domingo, 26 de enero de 2014

RECUERDOS

                El recuerdo siempre nos acompaña. Muchas veces pienso en la existencia del mismo en el nacimiento, una especie de recuerdo adquirido, al que le doy vueltas desde que lo leí en un libro de la canadiense Jean M. Auel: ”El clan del oso cavernario”. Allí habla de la memoria adquirida, cuando el homo sapiens aún no lo era, esta memoria se transmitiría a través de la tribu de forma espontánea y en el nacimiento, el individuo, según sus facultades, la iría rememorando en el tiempo. Ahora yo hablo de una  evocación  parecida, el bebé reconoce a la madre desde el mismo momento de nacer, sabe de los movimientos necesarios para mamar, de la utilidad del llanto para manifestar fastidio o deseo, de la complacencia de la risa. Así me hace pensar en una información que ya contiene su cerebro.
                Poco a poco nuestra mente se va llenando de presencias, cada vez más de forma inteligente y que podremos evocar en un futuro.
                En el presente esas nostalgias, que ya poseemos, nos pueden marcar nuestras emociones y sentimientos. Nuestras sensaciones, a veces, vienen marcadas por esas otras que se han depositado en nuestro cerebro, hasta tal punto que en la mayoría de los casos somos productos de esos posos.




                En nuestra mente se acumulan tal cantidad de impresiones, que en momentos tenemos la necesidad de dejar espacio libre, con lo que vamos seleccionando para quedarnos, más a flor de piel, con lo que ha sido causa de gran satisfacción o tristeza y, que muchas veces nos perseguirán a lo largo del tiempo. Ahora bien, basta una imagen, un aroma, un encuentro, cualquier circunstancia hace que evoquemos situaciones de las que no éramos conscientes de su existencia. Cuántas veces nos pasa que el encuentro con un antiguo coetáneo nos trae imágenes de la infancia que ni las podíamos imaginar.
                Los recuerdos son capaces,  por sí solos, de crearnos un estado de felicidad o tristeza, según aquello que nos acuda en un relámpago de tiempo, volveremos a sentir la sensación de rabia o alegría, a veces, con la misma intensidad del instante en que ocurrió la realidad. Llegando incluso a sentirlo con tal ardor que nos estremecemos y nos da miedo de su poder. Caricias, palabras, llantos, penas, felicidad, amargura, risas, pasión, han vuelto a mi evocación con tal viveza que en esa fracción de segundo no distinguía lo que era la realidad.




                Estas reminiscencias son necesarias, positivas o negativas. Nos aclaran quienes hemos sido y nos proyectan al futuro, a algunos nos marcan definitivamente y, pueden ser, en casos, el único motor que nos lanza hacia el mañana.

                Mi vida transcurre en la añoranza, las necesito y me sumerjo en ellas para encontrar nuevas ilusiones que me ayuden a superar mis estados de melancolía. Los momentos de felicidad que me han rodeado: sonrisas, caricias, besos, conversaciones, viajes, lugares, sensaciones, susurros, palabras, miradas, deseos, pasiones; cuando emergen con claridad mi cuerpo se llena de gozo, mi piel vuelve a sentir las mismas caricias, mis oídos escuchan su voz, sus aromas me saturan de matices… claro tampoco puedo evitar que me acudan derrotas y tristezas; entonces mi ser se plomiza y las lágrimas acuden a bañar mi rostro. Aunque todo sirve para traerme la realidad viva de ella: Rosario.








Fotos de internet. Se retirarán a petición



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