miércoles, 16 de mayo de 2012

San Isidro 2012



Vuelve San Isidro, como cada año vuelve San Isidro. Pero este año un San Isidro mustio, marchito. En tierras de secano, el agricultor, el artesano de la tierra, mira todo el año, otoño, invierno y primavera, buscando en el firmamento las nubes que anuncien agua, que presagien que las sementeras se llenarán de espigas, de verde brillante, alfombras esmeraldas que la brisa mostrará en marcas de agua y que profeticen un verano de cosecha, de trabajo sí; pero, de ilusión, abundancia y prosperidad.
El campo en 2012

el campo en 2011

Tenemos que evocar el año pasado, un San Isidro eufórico, los mismos campos, ahora desmayados, estaban  cubiertos de cañas y espigas inhiestas hacia el cielo azul, preñadas de granos que pregonaban alegría, satisfacción. Predecían un estío de fecundidad, de entusiasmo por todo el trabajo realizado en las otras estaciones, felices de la productividad de su trabajo, de su laboriosidad, del esfuerzo aplicado para, eso sí, ayudados por la bonanza del tiempo y el agua, en el verano se llenaran los graneros de frutos, pequeñitos sí, pero testimonio de ese apego al terruño, del trato afectivo, delicado. A esa tierra madre que le devuelve el valor del sudor de su frente. Su atención, recompensada en granos multiplicadores,  es la verdad explicita de que su trabajo ha sido provechoso y gratificante.

La tristeza del campo es manifiesta en 2012
En 2011 el verde mandaba en el horizonte


Este San Isidro en mí ha sido muy especial, y parece que las anteriores palabras se convierten en parábola de mi existencia. En 2011, con Rosario a mi lado,  estaba lleno de vida, de ilusión, de esperanza; asomaba el beneficio de la curación, la vitalidad de su carácter inundaba todas mis actividades, rodeado de la alegría de su originalidad, del deseo, del amor. Todo parecía proyectarse en el verde de los campos, en la luminosidad de sus amapolas, en el lirismo de las margaritas. Nuestra vida se lleno de optimismo, de color, de primavera, de ganas de querernos, de expresarle a todo  lo que nos rodeaba nuestra felicidad, nuestro  apasionamiento. A cada instante nos llegaba un rayo de luz más resplandeciente, que se convertía en un brindis a la vida, al mañana. En nuestra mente florecían proyectos, de felices deseos, de ilusiones y fantasías. Nuestro júbilo desbordaba el espacio y se proyectaba al infinito en el mañana de Topares.

Ha pasado un año y volvemos a San Isidro, pero ahora árido, agreste, marchito, seco, donde no hay agua ni para las lágrimas; resecos los ojos de tanto añorar, de tanta soledad. Un mayo donde ya no brillan las amapolas, donde las margaritas han perdido sus pétalos y ya no podemos jugar a “me quiere, no me quiere”. Donde las espigas no florecen, cabizbajas, sin poder levantarse hacia el azul intenso, hacia el espacio abierto. Un mes de flores en que las ilusiones languidecen, perdiéndose en las simas de la obscuridad. Donde el calor, la brisa seca, va quemando, diluyendo, evaporando la frescura del agua, la juventud de los recuerdos, dispersando mustiamente la imagen tierna de la nostalgia.



(San Isidro es el patrón de Topares, en sus fiestas, los campesinos sacan al patrón en procesión para que bendiga los campos y que a través de su intercesión la cosecha del año sea magnánima con su esfuerzo y trabajo, garantía de un año fructífero. En los años, como éste, muy secos, los agricultores no están muy contentos con él y las ofrendas que les hacen no son muy esplándidas).



2 comentarios:

  1. Hola Alfonso!

    Supongo que todas las imágenes de santos se parecen, porque muchos imagineros “en serie” deben copiar de un mismo modelo. El caso es que me ha sorprendido ver la imagen de vuestro San Isidro porque es prácticamente idéntica (en cara, actitud corporal y vestimenta) a la del San Isidro que tenemos en la iglesia parroquial de Balsareny (Barcelona).

    Por otra parte, el desánimo de los agricultores cuando el año es malo también es cosa común. En Balsareny había un labrador a quien por apodo la gente llamaba “el Crema-sants” (el Quemasantos), porque a un antepasado suyo lo sorprendieron en la iglesia, un año de malas cosechas, quemando con un cirio el pie de la imagen de San Isidro, mientras le recriminaba agriamente el poco caso que había hecho a sus plegarias.

    Esta anécdota, verídica, perduró en la memoria popular y en el apodo o mote de los descendientes del labrador indignado, que se lo fueron pasando de padres a hijos. El hecho debió de suceder a mediados o finales del XIX, por lo que la imagen “agredida” no fue la actual, sino una anterior que fue destruida durante la guerra civil y cuyo aspecto, por tanto, desconozco (aunque no debía diferir mucho de la que compartimos hoy Balsareny y Topares).

    Un abrazo.
    Ramon

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  2. Hola Alfonso!
    Ya lo creo que duele ver la diferencia de paisaje entre un año y otro. Esto me lleva a pensar lo injusto que resulta tanto trabajo perdido. Es cierta la observación de Ramon en referencia a San Isidro. Yo también lo he visto en otros altares y es igual. Se casó con una sencilla campesina que también llegó a ser santa y ahora se llama Santa María de la Cabeza (no porque ese fuera su apellido, sino porque su cabeza es sacada en procesión en rogativas, cuando pasan muchos meses sin llover).
    Alfonso, yo entiendo a los agricultores de Topares que son creyentes. Pasarse un año rogando al santo para luego no recibir ni una gota de agua es para estar muy enfadado.
    Un abrazo

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