Al llegar la Semana Santa, el
párroco con la ayuda de la Hermandad de Ánimas traía a sacerdotes y frailes
para la realización de ejercicios espirituales y charlas cuaresmales, además de
ayuda para los actos propios de la semana santa. Estos ejercicios y charlas
iban dirigidos a tres grupos. Jóvenes, mujeres y hombres.
Con los jóvenes yo me quedaba
encandilado mirando el salón a través de los cristales, viéndolos jugar en los descansos
a diferentes juegos como el pañuelo y soñando con el momento en que yo también
pudiera participar de esos ejercicios y de esos juegos. Recuerdo la emoción de
un día, se iban a comer a sus casas y cuando terminaban regresaban al patio que
llamaríamos después del teleclub, pero antes de hacer nada. Entonces estaba el
camino que llevaba al motor para la luz, y el desagüe al lado del muro del
salón. En medio era un cerrillo de tierra acumulada de cuando habían levantado
las sepulturas, era el cementerio antiguo del pueblo, para llevárselas al campo
santo nuevo y allí tomaban el sol en espera de empezar la sesión de la tarde.
Yo fui con alguno de mis tíos y estuve tomando el sol en el patio, ese rato fue
suficiente para sentirme todo el día como mayor, qué poco necesita un niño para
ser feliz.
De los ejercicios se contaban
muchas historias. En los años 60 la iglesia vio la necesidad de proporcionar a
las mujeres cristianas el conocimiento y los instrumentos suficientes para el
control natural de la natalidad. Así en unos ejercicios les explicaron la
técnica debida a un médico japonés llamada Ogino, basado en el control de los
días fértiles. Entre que la base científica del método no era muy sostenible y
que los cálculos no siempre se harían bien, el caso es que al año siguiente
hubo un aumento de población significativo en el pueblo.
También en otro momento en los
ejercicios de los hombres, los sacerdotes y frailes que venían sabían despertar
en las personas los ideales cristianos y llevarlos a un estado de exaltación en
el que se podían comprometer a todo. Así un año el oficiante de turno embaucó a
todos los asistentes, hasta tenerlos dispuestos a lo que fuera con tal de ser
buenos cristianos. Los ejercicios terminaban con un acto solemne en que todos
pasaban por el altar y en una bandeja preparada depositaban, a la vez que
decían una especie de juramento, un papel con una promesa solemne. En aquellos
años, en el pueblo fuera del casino había poca cosa para el esparcimiento de
los hombres, así la mayoría de los votos iban en el sentido de no salir por la
noche al casino, de recogerse a una hora prudente y acciones por el estilo que
comportaban estar más en las casas. Nuevamente después se vieron los resultados
de tanto tiempo libre en la casa.
Todo esto ahora nos resultará
extraño, pero en aquellos años eran tan pocas las cosas que alteraban la rutina
diaria del pueblo, cualquier actividad que rompiera esa monotonía era vivida
con entusiasmo y empeño.
Se decia después,en plan de broma, que los que utilizaban el mètodo Ogino para el control de natalidad, eran padres de famílias numerosas...
ResponderEliminarRecuerdo que se invitaban a curas de otros lugares que hacían unos sermones, que te estremecian y luego por la noche tenías pesadillas. Hay que ver como cambian los tiempos!
Buenas tardes, Alfonso.
Gracias M. Roser. Por tu blog me he enterado que has estado delicada y te han operado. Espero que la recuperación sea rápida y maravillosa. Siempre digo que nuestra generación ha tenido la suerte de vivir entre dos mundos. Un mundo tradicional surgido de la misma tierra, de las relaciones entre las personal y éste mundo impersonal surgido de las tecnologías y el progreso y, aunque esté bien, con mucha más comodidad y oportunidades, a veces añoro aquel otro más escaso pero mucho más emotivo.
EliminarPetonets M. Roser y a curarse.