Llevo los suficientes años en la
enseñanza, para haber conocido y a veces sufrido, demasiadas leyes de
educación.
En el tiempo considero que solo hay dos auténticas normativas: La de
Villar Palasí de 1971 y la LOGSE. Las que se han hecho posteriormente han ido
más encaminadas a deshacer la anterior, cuando no a la arrogancia del ministro
de turno para imponer su legislación. Así hasta acabar en la actual, la más
descarada de todas. Han proyectado una ordenanza ideológica, o para pagar las
ayudas recibidas en la campaña electoral. Por ningún lado veo mayor
preocupación por el trabajo diario en las aulas. Tengo la sensación que retornamos
a tiempos anteriores a 1971.
Esta, de 1971, fue una norma que supuso un
espaldarazo, sobre todo, a la enseñanza infantil y primaria. Las escuelas se
convirtieron en eje fundamental de todo el sistema educativo. Elevó el
prestigio de los maestros y en la escuela se vivieron años de entusiasmo y
dedicación. Como ha venido ocurriendo con las sucesivas, quizás, no resolvía adecuadamente
la enseñanza media y profesional, pero le daba una estructura a todo el
sistema.
La LOGSE ha sido el intento más serio de
una gran ley de educación. Adolece de no resolver acertadamente la enseñanza
media, pero introduce algo fundamental, la individualidad, en muchos casos, de
la enseñanza. Cada alumno es un individuo con unas características concretas y,
a veces, diferenciadas de las de los demás. Pero surge con un gran problema,
para cualquier disposición es fundamental que determine los recursos necesarios
para aplicarla y con qué vamos a financiar esos recursos. Por esa falta de previsión
en ningún momento se aplicó por encima del 50%. Todo quedaba en palabras
bonitas pero alejadas de la realidad. De los puntos más criticados estaban las
repeticiones de curso, pero nos tenemos que preguntar: ¿repetir para qué? ¿Para hacer lo mismo que el año
anterior? En primaria se fundamentaba en que en los primeros cursos se
determinaba que ayuda individualizada necesitaba el alumno con deficiencias y
al final de la etapa se evaluaba la conveniencia de que estuviera un año más
para completar su formación básica, reitero que todo se basaba en un trabajo
específico para él. Así la repetición no era un castigo o sanción, sino que
obedecía al ritmo educativo de cada alumno.
Lo importante era buscar la forma
de salvar las dificultades que el alumno presentaba. Pero para aplicar la solución hay que disponer de
unos recursos humanos y materiales que en ningún momento la ley se encargó de proveer.
Las posteriores, ya digo, solo buscan
deshacer la anterior. En cualquier ley educativa se tienen que atender unas cuestiones y unas
necesidades:
1.
Si
queremos una gran norma no puede ser que se apruebe por la mayoría del partido
que gobierna. Es necesaria una norma que
haga necesario la intervención de varios partidos para su sanción. Esto
nos permitirá disponer de un organigrama educativo responsable y duradero,
ajena a las ideas geniales del ministro de turno.
2.
Tiene
que fijar un sistema educativo permanente desde la educación infantil hasta la
universidad, con la aportación de los profesionales y hecha con la máxima responsabilidad para
que sea fuerte y bien cimentada.
3.
Tiene
que determinar los recursos necesarios para su desarrollo, recursos y de dónde
los sacamos.
4.
Tiene
que devolver a los maestros y profesores la autoestima necesario para hacerles
sentir la importancia de su trabajo con el alumnado. Liberándolos de papeles
inútiles y actuaciones estériles.
5.
Tiene
que establecer en qué forma y manera
participan y colaboran los distintos sectores que intervienen en la
comunidad educativa. Hablo de participación, no de intervención. Los maestros y
profesores no pueden estar más pendientes de contentar a administración y
sectores que del trabajo con el alumnado.
6.
Debe
crear un marco adecuado para una enseñanza de calidad. Disponer lo necesario
para que los centros se conviertan en lugares de convivencia, de un clima
cálido que permita trabajar, profesorado y alumnado, con ilusión y entusiasmo.
7.
Disponer
las estructuras necesarias para que cada Comunidad y centro establezca su
propio proyecto educativo.
Finalmente podemos crear todas las leyes
que queramos, serán inútiles si la enseñanza, la cultura no tiene una
proyección social. Nada tiene valor si resulta que se machaca la cultura, si el
respeto, la solidaridad, la honestidad son valores ajenos a la vida diaria. He
visto actuaciones de políticos, sesiones del Parlamento que me han hecho
preguntarme: ¿Y estos señores son los encargados de hacer las leyes educativas?
¿Cuántos científicos, filósofos,
escritores, profesores son tenidos como modelos en la sociedad?
¿Encuentra el alumnado, en su entorno, algún motivo para esforzarse más, para
profundizar en el saber, para amar el estudio, para coger un libro…? Si hacemos
de la escuela una burbuja ajena al mundo en que vivimos, lleno de corrupción,
de arribismo, de aprovechados. ¿Qué ejemplos le ofrecemos? ¿En qué espejo se
pueden mirar para amar la escuela? ¿Valoramos en nuestra sociedad el
conocimiento, si acaso miremos hacia los políticos?
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¿Se puede crear en nuestros centros de enseñanza el clima de trabajo que nos ofrecen estas imágenes de una escuela de hace muchos años |