... Y otra vez llega el
24 de septiembre, estalla traicioneramente, como si de un explosivo olvidado se
tratase, aquel destinado a las desgracias,
Todo el año amagado, invisible, en una pérdida
indeterminada, para que a eso de finales de agosto empiece a ronronear, sin que
tú te des cuenta, sin que aparezca en la superficie, pero que intranquiliza tu
ser y se dispone a actuar.
Septiembre trae, distraídamente, resonancias de sus
sonrisas, murmullos de sus silencios, cucamonas de sus caricias, presencias de
sus voces.
Septiembre amanece esplendoroso, en el horizonte las fiestas,
la ilusión de días inolvidables, la esperanza de volver a saborear de ellas,
para que poco a poco, su voz, su risa, su música, el recuerdo de un te quiero,
la nostalgia de un mimo, me abstraigan, me dejen a merced de cualquier palabra,
de cualquier imagen, para romper al final en el llanto más silencioso, más
desconsolador.
Así explota el 24, se apodera de mí y presenta el final de
todas las ilusiones, para ocupar, solo ella, todo el espectro de mi recuerdo.
Ella llena de vida,
llena de amor, de pasión, ella seductora, colmada de fantasías, maravillosa, ella dueña de
mi memoria.
Mañana será otro día
para recordar, para mantenerla viva, para sentir la alegría y la dicha de
haberla conocido, de haber disfrutado de su amor, de haberla querido tanto,
todo será mañana, pero hoy, 24 de septiembre, todo es dolor.