Como
avanzan los días se acerca el momento de mi marcha a Almería y paralelamente
crece mi ilusión con la nueva aventura.
No
obstante, han sido muchos los años de vida en La Alpujarra. Dejar mi casa se
hace duro. Allí, donde he pasado días de felicidad, donde hemos visto como
crecía nuestro hijo y que ahora, desde la muerte de Rosario, ha sido mi
refugio, donde he ahogado mis sufrimientos; pero también donde he sentido la
fuerza alentadora de ella para seguir adelante.
Coincidiendo
con esta nueva singladura, cuando creía que el duro invierno se hacía eterno en
mi vida, brotes de primavera se abren al valle de mi futuro.
Como
le pasa al protagonista de mi último relato: “Vieja compañera”, “De pronto se
da cuenta que el gris invierno va desapareciendo, se imagina una paleta en la
que se mezclan los colores de la naturaleza para lucir, en todo su esplendor,
al cabo de unos días. Un aire de juventud, de vida, le agitó su cara y del
valle le llegó el suave rumor del agua…”
Ilusiones
olvidadas en el tiempo, me dan nuevos motivos de vida, proyectos por componer y
quimeras para soñar nuevos amaneceres repletos de fragancias y colores.
Sentimientos y emociones que me devuelven
la belleza de la vida, la esperanza del mañana.
Cada alborada abro los ojos
ilusionado con lo que me deparará el día, en leer palabras dichosas y cómplices
sonrisas. Escuchar la voz amiga, susurradora de vocablos agradables y portadora
de ilusiones compartidas.
Como canta Lluís Llach: “Soñemos, sí,
constantemente, soñemos sin poner límites a los sueños, soñemos, hasta lo
inimaginable”.