miércoles, 8 de junio de 2011

San Isidro

                Escribo esta nueva entrada cuando vuelvo de las fiestas de San Isidro y como siempre que voy al pueblo regreso lleno de alegría y felicidad.
                Alguien que lo quiera ver desde la indiferencia de fuera y no desde el afecto de los  que pensamos que Topares es algo diferente, pueden argumentar que había poca gente, que no había atracciones, que nada era diferente. Es igual, nuestra satisfacción es la de disfrutar de Topares, tal como es.
                El viernes doce, por la noche, se celebró la fiesta de los llamados  “nuevos amigos”, los vecinos de los alrededores venidos desde Rumanía. Nos mostraron sus bailes, su gastronomía en forma de dulces. Topares, si por algo destaca, es por su sentido de la acogida, así pudimos disfrutar de la fiesta todos a una, admiramos sus formas de bailar, su sentido del ritmo, todos fuimos partícipes de su alegría y sus costumbres.
                El sábado 14, por la noche, el conjunto, como en cada acto que se celebra toda la gente presente formaba parte de un todo; pequeños, medianos y grandes tuvieron su momento, por etapas. La fiesta se alargó hasta altísimas horas de la noche o a primeras horas de la mañana, como cada uno prefiera, yo me acosté a las cinco, inmensamente feliz, los que conocéis mi especial situación de los últimos  tiempos, comprenderéis que el ver a Rosario bailar y disfrutar de la fiesta vivamente me llenase de alegría y felicidad.
                El 15, domingo, la festividad del patrón. A las doce y media, la misa, la gente con las ropas de las grandes ocasiones , hombres con traje y mujeres con sus  principales galas. Al final la procesión, parece que por influencia del santo se aplacó el frio y el sol aparecía radiante para obsequiarnos a ratos con sus mejores rayos.
                Nuevamente desde fuera, se podía pensar que éramos pocos, pero los que suspiramos por la relación de las personas, observábamos una ceremonia familiar, todos unidos, podíamos pensar en un paseo comunitario, de todo el pueblo. Los campos preciosos, el sacerdote bendijo todo lo bendecible y los agricultores marcaban cara de satisfacción viendo los sembrados verdes y frondosos.
                Para la entrada del santo se realizó la tradicional puja para ver quiénes eran los porteadores del mismo en la entrada a la iglesia. Corta pero no exenta de emoción, los propietarios de tierras se animaron ante la bonanza del año, implorando a San Isidro para que la cosecha se termine de cuajar. Los varales delanteros se subastaron en 150 € cada uno y los traseros en 100. La santa se entro en 100 y 60 € respectivamente. Además se recogió en los tradicionales pasos adelante y atrás otros 200 €. La Hermandad acordó que el dinero recaudado fuera para los damnificados del terremoto de Lorca, cuestión que quizás favoreció para que se alcanzara mayor cantidad.
                En mis tiempos de crio, hablamos en los primeros años de la década de los sesenta la fiesta era muy distinta, todo se resumía, prácticamente, en la misa y la procesión, ahora bien, recuerdo perfectamente la plaza de la iglesia a tope esperando el comienzo de la misma, todos  con las mejores ropas y dejando por un día las faenas del campo, en mi recuerdo se dibujan días soleados, de dos grandes filas en la procesión, en la que participaba solo San Isidro. Sin banda de música se lanzaban unos pocos cohetes a lo largo de la misma, también  antes de la misa como llamada a todos. Cierto año, cuando más concurrida estaba la puerta de la iglesia, por la circunstancia que fuera se escapó un cohete a ras del suelo y fue a estallar a la esquina de la que era la casa de la Pepa del estanco, por suerte no paso nada, pero si dio lugar a saltos y gritos y a un susto general.
                Como decía, entonces solo sabíamos de la existencia de San Isidro, no sabíamos ni que tenía mujer, su entrada era muy reñida, tengamos en cuenta que era, casi realmente, el único hecho diferenciador de la fiesta. Había verdaderos entusiastas de la subasta, otros le encantaba jugar a que le dieran alguna vuelta al santo, pasos adelante y atrás o alguna otra gracia. El caso es que la entrada se tomaba su tiempo y siempre era motivo de expectación y alegría. Los ofrecimientos eran en fanegas de grano o diversos productos de la ganadería y era un momento para que los agricultores más pudientes demostraran delante del pueblo su progreso y categoría social, los que al final entraban al santo eran considerados como los más influyentes, aunque a algunos de los tenidos como más importante su sentido de la generosidad no les permitía pujar muy alto, preferían el conservar lo suyo al honor de entrar al santo. Tener en cuenta que solo eran cuatro brazos para entrar y participaban los pudientes de Topares y todas las cortijadas de los alrededores. Los mismos que portaban al santo o sus testaferros podían dar limosnas para que el mismo se acercara a la puerta, incluso alguna vez se situaba en la misma entrada y otro daba otra limosna más grande para que volviera a la tapia, así pasaba el momento y los chiquillos, como siempre en primera fila, disfrutábamos de la lucha de los mayores. Finalmente el santo entraba y se finalizaban las fiestas, como mucho que por la tarde se organizara algún baile de parrandas o pasodobles, pero raramente. Los vecinos se iban a comer el arroz u otra comida que fuera un poco más notable de lo habitual y a la tarde cada uno volvía a sus ocupaciones.
                En aquella sociedad se vivía con más intensidad la influencia de lo divino y el papel de la cosecha era fundamental en la economía del pueblo, por eso la disposición a la fiesta cambiaba mucho según iba el año, cuando la sequía reinaba todo era más triste y pobretón, en los años de gran primavera y perspectivas de buena cosecha la alegría y esplendidez dominaban los actos.
                A principios de los años setenta se conjuraron los próceres del pueblo y junto con la Hermandad de Ánimas para poner en marcha lo que serían las fiestas de San Isidro. En esos años iniciales fueron unas grandes fiestas, visitados por gran cantidad de gente de los pueblos colindantes, María, Velez-Blanco, Velez-Rubio, numerosos actos se celebraban a lo largo del fin de semana. Concursos de tiro al plato, corridas de cinta, concurso del manejo de los tractores, exposiciones de maquinaria agrícola, grandes bailes con excelentes conjuntos de la época, con actos significativos para la elección de la reina  de las fiestas y sus damas. Eran fiestas elaboradas con gran entusiasmo y dedicación.
                Eran otras circunstancias, las fiestas eran donde se hacían cosas que el resto del año no ocurrían, se salía al bar en familia, no solo los hombres, se bailaba, venía mucha gente al pueblo, era diferente. Primero fue la despoblación, cada vez menos gente, ahora parece que todo el año es una fiesta, durante las mismas no haces nada que no puedas hacer durante el año. No solo están las fiestas de tu pueblo sino que vas a todas las de los alrededores, además fiestas con cualquier excusa, así es difícil encontrarte un fin de semana que no se celebre algo, hasta el fútbol es un motivo para organizar una fiesta, y cuando no hay nos la inventamos, el caso es que hoy parece que lo más importante es la diversión y el pasárselo bien. En tiempos pasados la necesidad de comer y cubrir tus necesidades te ocupaba el mayor tiempo de tu vida, por eso cuando llegaba el “DÍA DE LA FIESTA” había que aprovecharlo al máximo, claro que ese máximo hoy nos parecería una chiquillada, ese día podía ser tomarte una cerveza, un cubata o comerte un pastel.
                También la importancia del agricultor ha decaído, otrora la importancia se medía por las fanegas de cebada o trigo que recogías o las ovejas que tenía el rebaño, ahora medimos por el dinero que llevas en la cartera, el coche más grandes o cuando no por la cantidad de préstamos que tienes, eso ha hecho que las pequeñas cosas por las que se ha movido el pueblo dejen de ser importantes y así la vida en Topares transcurre como la de cualquier otro lugar de España, menos mal que nos queda la calidez  de sus vecinos, la belleza de sus campos y la tranquilidad  de sus espacios.
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