miércoles, 11 de mayo de 2011

semana santa 1

Siempre me hubiera gustado que personas mayores hubieran dejado escritos de cómo era la vida en Topares a principios de siglo XX, por eso trato con estos escritos que aquellos que después estén interesados en la vida del pueblo en los años sesenta puedan tener una referencia.
                En esta ocasión y aprovechando la época escribo sobre la semana santa en aquellos años, que tenía su cosa. Todo empezaba con el miércoles de ceniza y la llegada de la cuaresma. Desde la escuela nos llevaban a la ceremonia y todo el pueblo lucia durante el día la inequívoca señal de que había sido encenizado como correspondía.
                Durante la cuaresma, los miércoles y los viernes no se comía carne, además el viernes se ayunaba. Aquellos que podían sacaban una “bula” en la iglesia que les permitía comer carne los miércoles. Era un especie de permiso que concedía el papa a cambio de una aportación a la economía de la iglesia.
                Desde temprana edad, se hacía durante el tiempo de la cuaresma  algún tipo de sacrificio. Entre los hombres era frecuente no fumar, no beber vino o café, no ir al casino a determinadas horas o no comer algún alimento determinado. Entre las mujeres el sacrificio estaba más relacionado con la comida, sobre todo los dulces. En algunos casos se hacían ente los matrimonios sacrificios más íntimos.
En la semana anterior o los primeros días de la semana se celebraban los ejercicios espirituales. A mí me daban mucha envidia los que realizaban los jóvenes, unos años mayores que yo, siempre me he fijado mucho en las personas de mayor edad y quería ser un “zagalitrón” como ellos. Se encerraban en el salón parroquial, los dirigía D. Rafael, el cura aquellos años, y le ayudaba José Antº Robles, al que conocéis por el alcalde de Barberá y que aquellos años estudiaba en el seminario.
                Tenían sus charlas y en los descansos jugaban al “pañuelo” en el salón, yo miraba a través de las ventanas lleno de envidia por estar dentro, también en los ratos libres tomaban el sol en el patio del cementerio que ahora ocupa el bar y la casa del cura. Cierto vez, a eso del mediodía, por alguna circunstancia pude entrar en el patio y estar entre ellos, todavía recuerdo la emoción que sentí de encontrarme allí como si fuera uno de los mayores.

Grupo de jóvenes en el descanso de los ejercicios



Fotografía de unos ejercicios de los mayores, en el centro el sacerdote, D. Rafael y el misionero


         Los casados, hombres y mujeres, por supuesto separados, celebraban los ejercicios con los llamados “misioneros”, en casi todas las casas encontramos fotos con la presencia de esos misioneros, sobre todo una que están en el cementerio echando un sermón. Al final de los ejercicios les hacían establecer un compromiso. Cierto año que una gran mayoría de hombres se comprometieron a no ir al bar por la noche se produjo un aumento considerable de embarazos, con lo que al año siguiente hubo muy buena cosecha, ahora se encuentran llegando a los cincuenta.
                El domingo de ramos tenía gran importancia, había que estrenar alguna prenda y se celebraba la procesión de las palmas y los ramos. Con las hojas de las palmas hacíamos “piñas y lagartos”. El lagarto era un tubo redondo que se trenzaba con  la hoja de la palma, debido a su elasticidad, si introducías el dedo, cuando querías sacarlo cuanto más tirabas, más se encerraba sobre el dedo.
                Las piñas más fáciles eran cuadradas, con cuatro hojas se iban trenzando, los más hábiles las hacían  de varios pisos y las más difíciles eran exagonales. A los críos nos encantaba que nos la empezaran y hacerlas y que nos regalaran lagartos.
                El miércoles por la tarde se juntaban las mujeres y los jóvenes para hacer el  “monumento”. Los muchachos y las muchachas íbamos a las casas a buscar macetas,  maceteros, colchas y sábanas, como otros adornos que se utilizaban cada año.  Se colocaba en la capilla que hay a la derecha del altar, en la parte más alta se colocaba el sagrario, con cajas y tablas se hacía un especie de escalinata en la que se colocaban macetas y candelabros. Las paredes y las escalinatas se cubrían con colchas y sábanas bonitas y en el suelo alfombras. Todo rodeado con muchas velas que los vecinos traían para bendecirlas y era visitado y elogiado, la mayoría de las veces, por los residentes.
               

martes, 10 de mayo de 2011

semana santa 2

                Los actos centrales empezaban el jueves santo, a los críos nos producía una gran curiosidad el lavatorio de los pies, en nuestro pensamiento inocente nos imaginábamos que realmente el cura lavaba unos pies como los que nosotros llevábamos a veces en el invierno, no entendíamos como el cura se ponía a lavarles los pies a nuestros padres con los roñosos que debían estar de todo el invierno.
                Al terminar la misa, como se había producido la muerte de Jesús, ya no se podían tocar las campanas y salíamos todos los niños a avisar del pregón de las siete palabras por todo el pueblo con “las carracas”. Además de los monaguillos se juntaba toda una tropelía de chiquillería, queriendo todos hacer sonar las carracas, Así nos andábamos el pueblo.
                El sermón de las siete palabras era escuchado por todos los fieles o vecinos, aquellos años era, de obligado cumplimiento, el asistir a los actos religiosos. Casi siempre venía para semana santa algún “misionero” que ofrecía su sermón con mucho énfasis y lleno de grandes palabras. Con todo en semana santa caías en un estado de tristeza y melancolía que se apoderaba de toda la localidad, no se oían ni risas, ni músicas, ni alborotos, eran tiempos en los que solo cabía la pena y la oración.
                Por la noche la hora santa, y al término de la misma se iniciaban los turnos de vela del santísimo. Al terminar la misa del jueves, el sacerdote abría el sagrario, en señal de su muerte, y trasladaba las formas al “monumento”, se hacía con gran solemnidad, en procesión y los hombres llevando el palio. Desde entonces siempre había gente custodiando el altísimo. Al finalizar la hora santa es cuando se introducían los turnos de vela, era realizada por los herman0s de la hermandad.
                En noviembre de 1893 se forma la Hermandad de Ánimas, en 1952 se refunda la misma actualizando los estatutos que se habían establecido en un principio para ponerlos más acordes con los tiempos que corrían. En el artículo 5 de su capítulo 1º dispone lo que sigue:
Igualmente deberán asistir todos los hermanos a las funciones de semana santa y a la confesión que tendrá lugar la noche del miércoles santo para comulgar en los oficios de jueves santo y hacer la hora de guardia al Santísimo en el monumento, no pudiendo ser sustituido, aún teniendo causa justificada, por otro individuo que no pertenezca a la hermandad.
            Se procurará que haya una misión durante estos días, a saber desde el viernes de dolores, si es posible, hasta el jueves santo”.
Hermanos de la Hermandad de ánimas
 en un acto cn motivo de la visita del obispo.
Al frente de la misma un hermano con la bandera de la Hermandad
              
              En el salón parroquial existían unas hamacas para esta noche, pus los hermanos pasaban toda la noche en él, y entre turno y turno descansaban en las mismas. Cada hora iniciaban una procesión con la bandera de la hermandad al frente, en la que acompañaban a los hermanos que les tocaba el turno, llegaban a la iglesia hacían el relevo y volvían  de igual manera al salón, a descansar hasta el siguiente cambio. Si en algún momento alguien se quedaba solo en la vela, no abandonaba la iglesia hasta que no llegara otra persona, pues no se podía dejar al santísimo solo.
                El viernes, a primera hora de la tarde eran los oficios, el comienzo era seguido atentamente por los niños, pues el sacerdote se tendía en el suelo y a nosotros nos traía una imagen de la muerte o parecido. En sí, era un día tétrico, se realizaban todos los ayunos y abstinencias posibles. En las casas no se ponía música, ni cualquier motivo de risa y alegría, hasta se veía mal hacer un viaje, por supuesto si era época de caza a nadie se le ocurría salir. Después de los oficios todo el pueblo quedaba tranquilo y silencioso. Por la noche se realizaba el vía crucis por las calles. Procesionaban la virgen y el cristo y se cumplían las estaciones que estaban marcadas con cruces en las calles. Participaba mucha gente y ponía fin a los actos más doloridos de la semana.
                Durante el sábado se desmontaba el monumento y a las doce de la noche se celebraba la misa de resurrección. Se prendía un fuego en la puerta de la iglesia, del que se encendía el cirio pascual, en procesión se entraba en la misma, con todas las luces apagadas, continuando así hasta el rezo del gloria, que era el momento en que se producía la resurrección y se encendían las luces. Se acababan las penas y penurias de la cuaresma y volvía la alegría.
                Hablo de los primeros años sesenta. Entonces la costumbre era que los domingos comulgara no mucha gente, mujeres, niños y algún hombre. Estos lo hacían, como se decía por pascua florida. Ya habéis visto en la redacción de ese artículo 5 de la hermandad que, entonces en semana santa comulgaba todo el pueblo, era obligado. Como había que confesar se formaban pelotones de hombres para hacerlo, después se hacían bromas sobre lo que se confesaba. Era curioso ver las filas para comulgar con todos los hombres en la misma cuando en todo el año no lo habían hecho en ninguna ocasión. Eran otros tiempos y otras circunstancias.
               

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