lunes, 11 de abril de 2011

infancia

Quiero empezar escribiendo de nuestra infancia, la escuela y los juegos. En los años 60, la escuela de niños y niñas, separados claro, estaba en la casa en la que actualmente vive el inglés y que hemos llamado de Virginia o de Francisco de los Almagreros. En planta baja estaba la escuela de los niños y la casa del maestro, en la parte alta la de las niñas y la vivienda de la maestra.
A la hora del recreo disponíamos realmente de todo el pueblo, pero casi siempre el recreo se concentraba en la puerta de la escuela. Las niñas se colocaban más delante de la casa, en la puerta de Isabel y delante de las cocheras de los panaderos. Los niños utilizábamos más el espacio delante de ls apartamentos que entonces conocíamos como la casa del cura. Muchos días nos desplazábamos a la explanada delante de lo que era el molino y  la porchá de José Manuel. Allí jugábamos al frontón en la pared de la casa de Doña María y al “marro”. Una especie de pilla-pilla, se colocaban dos equipos frente a frente teniendo de referencia dos piedras, como formando una portería. Salíamos desafiantes al espacio entre ambos y se trataba de salir a coger al contrario, a la vez otro del equipo contrario salía a coger al perseguidor y así sucesivamente. El que podía coger era el último que había abandonado su línea. Los que eran cogidos quedaban como presos en las piedras del contrario y entonces se trataba de liberarlos llegando hasta la portería contraria y tocándoles, cuando esto ocurría, los presos corríamos entusiasmados hasta nuestra parcela saltando de alegría y vuelta a empezar.

Topares desde los pinos en principios de los años 60
             Eran días de felicidad, para el juego continuo diario se llevaban los barrios, de la calle mayor hacia arriba y hacia abajo. Pero en los grandes juegos se rompía y nos juntábamos todos. Estos casos eran para jugar a la “guerra” y al fútbol. Si la guerra era de pistolas nos encontrábamos muchas veces en los alrededores de la iglesia, pero si se trataba de espadas el lugar preferido es la vaguada que había, y que ahora atraviesa la carretera, entre los dos cerros, donde estaban las casas y el cerro de enfrente, de los almendros. Cada bando nos situábamos en uno de los cerros, y bajábamos hasta la vaguada montados en nuestros hipotéticos caballos, marcialmente formados y convencidos de ir a la gran lucha. Cuando llegábamos a la vaguada se producía la lucha, cada uno buscaba a un contrario al que pensaba que podía ganar y si eras tocado debías permanecer en el suelo, perfectamente muerto hasta que se declaraba un bando vencedor.
           
 El fútbol lo practicábamos en las eras, la más utilizada era la de al lado de la gasolinera, la llamábamos la de Rafael de la María Josefa, donde ahora están los chalets. Pero en los días importantes íbamos al prado, en lo que llamamos “Las ollas”, ahora cultivado pero en aquellos años sin labrar y a nuestra entera disposición. Nosotros llenos de fantasía, soñábamos que jugábamos en un gran campo de césped.
            Otro juego que alcanzó gran popularidad y “profesionalidad” entre nosotros, los niños, fueron lo toros. Se dieron dos circunstancias, Bernardo, hijo de Antonio el Zaque, se fue de “maletilla” regresando al tiempo y contándonos sus aventuras. Además las tardes de toros iba todo el pueblo a ver la televisión. Y nosotros jugábamos a emular a los Diego Puertas, El Cordobés o Paco Camino. Fabricábamos muletas, banderillas, estoques, todo el material necesario para celebrar una corrida, público que pedía las orejas. Éramos toro, torero, picadores, caballo de picador, banderilleros. Recuerdo que en una era que había encima de la casa que era de Prudencio, el padre de Eufemio y Ricardo, había carros y algunas tablas y los pusimos para formar un auténtico ruedo. Como digo íbamos haciendo también de toro y nos enfadábamos cuando salía alguno que era más borde de lo normal, claro todos buscábamos el lucimiento y alguno salía con ganas de cogerte y hacerte la puñeta.
            Recuerdo aquellos años como de felicidad. Aunque entre nosotros siempre podían surgir pequeñas “peleillas”, al momento estábamos de nuevo jugando todos juntos. Dominábamos todos los espacios del pueblo y cada día que empezaba era un proyecto de alegría y felicidad.

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