Este
fin de semana nos impacta la noticia de la muerte de Tito Vilanova, entrenador
de fútbol y que con 45 años fallecía a causa de un cáncer de la glándula
parótida.
Cuando
se produce el desenlace fatídico en una persona conocida, nos permite
visualizar los miles de seres y familias anónimas que viven y padecen la misma
impresentable situación.
Los
que hemos transitado por un escenario semejante, cada vez que nos llega, por
proximidad o información, un nuevo suceso funesto, se revive nuestra propia
desesperación, incluso como si se acercara un poco más nuestra particular
muerte. Nuestra mente comparte la desolación y la angustia de las personas
cercanas, de las que han participado directamente de sus ganas de vivir.
Por
eso maldecimos todos los recortes en investigación, maldecimos las supuestas emboscadas
a los avances científicos, callados, silenciados en aras de una rentabilidad
económica, maldecimos que de una vez no se priorice la mejora de la calidad de
vida de las personas. Cuando nos movemos por el espacio como Perico por su casa,
cuando oteamos nuevas tecnologías tan rutilantes, cuando descubrimos nuevas máquinas
inimaginables, hace pocos años, en las mentes más estrambóticas de la ciencia ficción.
No
soporto que los anhelos de vida de un ser se vean guillotinados por la bestial
enfermedad. Que pacientes y familias, a veces después de la esperanza, tengan
que sufrir indefensas, desamparadas, arrinconadas, a merced de la cruenta
enfermedad, decidiendo nuestra vida, nuestro futuro, nuestra suerte.
Con
cada nuevo final que me llega, amargas lágrimas, ensangrentados lamentos me
oprimen el corazón y hacen preguntarme: ¿Hasta cuándo?
Fotografía bajada de internet, se retirará a petición