lunes, 3 de febrero de 2014

la mecedora de la abuela

En la anterior entrada, mi amigo Josep dejó un comentario en el que hablaba de la mecedora de la abuela, desde la que le contaban historias y le leían poesía. Su alusión me ha traído al recuerdo toda una serie de reminiscencias infantiles.


Topares, sabéis que es un pueblo muy pequeño, mi primera infancia transcurre sin televisión, los juegos dependían de nuestra inventiva y la electricidad de la que disponíamos era producida por un motor de un molino, era solo para cuatro o cinco horas de la noche, a las doce la quitaban y no todas las noches había. En estas condiciones tocaba, sobre todo las noches de invierno, en reunirse alrededor de la chimenea o de la estufa. Los hombres marchaban al bar, al casino que decíamos entonces. Así en la casa quedábamos los muchachos con las madres y las abuelas, entendiendo estas de forma genérica, las mayores. Nosotros, infantes, estábamos ávidos de historias, de relatos, de recuerdos familiares, costumbres olvidadas del pueblo, anécdotas y chascarrillos de los vecinos. Todo contado con esa voz dulce de los mayores, pausados, sin grandes aspavientos y con mucha ternura, boquiabiertos, demandábamos al acabarse una leyenda, otra y otra, así hasta que la madre nos mandaba a dormir sin contemplaciones, a pesar de nuestra protesta no nos quedaba más remedio que obedecer, pues también, entonces, las cosas se decían una sola vez.
                Nuestras cándidas mentes se iban llenando de conocimientos, de la memoria familiar, del pueblo, todo transmitido de forma oral, que la hacía más viva y que iba pasando de generación en generación. Ahora, tristemente, pienso que hemos sido los últimos depositarios de esos saberes y cuando llega el momento de que nosotros transmitamos esas sapiencias nos encontramos que han desaparecido las mecedoras y las sillas de anea, ahora toca sillones y sofás, proyectadas, acomodadas hacia la voz altoparlante de la casa: la televisión y todo orquestado por el rey del hogar: el mando a distancia. Así la dulce voz de las abuelas ha sido desplazada por la vociferante de los presentadores y colaboradores de la caja tonta. Estaremos al tanto de todos los chismes de los famosillos pero desconoceremos la historia de nuestra familia y de nuestro pueblo.


                En casi todos los domicilio había una caja de fotos, en el mío era de pañuelos, plana y alargada, amarilla cadmio y cuadriculada con líneas azules. Invariablemente, cuando nos atacaba un resfriado o nos acudía la fiebre, había que guardar cama, bien tapado, no se podían sacar ni las manos. Cuando la calentura aflojaba era el momento en que te dejaban la caja de las fotos, una de las pocas cosas que podías hacer para matar el aburrimiento que el catre te producía. Cada foto llevaba una historia, te contaban quien era cada uno, con exquisita paciencia te dedicaban su tiempo para darte a conocer los hombres y mujeres de la familia, del pueblo. Muchas veces acarreando nuevas fábulas y episodios del pasado. Así se fue llenando nuestra infancia de imágenes y sonidos, de vidas y costumbres, de sentimientos y emociones.

                De esta suerte no extraña, que ya subidos de años, en ocasiones busquemos una vieja mecedora, ya desvencijada y, acurrucados en su suave balanceo miremos a la luna recordando las palabras de nuestras madres y abuelas, melodiosas, dulces, creándonos mundos de fantasías y reseñas del pasado.








Fotos de internet, se retirarán a petición

4 comentarios:

  1. Y los guardamos como un tesoro, todos esos momentos que desafortunadamente se han ido perdiendo. La velocidad del progreso que nos transmuta en seres sin nada que decir, dejando al azar el conocimiento de la verdadera belleza. Historias e imágenes, olores y sabores de todo lo que es importante para entender la vida.

    Aferradetes ben fortes i gràcies per compartir lletres i sentiments. :)

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    1. ¡Qué razón tienes sa lluna! La celeridad que aplicamos a nuestras actividades, en más ocasiones de las deseadas, nos lleva a perdernos la belleza de los momentos sencillos, tiernos, humanos, a saborear aquello que nos ofrecen desinteresadamente los que nos rodean, los que nos aprecian, la naturaleza, la vida.
      Gracias por tu atención y delicadeza, luna resplandeciente. Petonets

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  2. Amigo, Alfons, tenemos más información pero menos conocimientos. Y has estamos perdiendo la capacidad del amor hacia los semejantes. Esta máñana, hace una hora he ido a comprar el periódico, El ARA, porque esta noche hablaban en la radio que ha muerto una periodista que trabajaba como columnista en este diario desde hace muchos años y en Catalunya ràdio otros tantos. Ella es Tatiana Sisquella que luchaba contra el cáncer desde 26 de marzo de 2007, conocida como la 'Tatimòbil'. por lo mucho que se movia de un lugar a otro con velocidad.
    Bien pues a pesar de estar la libreria llena de gente, todos la conocian pero nadie ha sido capaz de decir:"Que pena".
    Una abraçada molt gran.

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    1. Tienes razón Josep. En los pueblos pequeños todavía se mantienen relaciones afectivas entre todos los vecinos, aún solemos interesarnos por el estado de los demás. Pero con todo, cada vez nos aislamos más en nosotros mismos y somos menos capaces de estremecernos ante lo que les ocurre a los que no son de nuestro entorno más cercano. A veces pienso que nuestro cerebro no evoluciona con la rapidez que lo hacen los tiempos.
      Un gran abrazo.

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