Hoy,
24 de septiembre hace un año que murió Rosario, que la perdí: mi compañera, mi
amiga, mi musa, mi ilusión y sobre todo mi amada, mi amante. Ha sido un año
lleno de recuerdos, de tristezas, de sueños, de soledades, de pérdidas…
Nuestra alegría, nuestra ilusión, no se esperaba, no adivinaba, que las lágrimas se instalarían en nuestros corazones |
Sería inexacto si no hablara
también de momentos de alegría, normalmente vinculados a mi hijo y Mª José,
también a la atención de los amigos y amigas. Sentir el calor cálido de sus
abrazos, de sus caricias, me ha envuelto el afecto de sus voces, el interés de
sus preocupaciones por mí, la dulzura de sus lágrimas, el bienestar que me han
producido sus atenciones, la satisfacción de sentir sus cercanías.
Las células de mi piel y las
fibras de mis sentidos han reconocido el amor que me dispensáis, han vibrado
ante cada muestra de cariño que me habéis dispensado. Cuando se han quedado
marchitas por la pérdida de Rosario, en la tenebrosidad de mi soledad, vosotros,
con vuestros abrazos, vuestros
sentimientos, vuestras atenciones,
vuestras palabras enternecedoras, habéis hecho que se reanimen, que
renazcan y me habéis ido meciendo hasta
sentir la serenidad, una entrada a la paz, una entrada al mundo de los
sentimientos que a los humanos nos hacen más dichosos, más amigos, más sensibles.
Pero también está esa locura que
me desgarra. ¿Por qué? Por qué tanta vida se esfuma como de tapada, por qué
tanta juventud eterna se evapora en unos segundos. Por qué con tantas ganas de
seguir compartiendo nuestro pasado, presente y futuro, se acaba en un pis pas.
Cuando aún atesoras tantas ilusiones
para llenar otra vida entera, llega la macabra realidad de tu pérdida. Cuántas
ilusiones por fabricar, por inventar, cuántas alegrías por transmitir, cuántos
proyectos por cumplir. Cuántos besos, caricias, noches de amor aún por
compartir. Cuando nuestro amor, enamoramiento, aún estaba por ilusionar, cuando
el árbol de nuestra pasión aún estaba por madurar, la cruel realidad nos lo
tala, lo arranca de raíz para que nunca más fructifique.
Me faltan tus besos, tus
caricias, tus entregas, tus impulsos, tus imprevistos, tus palabras, tus
silencios, tus risas, tus chistes, tus dudas, tu pasión, tus susurros, tu
música, tu baile, tu voz, tu alegría, tu contacto, tu calor, tu ternura, tu
comprensión. Me falta tanto que aún me pregunto cómo puedo vivir sin ti.
Ha pasado un año y tu figura
serena, tierna, amorosa no desaparece de mi mente. Ha pasado un año y me
pregunto qué puedo hacer sin tí, pregunto y pregunto sin encontrar respuesta.
Solo resisto, vivo en la soledad, en tu recuerdo. Rodeado de tu aura, de tus
ropas, de tus lugares, de tus caprichos, de tu memoria.
Me levanto, trabajo, como,
duermo, salgo, entro y nada me llena. Nada me hace sentirme feliz, motivado,
realizado. Todo es para ti, escribo para que te sientas orgullosa, trabajo para
que me admires, duermo para tenerte en mis sueños, como para que alabes el
manjar, salgo para compartir contigo el momento, me levanto para decirte buenos
días princesa. Todo ahora, sin ti, pierde el sentido, vegeto, deambulo en tu
búsqueda, sabiendo que nunca más serás.
Ha pasado un año y te sigo
viendo empeñada en no ser una molestia para nadie, en que los demás no supieran
de tus dificultades, en que no se transmitiera tu dolor, que nadie sufriera por
ti, en hacer feliz a la gente que te rodea, a la que querías. En querernos, en
que Adrián saliera adelante, tomara decisiones, se lanzara. En fin en lograr la
felicidad de los demás.
Pasado este año Adrián se ha ido
a Polonia y yo permanezco aquí, en la soledad, rodeado de tu presencia
fantasma. Recordando a cada instante nuestra dicha, maldiciendo continuamente
los desacuerdos que el orgullo y el ofuscamiento nos han producido, recreándome en nuestro amor, en
nuestra pasión, saboreando tus aromas,
registrando tu voz dulce, cautiva, alegre, tranquilizadora, voz de amante,
de amada, de amiga, pero siempre voz de corazón, de interés, de bondad.
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