sábado, 17 de mayo de 2014

Vieja compañera

Ya estábamos otra vez. Como en los anteriores días Gracián se levantaba temprano, preparaba el desayuno, sencillo, un café con leche y una tostada de aceite. Sencillo pero que degustaba con deleite.
http://ca.wikipedia.org/wiki/M%C3%A0quina_d%27escriure                Después colocado delante de su vieja máquina, posaba sus manos sobre las teclas, acariciando cada una de ellas y dispuestos a entrelazar palabras que compusieran una historia. Antes de empezar a teclear, instintivamente, alzaba su mirada hacia el gran ventanal de la habitación y dirigía su vista hasta la profundidad del valle que se abría delante de su casa.
                Mientras, intenta encontrar esas primeras palabras que a veces cuestan tanto,  parecía que a su vieja Olivetti, cada vez le costaba más ponerse en marcha y llenar la estancia de su monótono machaqueo.
                Desde hace unas fechas le pasa que esas primeras palabras no aparecen, permanecen ocultas en el silencio de la mañana e, inevitablemente, día tras día se desespera. Hoy parece que será igual. Vuelve a asomarse a la ventana, enciende un cigarro y observa como el humo se expande y ocupa todo el recinto. Desalentado, apaga el cigarrillo en un gesto brusco y vuelve a enfrentarse al frío teclado. Pero los dedos permanecen quietos, agarrotados, como si hubieran perdido su vida y su mente no les mandase ninguna información para que empiecen su particular baile sobre las teclas.
                Enojado se levanta y vuelve al mirador. Esta vez intenta adentrarse más en el valle, se sorprende con una nueva visión del mismo, de pronto se da cuenta que el gris invierno va desapareciendo, se imagina una paleta en la que se mezclan  los colores de la naturaleza para lucir, en todo su esplendor, al cabo de pocos días.  Un aire de juventud, de vida, le agitó la cara y del valle le llegó el suave rumor del agua camino de las latitudes más bajas, en su aproximación al mar.
                Al momento se dio cuenta que su mente tenía que salir del letargo invernal, se percata de  que hasta ahora había buscado viejas palabras, y éstas se encontraban dormidas, como sus viejos recuerdos, sus añejas historias. Les pedían que las dejase yacidas, para poder dormitar en el tiempo de los tiempos.
                Resignado a sufrir un nuevo día sin escribir una palabra, se disponía a salir del despacho, cuando el timbre de la puerta lo sacó de su embotamiento. Para su sorpresa se encontró ante un empleado de mensajería cuando no esperaba nada. Tuvo que firmar y le entregaron un paquete con su pequeño sobre.
                Al volver a la sala miró la tarjeta que acompañaba, se veía que era un simple trozo de cartulina y una frase escueta:  “Con el deseo de que surjan nuevas historias”, se encontró, él que había prometido no abandonar a su viejo cacharro, con un rutilante portátil.
                En su cara se dibujó la perplejidad, abatido se dejo caer en una silla delante del artefacto moderno. Maquinalmente lo abrió. Se quedó atónito descubriendo el suave teclado, la mortecina pantalla, carente de voluntad le dio al play, tras el arranque apareció el mismo mensaje. Pasaron segundos, minutos, quién sabe. Por fin lo comprendió todo, necesitaba nuevas palabras, manifestar nuevos sentimientos, exteriorizar nuevas emociones, seguir a sus nacientes ilusiones. Dejar reposar en su interior las viejas emociones, experiencias, para él solo, y abrirse a una  nueva vida, proclamar renovados afectos y crear un joven lenguaje. Desvió su vista hacia la vieja compañera y, concluyo que aquel siempre sería su sitio, guardiana silenciosa de sus pasados recuerdos.
                Un brote de primavera recorrió su cuerpo, se acomodó delante del ordenador y empezó a escribir: “Gracias por abrirme nuevos caminos, por descubrirme nuevas ilusiones, por despertar estrenados sentimientos...

Texto para relatos colectivos. Alfonso. Mayo 2014
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