domingo, 27 de abril de 2014

TITO VILANOVA

            Este fin de semana nos impacta la noticia de la muerte de Tito Vilanova, entrenador de fútbol y que con 45 años fallecía a causa de un cáncer de la glándula parótida.




            Cuando se produce el desenlace fatídico en una persona conocida, nos permite visualizar los miles de seres y familias anónimas que viven y padecen la misma impresentable situación.
            Los que hemos transitado por un escenario semejante, cada vez que nos llega, por proximidad o información, un nuevo suceso funesto, se revive nuestra propia desesperación, incluso como si se acercara un poco más nuestra particular muerte. Nuestra mente comparte la desolación y la angustia de las personas cercanas, de las que han participado directamente de sus ganas de vivir.
            Por eso maldecimos todos los recortes en investigación, maldecimos las supuestas emboscadas a los avances científicos, callados, silenciados en aras de una rentabilidad económica, maldecimos que de una vez no se priorice la mejora de la calidad de vida de las personas. Cuando nos movemos por el espacio como Perico por su casa, cuando oteamos nuevas tecnologías tan rutilantes, cuando descubrimos nuevas máquinas inimaginables, hace pocos años, en las mentes más  estrambóticas de la ciencia ficción.
            No soporto que los anhelos de vida de un  ser se vean guillotinados por la bestial enfermedad. Que pacientes y familias, a veces después de la esperanza, tengan que sufrir indefensas, desamparadas, arrinconadas, a merced de la cruenta enfermedad, decidiendo nuestra vida, nuestro futuro, nuestra suerte.

            Con cada nuevo final que me llega, amargas lágrimas, ensangrentados lamentos me oprimen el corazón y hacen preguntarme: ¿Hasta cuándo?




Fotografía bajada de internet, se retirará a petición

martes, 1 de abril de 2014

Tú o Usted

 Me propongo dedicarle este post a Sa Lluna, que en uno anterior suyo escribía: “Quizás sea una idealista, pero me gustaría ver un mundo donde todos tuviéramos las mismas oportunidades de ser felices, donde el usted  nada más fuese una formalidad de respeto hacia el otro y no una condición de clases”.
                Una noche de éstas me encontraba mirando mi muro de Facebook cuando me llegó una invitación de amistad. Siempre que ocurre, si no es persona conocida, trato de ver en su página alguna relación conmigo.
                En este caso veo que había nacido en Balsareny, era suficiente para mí y le di a aceptar. Omito  el nombre del solicitante, pues considero que no es necesario y, también, por respeto hacia él. Al momento me llega un mensaje, que si quiero dar a conocer: “¡Don Alfonso! ¡Qué grata sorpresa verle de nuevo, aunque sea en fotografía! Soy un ex-alumno suyo de octavo de EGB en el colegio Guillem de Balsareny, ha llovido mucho desde entonces…!
                Al mismo leerlo me sorprendieron dos cosas, que me hablaba de usted y se dirigía con el tratamiento de Don, hace tanto tiempo que en la escuela no se utilizan esas fórmulas que me chocó.

Colegio Guillem de Balsareny al que llegué en 1979

                Siguió la conversación y permanecía en el usted. En este punto quiero aclarar que,  llegué a Balsareny como joven maestro de 24 años, la diferencia de edad con esos alumnos de octavos podía ser de 11, 12 años, que se deben seguir manteniendo. Así le llevo ese tiempo y me trataba de usted,  no por una diferencia de condición. Había estudiado en Inglaterra y se había graduado en psicología en una universidad de Estados Unidos. Si no por el respeto que le perduraba hacia aquel que había sido su maestro.
                Tras el intercambio de varios mensajes, le comento al respecto que me resultaba embarazoso que mantuviera el usted en el trato, me contesta así: “Sí, es cierto, apear el tratamiento cuesta al principio, ya que el recuerdo del  respeto de entonces permanece en la actualidad…”
El episodio se lo he comentado a compañeros, también de una cierta edad, todos coincidían en que también mantenían el recuerdo del respeto hacia sus maestros, incluso algunos que después habían sido compañeros en la profesión con sus antiguos tutores, les había costado mucho el cambiar al tú.
El usted ha sido una formalidad, otrora, de consideración hacia nuestros mayores y hacia aquellas personas que gozaban de la distinción dentro de la sociedad del momento. Actualmente se usa como una fórmula que persigue marcar distancias, establecer distintas posiciones, incluso guardad formalismos para decir lo que queramos del adversario sin traspasar lo políticamente correcto.
Todo ha cambiado, para alumnos de hace treinta años, todavía soy su maestro y ellos son mis alumnos. Sin embargo, hoy, parece que ese vínculo se rompe en el momento que dejan el colegio. Se ha perdido ese sentido filial permanente que existía entre el alumno y el maestro.
¿Mejor, peor? No entro en la cuestión, pero si sé que es bonito que al cabo de tantos años se mantenga esa corriente de afecto mutuo, es gratificante que esa unión, cuasi familiar, perdure a lo largo de los años, al menos, profesionalmente para mí.
A ti, ex-alumno, agradecerte la felicidad y satisfacción que me has proporcionado, aplaudirte por mantener esos sentimientos de gratitud hacia los que fuimos tus maestros y expresarte que los mismos recuerdos de afecto y cariño, hacia vosotros, perduran en mí.

                
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