viernes, 10 de febrero de 2012

Topares

Topares, nevado en 1932, vislumbramos el árbol de la iglesia, ésta no aparece igual, entre otras cosas no tiene adosado el salón, al fondo intuimos la carretera. Las construcciones han cambiado mucho, es parte de nuestra historia.



Hoy me apetece escribir sobre Topares, solamente Topares, las emociones que me produce, lo que significa en mí, la necesidad del pueblo.
Nuevamente nevado, han pasado unos años, pero todavía se observa un cierto aire de antes

                Topares, palabra que me provoca toda una serie de circunstancias, misterios y pasiones. Acoge en si el sentido de lo íntimo, de aquello que no se ve desde fuera, que nadie llega a él si no se muestra, asoma. Y cuando alguien, sorprendido, por casualidad, arriba. Se muestra atónito, sorprendido, vislumbrado por algo tan coqueto, tan recogido.
Las rejas de las casas, sus tejados, formas geométricas que le dan un aire de sencillez, de humildad, sin apenas arabescos, lineas rectas desprendiendo lo superfluo, marcando la pureza de sus habitantes


                Topares se muestra como el objetivo, la meta, nunca es paso de nadie, es el destino hacia el que nos dirigimos y, así, inmóvil, nos espera tranquilo, seguro de su importancia, apacible, sereno, quedo, escondido tras la revuelta para que gocemos de ese momento en el que se nos revela. Su figura  nos invoca a dos brazos abiertos, acogedores, dispuesto a encerrarnos en un fuerte y tierno abrazo. Satisfecho, orgulloso de saber que tras nuestra partida, siempre volveremos.
                Topares es la madre, la matriz, el lugar del que salimos y siempre querremos volver. Cuando jóvenes y permanecemos dentro, se adueña de nosotros una necesidad de salir, ansiosos de la hora en la que iniciemos nuestro propio vuelo, la exigencia de iniciar nuestra andadura por un mundo sin lazos que nos aten, sin vínculos que nos retengan junto a lo tradicional. Después, como va pasando el tiempo, cuando la madurez va apropiándose de tu vida, se va formando en tu ser la obligación imperiosa de volver a encontrarnos, a sentirnos inmersos en sus calles, con sus gentes, disfrutando de su aire, de sus tierras, de sus misterios, de su serenidad, de su afabilidad, de su transparencia, de su alegría, de su vida.
Hoy las carreteras nos acercan al exterior, por eso también volvemos más frecuentemente. pero en nuestra mente perduran recuerdos de carreteras de piedras y caminos llenos de baches

                Topares, en la lejanía, encierra el valor de lo que no tenemos pero nos pertenece, aquello de lo que hemos tenido que desprendernos en el camino, pero que persiste en nosotros, sabedores de que siempre lo tendremos ahí. Para que, aunque solo sea por unas horas, unos días, meses podamos rescatarlo. Si bien, a veces, cuando regresamos esas horas, podamos tener la percepción que nuevos moradores, o jóvenes que ya no conocemos, nos lo han secuestrado, usurpado, siempre sabremos que Topares también es nuestro, que somos raíz y esencia de aquello que ellos ahora disfrutan diariamente. Que somos comienzo y fundamento de ese paraíso recóndito, perdido en la llanura lejana y, solo marchamos, porque en algún momento de nuestras vidas, forzada o voluntariamente, hemos creído que el futuro de nuestras vidas estaba más allá del Collado o Macián.


                Cuando estamos allí nos apoderamos de todo. De sus gentes, sus sentimientos, emociones. Disfrutamos de cada soplo de aire que respiramos, de cada estrella que reluce en su cielo, de cada calle que recorremos, de cada conversación que mantenemos, de cada instante que pasamos en sus bares, de cada brisa que nos refresca en el verano, de cada copo de nieve que nos visita en el invierno. Saboreamos el afecto de los que nos rodean, de no sentirnos violentados por nadie, ni por nada. De mirar alrededor y reconocer en todo lo que nos envuelve, personas, casas, entorno, afecto, simpatía, amistad y no advertir a nada, a nadie que te pueda hacer daño, que quiera un mal para ti.
                Nos sentimos en él dichosos, felices, encantados de gozar de sus momentos, sus vecinos, su vida.
El cerro Gordo es un faro que nos acompaña en nuestra ausencia, tanto da su altura real, para nosotros es un coloso, símbolo de lo inmenso y que nos llena de alegría cada vez que en nuestro acercamiento lo atisbamos en la distancia.

Nuestros campos dorados nos evocan tiempos de verano, vuelta al pueblo, y a otros tiempos en que esos campos se llenaban de segadores, de carros acarreando, de vida, de movimiento.



Hoy en Topares vemos árboles, otrora los podíamos contar con los dedos de la mano, además azotados por la dureza del invierno parecía que nunca serían mayores.

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