lunes, 25 de abril de 2011

La escuela

Quiero escribir de cómo era nuestra escuela, la de los niños. Estaba situada en la casa que vive el inglés. Tenia la misma entrada con la misma cancela, en  la que en el invierno esperábamos la hora de entrar, todos apretujados, protegiéndonos del frio y jugando a ver quién podía juntar las yemas de los dedos. A las diez entrábamos, pasado el umbral  de la entrada, a mano izquierda estaba la puerta de acceso a la clase.
            Desde la misma,  a la izquierda había cuatro filas de pupitres unidos, con un gran banco desde la pared hasta la altura de la puerta, a veces se utilizaba el último banco para atrancarla y que no se abriera. En cada fila se colocaban 5 o 6 niños. El pupitre era una especie de mesa larga y estrecha, tenía una parte alta, plana, donde se ponían los lápices y que conservaban el orificio donde se colocaban los tinteros de cuando se escribía con pluma, cuando yo entré en la escuela todavía se usaban, pero cuando llegué a utilizar la tinta ya lo hacíamos con bolígrafo. Después una tabla inclinada para poder escribir más cómodos y articulada con la  superior para poder levantarla que daba acceso a un cajón, donde guardábamos la cartera y en algunos casos la merienda. Alguna vez, un alumno metió un grillo en el pupitre y se revolucionó toda la clase.
            Cuando terminaban las hileras de pupitres había dos mesas cuadrangulares, también ocupadas por alumnos, seis u ocho en cada una, el espacio había que compartirlo para que cupiésemos todos, estas mesas se situaban a la altura de la ventana y a la derecha, en la pared estaba la pizarra, de madera y ya bastante perjudicada servía para las explicaciones de las lecciones, dónde nos ponía los deberes y para salir nosotros a las cuentas y a resolver los problemas que nos mandaba para casa.
            Hasta aquí la primera parte de la sala, Unos pilares rectangulares y adosados a la pared servían de pórtico a un  nuevo espacio dominado por la mesa del maestro, colocada encima de una gran tarima desde la que se dominaba toda la estancia. En la tarima a veces nos sentábamos los más pequeños alrededor de la mesa cuando el maestro nos contaba alguna leyenda de  la historia sagrada o de España, las dos estaban más cerca de la fantasía de los cuentos que de la realidad. Esta tarima era rodeada por los mayores cuando salían a dar la lección, alrededor de ella se disponían en orden al saber, el maestro empezaba preguntando al primero, cuando no se sabía algo pasaba al siguiente de la fila, así hasta que alguno sabía la respuesta y adelantaba en la cola hasta pasar al primero que había fallado. Cuando alguno conseguía pasar del último al primero, el afortunado paseaba, todo ufano, delante de todos hasta el primer puesto.
            Mirando desde la entrada a la mesa del maestro, a la izquierda al lado de la misma había dos bancos formando esquina,  en los que se sentaban los más pequeños. Nos pasábamos toda la mañana y la tarde haciendo lo que se denominaba “palotes” y caligrafías sencillas que nos ponía el maestro, cuando avanzábamos un poquito ya pasábamos a pequeños copiados. El maestro “nos daba” todos los días de leer y escuchábamos las explicaciones a los mayores y observábamos como se desarrollaba la clase diariamente.
            A la derecha del armario estaba el espacio, como de almacén, lo presidía un armario donde se guardaba todos los papeles de la escuela y el material de clase. Al lado los mapas, la estufa y diverso material del aula. También se guardaba el saco de la leche en polvo, que una vez a la semana nos repartía el maestro y que nos encantaba meter el dedo mojado en la misma y chupárnoslo, esta leche era de la “ayuda americana”, que tan bien quedó retratada en la película: “Bienvenido Mister Marsall”.
            El suelo de la escuela era de un cemento, ya bastante deteriorado, por lo que en ciertos sitios se había convertido en tierra. Las paredes se recubrían de mapas t diferentes láminas. La luz nos entraba por una gran ventana, en medio del aula a la izquierda y está de más señalar que no había luz eléctrica por lo que en los días muy nublados se nos hacía difícil ver.
            Las clases eran de lunes a sábado, sí leéis bien, el sábado y completo. Los jueves por la tarde no había clase y el domingo tampoco.

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