martes, 24 de septiembre de 2013

EN MÍ, PRESENCIA



El gran poeta Antonio Machado nace en Sevilla el 29 de mayo de 1874. Transcurre su primera infancia en esta ciudad, trasladándose con su familia a Madrid en 1883.
                Asiste a la Institución Libre de Enseñanza donde se encuentra satisfecho con los principios de escuela adaptada al medio ambiente. No es, sin embargo, un estudiante brillante. Eso sí, sus biógrafos señalan que asistió diariamente,  durante veinte años,  a la Biblioteca Nacional.
Consigue,  por oposición, una plaza de profesor de francés, siendo destinado a Soria, donde llega por primera vez en la primavera de 1907, tras la breve  visita torna a Madrid en espera del comienzo del nuevo curso.
Vuelve  en septiembre para incorporarse definitivamente a su puesto de trabajo. Conoce a Leonor, sobrina del dueño de la pensión donde se aloja.

Con su plena luz amoratada
Sobre la plomiza sierra de Santana
En una tarde de septiembre de 1907,
Se abre en mi recuerdo la pequeña
Y alta Soria.
Cuando la conoce, Leonor tiene solo 13 años:
Menuda y trigueña, de alta frente
Y de ojos oscuros
¡Oh, celebrad este domingo claro,
madrecitas en flor, vuestras entrañas nuevas!




Se casan el 30 de julio de 1909, ella con 15 años, él con 34. Ha sido un prendimiento de su juventud, de su dulzura. Así viven felices y dichosos en la Soria que tanto significaría en la obra del autor.
Consigue una beca para perfeccionar su francés en París. Allí, el 13 de julio de 1911, Leonor cae enferma de hemóptisis,  por lo que tienen que regresar buscando los aires limpios de la serranía soriana.
El poeta cae en la desesperación, incluso trata de contagiarse de la enfermedad para no tener que sobrevivirla. Coincide con la publicación de su libro: “Campos de Castilla” que él le dedica: “A mi Leonorcita del alma”. Muere el 1 de agosto de 1912, con tan solo 18 años.
Una noche de verano
-estaba abierto el balcón
y la puerta de mi casa-
la muerte en mi casa entró.
Se fue acercando a su lecho
-ni siquiera me miró-
con unos dedos muy finos
algo muy tenue rompió.
Silenciosa y sin mirarme,
la muerte otra vez pasó
delante de mí. ¿Qué has hecho?
La muerte no respondió.
Mi niña quedó tranquila,
dolido mi corazón.
¡Ay, lo que la muerte ha roto
era un hilo entre los dos!
Su recuerdo se apropia de su espíritu, a un amigo le escribe:
“Si la felicidad es algo posible y real –lo que a veces pienso- yo la identificaría mentalmente con los años de mi vida en Soria y con el amor de mi mujer, a quien, como V. sabe, no me he resignado a perder pues su recuerdo constituye el  fondo más sólido de mi espíritu”.
Soñé que tú  me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.
Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.
¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas! …
Vive, esperanza, ¡Quién sabe
lo que se traga la tierra!
Vive en su presencia pero también se rebela ante la muerte cruel de su amada, ¡Tan joven, tan dichosa!
Señor ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya están rotos mi corazón y el mar.
“¿Por qué los hombres, en vez de matarse los unos a los otros, y de odiarse, no hemos de estudiar la manera de conservar la vida a los jóvenes? ¿Somos demasiado torpes o demasiado pequeños?-
Termino esta introducción con una carta que escribe a Unamuno, la que he leído, estos últimos años, una y otra vez:
“La muerte de mi mujer dejó mi espíritu desgarrado. Mi mujer era una persona angelical segada por la muerte cruelmente. Yo tenía adoración por ella; pero sobre el amor está la piedad. Yo hubiera querido mil veces morirme a verla morir, hubiera dado mil vidas por la suya. No creo que haya nada extraordinario en este sentimiento mio. Algo inmortal  hay en nosotros que quisiera morir con lo que muere. (…) El  golpe fue terrible y no creo haberme repuesto. Mientras luché a su lado contra lo irremediable me sostenía mi conciencia de sufrir mucho más que ella, pues ella, al fin, no pensó nunca en morirse y su enfermedad no era dolorosa. En fin, hoy vive en mí más que nunca y algunas veces creo firmemente que la he de recobrar. Paciencia y humildad.”


              

  Hoy, 24 de septiembre, hace dos años de que Rosario se marchó, también calladamente, llena de vida e ilusión. La muerte no solo se la llevó, también destrozó nuestra felicidad, nuestro sueño. Como sin quererlo, silenciosa,  la muerte, pasó a nuestro lado y rompió ese lazo que nos unía, esa magia que nos envolvía, ese amor que nos desbordaba.
                Y como dice Machado, hoy vive en mí más que nunca y su recuerdo, su presencia crece día a día, hora a hora y, también creo, pienso, anhelo que en cualquier momento la sienta entrar por la puerta, o bajar las escaleras, o sentir su dulce voz llamándome, despertándome de este sueño atroz.

24 de septiembre de 2013.
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