Al ver la foto de los
monaguillos o monecillos, como se dice por aquí, me vienen al recuerdo paisajes
de mi infancia.
Tendría los escasos 6
años, de cura en el pueblo estaba D. Rafael, entonces no había tantos
monacillos (que también se puede decir), como se dice los justos y suficientes,
para ser monaguillo se tenía que haber hecho la primera comunión. Vestían una
sotana roja con un roquete blanco, lo hacían, vestirse, solo los dos que
ayudaban a misa, sin que nadie más hubiera en el presbiterio, aparte del cura y
Germán.
Ser o no ser monecillo
era muy serio. Y aquí entra mi historia. El cura recibía frecuentemente la visita
de la familia, que a veces se alargaba una buena temporada. Entre ellos un
sobrino de, más o menos, mi misma edad. Ya fuera porque el niño lo quisiera o
la misma familia lo anhelara, el caso es que querían que apareciese como
monaguillo, aunque no hubiera hecho la comunión, tampoco querían que se pensase
que era un privilegio del sobrino. El caso es que nos hacen una sotana negra a
cada uno y nuestro correspondiente roquete blanco, y ahí me tenéis, vestido
para cada ocasión y me colocaba al lado de la puerta de la sacristía antigua,
con mi sotana negra y mi roquete blanco.
Realizaba pequeñas
tareas, ayudar a encender las velas del altar, el cirio pascual, preparar lo
que se utilizaría en la liturgia; las vinajeras; los libros, recoger, salir con
la bandeja, aquí un inciso, los tiempos no eran los mismos, de lo poco que caía
en la bandeja, perras gordas o dos reales, por el sonido ya conocíamos lo que
caía. Si escuchábamos caer una peseta ya era un día grande, más o menos lo
teníamos todo localizado, en los veranos, a veces, algunos visitantes dejaban
caer algún billete, también sabíamos quiénes eran y si al pasar la bandeja
notábamos que no hacía ruido, mirábamos con el rabillo del ojo para descubrir
el billete, una peseta o cinco, creo recordar de alguna vez ver un billete de
veinticinco pesetas.
Para mí, esa presencia
en el escenario principal, aunque fuera con la sotana negra, era suficiente
para sentirme importante, pues quizás es el único lugar en el que el teatro se
ve desde el escenario. Sentir como todo el pueblo seguía tu representación, se
movía al son que tu marcabas, a una señal tuya los levantabas o los sentabas,
para un niño ilusorio era mucha tela.
Sin recordar cómo, un
día me encontré vestido con la sotana roja, ya era un monaguillo de verdad, aún
en el rito antiguo del latín y de espaldas a la gente, que te hacía todavía más
interesante, alcanzando el máximo esplendor en la consagración.
En eso vino el cambio
en el idioma y en la ubicación. Para bendecir el ara vino el obispo de Almería,
que después sería arzobispo en Santiago y Madrid, D. Ángel Suquía, siendo el
acto de una gran solemnidad. Para ese cambio nos tuvimos que estudiar las
respuestas y con el cura estuvimos ensayando varias veces para la nueva forma
de ayudar y de responder. En los bancos había libritos con las respuestas, pero
casi nadie lo hacía.
El gran día de los
monecillos era el momento en que a media mañana aparecía por la escuela Germán,
eso indicaba que había misa o entierro. Nuestra salida era apoteósica, éramos
gigantes pasando por delante de pequeños muchachitos insignificantes, mientras
nosotros éramos los guapos. La cara de ellos, de los que se quedaban, era todo
un poema y no tengo ninguna duda de que en esos momentos si hubieran podido nos
habrían machacado.
Mi carrera como
monecillo en el pueblo terminó con mi marcha al colegio, en el que me encantaba
ir a ayudar a misa los domingos, a las doce y en el inmenso marco de la iglesia
de Vélez Rubio, delante de todo el personal de los dos colegios, en un
presbiterio mucho más majestuoso, el cura y los dos monaguillos, en una
representación para una masa de gente, poco te costaba creerte una gran
estrella ante su público.
Fotografías de internet, se retirarán a petición
Justo lo mismito que ahora.😉
ResponderEliminarEn aquellos tiempos era lo que se llevaba, para los niños, claro. Fíjate que yo no recuerdo ninguna anécdota de ningún monaguillo, sin embargo sí me acuerdo de todos los detalles de la iglesia. Los iba fotografiando en mi mente, las formas, los colores, los brillos. Y lo que más me sorprendía era la benditera o pila de agua bendita, no veía ningún agujero por donde pudieran sacar el agua que siempre parecía tan limpia!!
Es una pena que no nos hayas puesto una foto tuya vestido para la ocasión, hubiera sido un detalle muy simpático. ◠‿◠
Besos, Alfonso.
En aquellos años las fotografías eran escasas, tenía que ser una ocasión muy especial para que te retratasen.
EliminarDesde la perspectiva más alta del altar y el descaro que posees de niño, observabas todo el movimiento de abajo y, si en alguna ocasión se producía una escena curiosa o chocante, con toda tu desvergüenza, no quitabas el ojo de encima.
Besos y gracias Paula.
Que recuerdos más bonitos, en mi niñez también había monaguillos( escolans o escolanets)...Entre las niñas eran muy populares, los veíamos como muy importantes, pero recuerdo que eran muy pillos y aficionados a las travesuras inocentes...Hay que tiempos aquellos!!!
ResponderEliminarBesitos, Alfonso.
Llevas toda la razón M. Roser. ¡Qué tiempos aquellos! Tendríamos muchas menos cosas, pero unas ganas de vivir y de reír inmensas. Nosotros (los monaguillos) nos sentíamos importantes, éramos actores principales del gran teatro de la liturgia de la misa y, siempre, el hecho de revestirse alguien causa interés en los demás, de ahí la importancia que adquiere, la mayoría de las veces, lo que llamamos puesta en escena.
EliminarMuchas gracias M. Roser y una abraçada.
Alfons, he d'agrair moltes paraules teves de companyia en dies que m'era difícil respondre els blogs amics.
ResponderEliminarAra trobo aquesta visió amable dels escolanets i la vida, petita però tan intensa, que vivíem quan érem infants: tot adquiria una gran importància, com si no hi hagués res més al món que nosaltres, que ens pensàvem que tothom ens mirava, no sabíem si per bé o per renyar-nos.
Beneïts records, que ara són refugi.