sábado, 11 de febrero de 2012

Cumpleaños infeliz


Querida, añorada, recordada, amada Rosario: 
                               Hoy cumplirías 60 años, nada más que 60 años y ya me has dejado, nosotros que soñábamos con nuestra vida de mayores en alguno de nuestros paraísos. Recuerdo que cuando novios, cuando ya se asomaban signos de que nuestro proyecto en común era para su continuación en el tiempo de los tiempos, estando en Barcelona, en una de las cartas te escribía mis deseos y sueños de vernos ya mayores, sentados en una mecedora, en una butaca, sillón, lo que fuera, delante de una chimenea, en la terraza en una tarde de verano, en una noche estrellada, sin nada más que hacer que disfrutarnos, mirarnos, hablar de nuestras pequeñas cosas, o con un libro en la mano, o haciendo ganchillo. En definitiva disfrutando del tiempo, del aire, de nosotros. Sin prisas, sin agobios, sin nada que nos apremiara, solo sintiendo el placer del momento, del entorno, de querernos.
                Ya ves y resulta que ya te has ido, como si pensaras que el trabajo en este mundo ya lo habías concluido. Nos has dejada a Adrián y a mi sin referencia, sin tu ayuda, sin tu guía. Y a mí, sobretodo, sin el futuro, sin el futuro en tu compañía.
No importaba la edad, siempre en tu cara se reflejaba
 la juventud, la ilusión, la alegría.
                
















Durante estos días anteriores sentía mi cuerpo destrozado, descompuesto, desazonado. Durante muchos segundos me acudía la necesidad de comprar tu regalo, para al instante recibir la sacudida de la triste realidad, de que ya no cumplirías más años. También esta mañana al despertarme he sentido la amargura de no poder desearte feliz cumpleaños, de no ver la reacción ante el regalo, de no poder ofrecerte mis besos de amor y ternura, de admiración. De no poder hacer planes para el día, de no tenerte a mi lado.
Durante todo el día he sentido la exigencia de decirte cuanto te he querido, cuanto te quiero, de lo importante que has sido en mi, de recordarte en cada momento. Y he recitado una y otra vez, esta poesía que me ha llegado para encontrarme en ti, para vivir en ti, para sentirte en mí, tratando de encontrar un consuelo que no hallo.



Cuando yo me vaya 
           no quiero que llores, 
quédate en silencio, 
           sin decir palabras
y vive recuerdos, 
           reconforta el alma. 
Cuando yo me duerma, 
          respeta mi sueño 
por algo me duermo; 
          por algo me he ido...
Si sientes mi ausencia, 
          no pronuncies nada, 
y casi en el aire, 
          con paso muy fino, 
búscame en mi casa, 
          búscame en mis libros, 
búscame en mis cartas, 
          y entre los papeles 
que he escrito apurado. 

Ponte mis camisas, mi swueater, mi saco, 
y puedes usar todos mis zapatos. 
Te presto mi cuarto, mi almohada, mi cama, 
y cuando haga frío ponte mis bufandas. 
Te puedes comer todo el chocolate 
y beberte el vino que dejé guardado. 
Escucha ese tema que a mi me gustaba, 
usa mi perfume y riega mis plantas. 
Si tapan mi cuerpo, no me tengas lástima, 
corre hacia el espacio, libera tu alma, 
palpa la poesía, la música, el canto 
y deja que el viento juegue con tu cara. 
Besa bien la tierra, toma todo el agua 
y aprende el idioma vivo de los pájaros. 

Si me extrañas mucho, 
           disimula el acto, 
búscame en los niños, 
           el café, la radio 
y en el sitio ése 
           donde me ocultaba. 
No pronuncies nunca 
           la palabra muerte. 
A veces es más triste vivir olvidado 
          que morir mil veces y ser recordado. 
Cuando yo me duerma, 
          no me lleves flores 
a una tumba amarga, 
         grita con la fuerza 
de toda tu entraña 
        que el mundo está vivo 
y sigue su marcha. 
        La llama encendida 
no se va a apagar 
        por el simple hecho 
de que no esté más. 
         Los hombres que “ viven” 
no se mueren nunca, 
         se duermen de a ratos, 
de a ratos pequeños 
         y el sueño infinito 
es solo una excusa. 

Cuando yo me vaya, extiende tu mano 
y estarás conmigo sellada en contacto, 
y aunque no me veas, y aunque no me palpes, 
sabrás que por siempre 
estaré a tu lado. 

Entonces, un día, 
         sonriente y vibrante, 
sabrás que volví 
         para no marcharme.

Es una poesía de Carlos Alberto Boaglio, poeta argentino y que se encuentra en el libro "En 


voz baja" de la editorial Santa María


Donde estuvieras, con quién estuvieras, tu sonrisa invadía la estancia,
contagiaba a los demás, llenaba de felicidad a  todos.


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