sábado, 10 de noviembre de 2012

Adrián y Rosario


Adrián se encuentra en Polonia, hace más de un año de la muerte de Rosario y su recuerdo me persigue y me da vida en cada momento.
                La lejanía de él, en ocasiones, aviva mi soledad hasta ahogarme en el silencio, que me deja postrado en un estado de indolencia. Menos mal, que a la vez, cuando llegamos a una edad, la ilusión de nuestros hijos nos hace  superar emociones y sentimientos, que nos ayudan a dominar nuestros estados carenciales.
                Contemplar la lucha por establecer su propio futuro, ver como construyen, Mª José y él, su especial proyecto de convivencia y amor, como avanzan en su madurez. Así  hacen que florezcan tus recuerdos juveniles, cuando luchabas por conseguir tu personal espacio, tu particular mundo y, ahora, reconocerles el derecho a fabricar, proyectar su  apropiado universo, el espacio donde avanzar, vital, imprescindible. La observación del camino que recorren te hace  superar tus angustias y debilidades.
                Y, al fondo de todo, Rosario, siempre presente y siempre ausente. Orgullosa de que exploren su propia aventura, de que adquieran su particular experiencia, ilusionada con que su relación se vaya componiendo. Ella, siempre optimista, nunca sentía la angustia del mañana, convencida en que el futuro sería esperanzador.  Siempre con  actitud positiva ante la vida, era el contrapunto a mi pesimismo, a mi angustia del mañana. Siempre su convicción me vencía y producía que los nubarrones de la vacilación se levantaran para dejar un cielo azul de ilusión y confianza. Ahora solo, me vence muchas veces la congoja de qué vendrá mañana, que me hace no disfrutar del presente. Incluso, cuando me encuentro bien, temo  que algo suceda y cuando se  cristaliza el problema no aparece en el horizonte ninguna solución
Pero en su muerte nos encontrábamos plenos el uno del otro. No había actividad en la que no participáramos de ilusiones recíprocas. La ilusión de uno seducía a los dos. Si yo hacía bicicleta ella me admiraba por hacer ejercicio, si era ella la absorta con sus labores manuales, yo quedaba embelesado viendo su destreza, la facilidad para desarrollar el arte.
                Así vivimos cada momento. Ya agónica, quizás expirada, creyendo aquello de que el oído es el último sentido que se pierde, no cesaba de susurrarle, ¡te quiero! Un te quiero lleno de vida, con la misma pasión que muchas otras veces se lo había dicho, con las mismas ganas de seguir acariciando aquel cuerpo que se iba marchando, placiéndome bello, deseable, atractivo, como a ella le gustaba definirlo. Sintiendo el mismo deseo de siempre, con la misma pasión.

1 comentario:

  1. Cada vez que leo un comentario tuyo haces que se me haga un nudo en la garganta. Yo también me acuerdo mucho de la tita...Te quiero mucho...Tu sobrino Eduardo

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