Llegó a Topares entre
1956 y 57, hasta su marcha en 1963 o 64. En esos seis o siete años entre
nosotros dejó una estela que, aquellos que ya saltamos los sesenta, no
olvidamos.
Hasta los años setenta,
en que empezaron a cambiar las costumbres, en las familias, grandes y pequeñas, se consideraba un honor tener un sacerdote, un hijo cura era la ilusión de
muchas madres y padres. También el seminario, en los pueblos, era una salida al
estudio. Conseguías beca con facilidad, en las localidades, mecenas te
costeaban los estudios, te facilitaba la residencia pues era en régimen de
internado, todo favorecía para que aquellos muchachos retirados de las ciudades
pudieran estudiar.
Ya dentro, en gran parte
de los jóvenes seminaristas empieza a verse, quizás influenciados por esa gran
entrada de estudiantes de clases humildes, sacerdotes convencidos de que su
misión no puede ser solo decir misa y rezar el rosario. Son conscientes de que
sobre todo en las zonas rurales y obreras, entre sus misiones están también la
de liderar, dinamizar la sociedad que les rodea. Se convierten en motivadores
de la transformación de un mundo arcaico y estancado, en otro más acorde con el
tiempo que empieza a formarse a nivel general.
A mí me bautizó D.
Felipe y, cuando marchó D. Rafael, iría a cumplir los nueve años. Así que el
trato directo con él que pudiera tener no me autoriza a aseverar nada, pero las
consecuencias de su trabajo en el pueblo si nos permite ver y pensar en una
gran labor.
Bajo su iniciativa y
dirección el pueblo construyó su salón parroquial. Para lo cual supo convencer
a todos de la importancia de la obra. Convenció a los pudientes de que tenían
que aportar dineros, peones y animales de carga, lo que fuera necesario para
conseguir el fin. Convenció a los que no tenían bienes de que su aportación
sería con jornadas de trabajo gratis para que tampoco se quedaran fuera de la
obra del pueblo. Así hemos podido lucir a lo largo de los años un salón que no
tenían en muchos otros sitios y levantado por ellos mismos. Ahora, después de
tantos años lo vemos como una cosa más del pueblo, antaño era un orgullo para
todos y nos gustaba exhibirlo con arrogancia y satisfacción.
Se dotó con un motor
para producir electricidad y con ello llegó la máquina de cine que nos dio
muchas noches de ilusión viendo los grandes cómicos o los famosos de la copla
en las películas españolas. Eso sí, por las noches al salir del salón, nuestras
madres siempre nos dirían: “Nene tápate la boca”.
Después, otra vez, al
final de su estancia en Topares volvió a convencer a los vecinos de comprar una
televisión para el salón. Esos primeros aparatos valían un dineral, partiendo
de pequeñas aportaciones consiguió lo necesario para comprarla y a cambio deba
una especie de vales para poder verla después gratis, pues si no, costaba una o
dos pesetas, según el acontecimiento y como he contado en alguna otra ocasión
los días más gloriosos eran los de las corridas de toros. Mi primer recuerdo de
la televisión fue la muerte y entierro del papa Juan XXIII.
Se me aparece en mi
mente la mañana soleada que se marchó, casi todos los vecinos alrededor del
caño para despedirlo, lágrimas en muchos ojos y muestras de cariño. Con el paso
del tiempo, cada uno ha podido hablar según su propio entender, pero
particularmente tengo claro de que, si su estancia entre nosotros se hubiera
alargado más, los tiempos que ha tenido que ir superando el pueblo hubiera sido
mucho más veloces.
Circunstancias me
permitieron visitar después con cierta asiduidad Fondón, allí pregunte por su
paso y me repetían los mismos parámetros de actividad y dedicación que en
Topares y, cierto domingo de 1983, encontrándome en la plaza del pueblo, me
fijo y a mi lado estaba él. Al llamarle la atención y decirle mi nombre le faltó
tiempo para preguntarme por la gente del pueblo y en sus ojos brillaba la luz
de la alegría.
Ahora ha emprendido un
nuevo camino, que las estrellas lo transporten allá donde él quiera estar,
seguro que Topares siempre será, para él, un lugar especial y nosotros siempre,
al contemplar el salón, nos mostraremos orgullosos y diremos que, lo construimos
entre todos estando D. Rafael.
Sólo se queda, en los recuerdos dulces, la gente buena.
ResponderEliminarBonito y sentido homenaje le dedicas.
Besos.🌺
Fueron personas que en los pueblos pequeños y apartados de las ciudades hicieron cosas importantes que han perdurado en el tiempo y que siempre te queda la curiosidad por lo que habría pasado de continuar en el pueblo.
EliminarGracias y bessets Paula.
Dice mucho de la forma de ser de una persona, cuando al irse, ha dejado un buen recuerdo en las personas con las que convivió, seguro que no le olvidareis...
ResponderEliminarBuenas noches, Alfonso.
Sí, es verdad, la gente sencilla de pueblo es muy agradecida a aquellos que les demuestran preocupación por su desarrollo y por su vida, más antes, que ellos mismos se veían como en un escalón inferior. Por eso nunca han tenido vergüenza ni reparo en manifestar su agradecimiento y cariño públicamente a quién, han considerado que ha trabajado para auyidarles. Como se dice antes el mundo era mucho más agradecido.
EliminarBon día M. Roser
En Fondón hay que recuerda también su labor social. D.E.P.
ResponderEliminarGracias por pasar por aquí. Este verano pude visitarlo acompañando a un gran amigo suyo, a pesar de su estado, la agudeza de su mirada, la alegría de su semblante nos delataban al mismo DON RAFAEL de siempre.
EliminarSolo me queda decirte GRACIAS ALFONSO por que aunque no nos conozcamos personalmente me has dado la vida recordando a mi padre. Un ser irrepetible lleno de luz y radiando amor por todos los sitios que ha vivido. Su vida ha sido muy feliz y se ha encontrado personas maravillosas como tú. Gracias Alfonso
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