Hoy, día 1 de septiembre de 2015,
después de 39 años, es el primero que a su llegada no doy comienzo a un nuevo
curso.
Oficialmente, desde ayer, soy un
maestro jubilado, lo que comporta iniciar una nueva aventura, espero que más
tranquila y sosegada que la anterior, pero también me temo, con menos
sobresaltos y emociones.
Cuando, durante bastante más de
la mitad de tu vida, has vivido pendiente de horarios y fechas, te encuentras
ahora disponiendo, para ti, de todo el tiempo del mundo, para utilizarlo o
desperdiciarlo en la manera que mejor te venga en gana..
Estos días no puedo dejar de
pensar en aquellos primeros años, allá por 1976, en Murcia, mi paso por
Barcelona donde descubro una escuela comprometida con su tierra y mi larga
estancia en Válor y Ugíjar, donde desarrollo la mayor parte de mi labor docente
integrado en el colectivo de maestros Peñabón.
Tampoco puedo dejar de pensar en
la gran diferencia entre la que me acogió y la que dejo tras mi jubilación.
Entonces se respiraba mucha más ilusión por crear una escuela nueva, pública,
para todos y de gran calidad. A ello favorecía el convencimiento general de su
importancia, empezando por los padres hasta llegar a la administración, con
muchos menos medios pero con más determinación.
El conocimiento, el dominio del
saber era muy considerado por los demás, recuerdo a los padres decir a sus
hijos que había que aprovechar el tiempo en la escuela para hacerse un hombre
del mañana. Por desgracia, hoy día, parece que la misma es prescindible,
tenemos tanta información a un clic que
no creemos necesario el saber, todo se reduce a copiar y pegar.
Olvidamos no obstante; que uno de
los aspectos fundamentales de asistir al colegio es que en él, los niños
aprenden a convivir, allí descubrirán que no son los reyes del lugar, que sus
derechos terminan donde empiezan los de los demás, que no basta con expresar un
deseo para conseguir una cosa. La escuela, para ellos, es un ensayo permanente
para lo que después será su vida con el resto de la sociedad.
La jubilación la he recibido con
alegría y felicidad, eso no quita para que también encuentre cosas a faltar.
Ese primer día con los compañeros, conocer a los nuevos, nuevas amistades,
intercambiar experiencias, métodos, opiniones… Incluso formar parte de esa
atalaya de observación imparcial de la sociedad que es la escuela.
Y, qué me decís de los niños. La
cara y los ojos de un alumno, mientras le explicas o cuentas algo que le ha
despertado su interés, el agradecimiento que se refleja en su rostro cuando le
enseñas algo novedoso, su admiración a tu saber, pues el maestro lo sabe todo.
Son vivencias que añoraré y que han constituido la alegría de mi carrera
docente.
Ahora empiezo una nueva vida y
espero disfrutarla de la misma manera que he gozado de la escuela.