Hoy
es 18 de julio, faltan dos días para que regrese a Balsareny, donde ejercí de maestro del 1979 al 82. Años de juventud,
de ilusiones e inquietudes, de aventuras y futuros, de esperanzas y proyectos.
Recién llegada el alba tras la larga noche de la dictadura, un joven de 24 años
se lanza a su aventura personal, ávido de nuevas sensaciones, lleno de ideales,
ardiente de conocer una nueva cultura, mentalmente quasi virgen, sediento de
nuevos conocimientos, de frecuentar nuevas gentes y hambriento de luchar por
una sociedad y una escuela más progresista, más crítica, más democrática.
Ahora,
33 años después, vuelvo para encontrarme con mis amigos, recordando lugares y
situaciones que fueron. Reaparezco con la serenidad que aporta la experiencia,
con unas alforjas más henchidas, también como no, con la decepción en que el
devenir político nos ha sumido hoy día.
Pero atiborrado de la misma ilusión, si no más, que aquella, ya lejana, primera
vez.
Estos
días previos parece que se atascan, no vislumbras la llegada del ansiado
momento. Así en la espera se te van apareciendo caras, nombres, lugares, ocasiones vividas y, por todo el
cuerpo te transita una corriente nerviosa que no te permite tranquilizar tu
espíritu. En la noche el sueño se resiste, tratas de recrear una película de lo
que será, no eres dueño de tu pensamiento que circula velozmente del ayer al
mañana. Así hasta llegar a un estado de ansiedad que en un sobreesfuerzo tratas
de calmar, hasta que el cansancio, sin tú darte cuenta, te sumerge en el placer
del sueño para despertar en el mismo lugar y soñar, ahora ya despierto, con el
encuentro tan suspirado.