no aparecía una baraja y jugaban a la brisca o a los montones.
                En la habitación había cinco o seis sillas, frecuentemente había gente de pie, sentada en el suelo o se salían fuera. En los días duros de invierno, también pasaban a la cocina de la casa y se calentaban en la chimenea. En estas reuniones, al cabo de la jornada, se habían tocado todos los temas posibles. Los asuntos del campo, la siembra, las heladas, los barbechos, de los animales,  entonces existentes todavía en el pueblo,  de los mercados, todo lo que se relacionara con su quehacer diario. Se contaban recuerdos e historias de personas singulares que ya habían muerto, de formas de vida y penurias de tiempos más antiguos, chanzas y anécdotas que le habían ocurrido a diferentes vecinos del pueblo, recuerdo que contaban muchas veces de la llegada de los primeros automóviles al pueblo y, que en algún caso,  hasta los habían apedreado. Por eso cuando iba, y era concurrida la clientela, nunca tenía prisa ni encontraba el momento de marcharme, disfrutaba de esos momentos y era la compensación al fastidio que me producía el que me cortaran el pelo, que aún hoy me lo produce. Los tirones de las máquinas de cortar el pelo, pues eran accionadas por el hombre y cuando la retiraban de tu cabeza, si aún no estaba liberado del todo el peine de la misma, te daba un buen tirón. El picor de los pelos que quedaban en el cuello y la espalda, claro al llegar a casa no había ducha ni nada parecido, solo la mano agradable de la madre que con una toalla intentaba quitarte los que podía. Por supuesto eso de que te lavaran la cabeza en el lugar era algo, que en Topares, no estaba  aún  ni en la imaginación.
                Después resulta que van apareciendo las maquinillas de afeitar, cada vez más conseguidas, con apenas riesgos de cortarte, desechables o no. Las comunicaciones mejoran ostensiblemente, cada vez son más los particulares con coche y aprovechan los viajes fuera para acudir a una moderna peluquería. Los cortijos se quedan vacios, el pueblo, con la emigración, va tomando aires de soledad, se cierran casas y casas. El panorama se ennegrece día a día y, estos oficios artesanales, van sucumbiendo en el remolino del progreso, ante la evidencia de que con su ganancia no pueden mantener a una familia.
                Así, Germán, el último barbero y sacristán, tiene que tomar rumbo a Valencia, donde se pone a trabajar de vigilante, pero nuevamente su hijo Juan me cuenta que nunca dejó el oficio. En los ratos que le quedaban acudía a una peluquería a echar una mano y después consiguió su propia clientela. Tras jubilarse estuvo ejerciendo en un Hogar del Pensionista hasta pocos años antes de su muerte, después de cumplir  los 90. En los veranos, cuando venía a Topares de vacaciones, también se `ponía a la faena si alguien se lo pedía.
                Sería estúpido y vergonzoso por nuestra parte intentar comparar la calidad de vida actual del pueblo con la de aquellos otrora años, en cualquier aspecto de nuestra vida diaria. Pero eso no es óbice para que recordemos aquellas actividades artesanales, así como a sus artífices con mucho cariño y afecto. Es nuestra historia, nuestra vida y lo que ha dado sentido y forma a nuestro pueblo: Topares.
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