lunes, 10 de abril de 2017

DON RAFAEL EL CURA



En estos pasados días ha muerto D. Rafael Pérez Teruel, para nosotros topareños, D. Rafael el cura.
Llegó a Topares entre 1956 y 57, hasta su marcha en 1963 o 64. En esos seis o siete años entre nosotros dejó una estela que, aquellos que ya saltamos los sesenta, no olvidamos.
Hasta los años setenta, en que empezaron a cambiar las costumbres, en las familias, grandes y pequeñas, se consideraba un honor tener un sacerdote, un hijo cura era la ilusión de muchas madres y padres. También el seminario, en los pueblos, era una salida al estudio. Conseguías beca con facilidad, en las localidades, mecenas te costeaban los estudios, te facilitaba la residencia pues era en régimen de internado, todo favorecía para que aquellos muchachos retirados de las ciudades pudieran estudiar.
Ya dentro, en gran parte de los jóvenes seminaristas empieza a verse, quizás influenciados por esa gran entrada de estudiantes de clases humildes, sacerdotes convencidos de que su misión no puede ser solo decir misa y rezar el rosario. Son conscientes de que sobre todo en las zonas rurales y obreras, entre sus misiones están también la de liderar, dinamizar la sociedad que les rodea. Se convierten en motivadores de la transformación de un mundo arcaico y estancado, en otro más acorde con el tiempo que empieza a formarse a nivel general.
A mí me bautizó D. Felipe y, cuando marchó D. Rafael, iría a cumplir los nueve años. Así que el trato directo con él que pudiera tener no me autoriza a aseverar nada, pero las consecuencias de su trabajo en el pueblo si nos permite ver y pensar en una gran labor.
Bajo su iniciativa y dirección el pueblo construyó su salón parroquial. Para lo cual supo convencer a todos de la importancia de la obra. Convenció a los pudientes de que tenían que aportar dineros, peones y animales de carga, lo que fuera necesario para conseguir el fin. Convenció a los que no tenían bienes de que su aportación sería con jornadas de trabajo gratis para que tampoco se quedaran fuera de la obra del pueblo. Así hemos podido lucir a lo largo de los años un salón que no tenían en muchos otros sitios y levantado por ellos mismos. Ahora, después de tantos años lo vemos como una cosa más del pueblo, antaño era un orgullo para todos y nos gustaba exhibirlo con arrogancia y satisfacción.


Se dotó con un motor para producir electricidad y con ello llegó la máquina de cine que nos dio muchas noches de ilusión viendo los grandes cómicos o los famosos de la copla en las películas españolas. Eso sí, por las noches al salir del salón, nuestras madres siempre nos dirían: “Nene tápate la boca”.
Después, otra vez, al final de su estancia en Topares volvió a convencer a los vecinos de comprar una televisión para el salón. Esos primeros aparatos valían un dineral, partiendo de pequeñas aportaciones consiguió lo necesario para comprarla y a cambio deba una especie de vales para poder verla después gratis, pues si no, costaba una o dos pesetas, según el acontecimiento y como he contado en alguna otra ocasión los días más gloriosos eran los de las corridas de toros. Mi primer recuerdo de la televisión fue la muerte y entierro del papa Juan XXIII.
Se me aparece en mi mente la mañana soleada que se marchó, casi todos los vecinos alrededor del caño para despedirlo, lágrimas en muchos ojos y muestras de cariño. Con el paso del tiempo, cada uno ha podido hablar según su propio entender, pero particularmente tengo claro de que, si su estancia entre nosotros se hubiera alargado más, los tiempos que ha tenido que ir superando el pueblo hubiera sido mucho más veloces.
Circunstancias me permitieron visitar después con cierta asiduidad Fondón, allí pregunte por su paso y me repetían los mismos parámetros de actividad y dedicación que en Topares y, cierto domingo de 1983, encontrándome en la plaza del pueblo, me fijo y a mi lado estaba él. Al llamarle la atención y decirle mi nombre le faltó tiempo para preguntarme por la gente del pueblo y en sus ojos brillaba la luz de la alegría.
Ahora ha emprendido un nuevo camino, que las estrellas lo transporten allá donde él quiera estar, seguro que Topares siempre será, para él, un lugar especial y nosotros siempre, al contemplar el salón, nos mostraremos orgullosos y diremos que, lo construimos entre todos estando D. Rafael.





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