La
vida de nuestros pueblos ha variado mucho a lo largo de los últimos años. Si
nos remontamos hasta hace unos treinta, cuarenta o cincuenta años veremos como
han ido desapareciendo locales y actividades que se desarrollaban en el pueblo de forma desmedida. En esotro tiempo, casi
todas las labores de la vida diaria se daban en Topares, constituyendo en
muchos de los casos una situación social.
En
esta entrada me dispongo a hablar de unos de esos locales y profesión, las
barberías y los barberos. Actualmente disponemos de dos peluquerías que
atienden igual a hombres y mujeres,
siendo lo normal por todas partes. El afeitado ha desaparecido prácticamente,
las nuevas maquinillas, manuales o eléctricas, han llevado este menester a la
intimidad del baño, las barberías exclusivas de hombres son contadas y en las
mismas prácticamente solo se realiza el corte de pelo, no sabemos tampoco por
cuanto tiempo, pues ya son frecuentes los ingenios de cortarlo. En los tiempos
pretéritos de los que hablamos, el uso era afeitarse y arreglarse la cabeza o
el pelo, ambas expresiones se usaban, consistía en quitar el pelo del cuello,
con las máquinas de cortar, arreglar las patillas y quitar la poco parte que se
dejaba crecer de arriba.
En Topares eran tres, exclusivas
para los hombres. Aún antes, estaban las del tío Fermín, la del tío Eliseo y la de Clodoaldo,. La de
Fermín la continuó su hijo Julio, que llamábamos el barbero. La de Eliseo,
Germán que además era sacristán y actor y que se casó con una hija de Fermín y
la de Clodoaldo, su hijo Avelino, y sobrino también de Fermín, años después se
convertiría en el cartero del pueblo y ya solo atendía a amigos
incondicionales. Me contaba el hijo de Germán, que su padre había visto al tío
Eliseo aún, sacar muelas, pues antiguamente los barberos eran los encargados de
este menester. Así los tres nuevos barberos mantenían una relación de
parentesco.
Julio, el de la derecha con unos amigos |
La barbería de Julio se situaba
detrás de la iglesia, una pequeña puerta con cristales daba a una habitación,
no muy grande, a la derecha estaba el sillón del barbero, delante una mesa
adosada a la pared con un gran espejo encima. Sobre el mármol que cubría la
consola sus utensilios. Un par de máquinas para cortar el pelo, las tijeras y
el peine, la pequeña jofaina para el agua, la brocha, las navajas, el cuero
para afilar, el jabón, alguna toalla, el cepillo para limpiar los pelos que se
quedaban adheridos al cuello, algún bote de polvos de talco, una barra que
parecía de hielo para después de afeitar, unas hojas de periódico o cualquier
papel para limpiar la navaja y poco más. Así era en todos los casos.
Julio, ya retirado con una de sus nietas |
Avelino la tenía en la calle
Santa Lucía, enfrente de la casa de José Mª de la Eufemia y actualmente de Juan
el municipal. La habitación era amplia y el sillón estaba a la izquierda de la
entrada, cuando después lo nombraron cartero, la misma habitación pasó a ser la
cartería.
Avelino, ya siendo cartero |
La de Germán estaba más arriba,
en la calle que va desde las Cuevas hasta la calle San Vicente y que ahora
ocupa cuando viene de vacacione su hija Emilia. La habitación no era muy grande
y el sillón lo he visto a los dos lados de la entrada. Con el tiempo se quedó
como único barbero del pueblo.
Germán, con Avelino en el salón parroquial, en un momento de descanso |
La mayoría de los parroquianos
hacían el pago con la “IGUALA”. Pagaban una vez al año una cantidad fija, por
costumbre en agosto, bien en dinero o
en grano, principalmente trigo. Aseguraban así la atención durante todo el ciclo
anual. Las de los propietarios y ganaderos más pudientes conllevaban la
asistencia en su propia casa, el barbero se desplazaba a los domicilios de los
igualados, que en muchos de los casos eran propietarios de sus propias navajas,
la igualación también afectaba a toda la familia, sobre todo a los hijos
pequeños. Mi padre, mientras Julio ejerció, la tenía con él. Cuando la barbería
pasaba de uno a otro, pasaba también la clientela. En mi infancia iba a la de
Julio, o me cortaba el pelo cuando venía a mi casa a afeitar a mi padre, para
los pequeños disponían de una silla más pequeña o un cojín grande para que no
nos perdiéramos en el sillón del barbero.
En el pueblo funcionaban los
sábados por la tarde y el domingo por la mañana, claro que ante cualquier
urgencia, por un viaje inesperado o cualquier otra circunstancia, el necesitado
se presentaba en casa del fígaro que no tenía ningún inconveniente en arreglar
al cliente.
Durante la semana iban por los
cortijos para atender a sus moradores, entonces estaban todos habitados y, en
algunos, con bastantes vecinos, con lo cual no todas las semanas recibían la
visita de él, así como mínimo tardaban quince días en volver a recibir su asistencia.
Barbas endurecidas por el sol y las inclemencias del tiempo hacían necesario
que las herramientas estuviesen muy cuidadas, pues podías arañar y dañar al
usuario.
Por gentileza de Juan, hijo de
Germán, que también estuvo de aprendiz con su padre y que al final de su
estancia en Topares ya realizaba el trabajo junto al mismo, me llega la lista
de los cortijos que visitaba su progenitor, ahí va: Cortijo del Tío, Los
Serranos, El Pozo Juan López, Los Sánchez, Las Casas de Gea, Santonge, La Loma,
El Cerro, La Casa Ortega, Los Almagreros, La Boquera, El Jardín, Bugéjar, Los
Cerricos, El Duque, Los Cuartos Nuevos, Barrás, La Cañada Grande, San Antón,
Las Porchás, El Chaparral, La Casa Guino, Macián, Las Cobatillas, Espín, La
Junquera, El Carrascal, El Perigallo, La Casa Mula, El Mancheño, El
Carrizalejo, El Retamalejo, El Gamonal, El Cortijo del Fraile y puede que
alguno más.
El trayecto lo hacían en
bicicleta, si nevaba o llovía mucho tenían que hacerlo andando o en burra.
Ahora nos puede resultar difícil calibrar la importancia de la labor que
hacían, pues no solo era el hecho de afeitar y cortar el pelo, también se
constituían en vehículos de enlace entre las personas de estas cortijadas. Al
recorrer toda la zona, muchas veces eran transmisores de noticias entre las
familias, también recados y mensajes. De alguna maneja eran emisarios de las
buenas nuevas y desgracias que acaecían en los diferentes lugares. Si la ruta
era cercana salían al amanecer y regresaban al atardecer, pero a veces la
lejanía o las condiciones climáticas les obligaban a pernoctar en alguna de las
alquerías.
Su esfuerzo era considerable,
las bicicletas no contaban con cambios de platos y piñones, los caminos eran
los que habían, con barro, nieve o lo que se presentara, cualquier retraso por
el camino o un pinchazo inoportuno, podía llevar que la noche, sobre todo en
invierno, se echara encima. Cuando no,
el estado de las vías, hacía necesario que cargaras con la bicicleta para
seguir a pie, no es difícil imaginar que no era ningún paseo triunfal.
Julio era el mayor de los tres
y, cuando yo ya tenía doce o trece años, aunque mi padre tenía la iguala con
él, quería ir a casa de Germán. Entre los jóvenes empezaba a considerarse la
forma de llevar el pelo como un gesto de rebeldía y afirmación de nuestra
personalidad y, nos parecía, que Germán lo hacía más de acuerdo a nuestros
gustos, así que convencí a mis padres para dejarme cambiar. Siempre me ha
entusiasmado escuchar las historias de los mayores y, las barberías, recuerdo, solo de hombres, eran lugares donde se oían
chascarrillos, anécdotas, leyendas y todo tipo de historias de otros tiempos.
Para los que no conocéis Topares
os sitúo. El establecimiento se encontraba en la parte alta del pueblo, delante
de la casa había, hay, una pequeña explanada y ningún otro edificio le tapa el
sol o la vista al horizonte. Aquí la climatología es dura, así que desde
octubre hasta mayo un día soleado se agradece. Asistir a la barbería era
además, un acto social, íbamos sin prisas, realmente a echar la tarde o la
mañana. Casi todos los días, el personal desbordaba la capacidad de la
habitación, entonces, si el día era soleado, la puerta se constituía en lugar
de tertulia y juegos.
Germán, en su peluquería, arreglando el pelo a un cliente |
A veces, esos tiempos de espera
se dedicaban a juegos como “El Palmo”, se hacía con monedas, pesetas o perras
gordas. Éstas se lanzaban contra una pared, salían rebotadas, cuando pretendías
que se alejara mucho de la pared se daba al brazo un movimiento de abajo a
arriba, lo que provocaba que la moneda alcanzara más altura y quedaba más lejos
de la misma. La forma de ganar consistía en que tu moneda quedara lo más
cercano a otra moneda, si la distancia era más pequeña de un palmo la moneda
del adversario era tuya, si no tenías que dejar la tuya en la tierra para que
otro intentará ganártela. Otras veces jugaban al “caliche”, o cuando no
aparecía una baraja y jugaban a la brisca o a los montones.
En la habitación había cinco o
seis sillas, frecuentemente había gente de pie, sentada en el suelo o se salían
fuera. En los días duros de invierno, también pasaban a la cocina de la casa y
se calentaban en la chimenea. En estas reuniones, al cabo de la jornada, se
habían tocado todos los temas posibles. Los asuntos del campo, la siembra, las
heladas, los barbechos, de los animales,
entonces existentes todavía en el pueblo, de los mercados, todo lo que se relacionara
con su quehacer diario. Se contaban recuerdos e historias de personas
singulares que ya habían muerto, de formas de vida y penurias de tiempos más
antiguos, chanzas y anécdotas que le habían ocurrido a diferentes vecinos del
pueblo, recuerdo que contaban muchas veces de la llegada de los primeros
automóviles al pueblo y, que en algún caso, hasta los habían apedreado. Por eso cuando
iba, y era concurrida la clientela, nunca tenía prisa ni encontraba el momento
de marcharme, disfrutaba de esos momentos y era la compensación al fastidio que
me producía el que me cortaran el pelo, que aún hoy me lo produce. Los tirones
de las máquinas de cortar el pelo, pues eran accionadas por el hombre y cuando
la retiraban de tu cabeza, si aún no estaba liberado del todo el peine de la
misma, te daba un buen tirón. El picor de los pelos que quedaban en el cuello y
la espalda, claro al llegar a casa no había ducha ni nada parecido, solo la
mano agradable de la madre que con una toalla intentaba quitarte los que podía.
Por supuesto eso de que te lavaran la cabeza en el lugar era algo, que en
Topares, no estaba aún ni en la imaginación.
Después resulta que van
apareciendo las maquinillas de afeitar, cada vez más conseguidas, con apenas
riesgos de cortarte, desechables o no. Las comunicaciones mejoran
ostensiblemente, cada vez son más los particulares con coche y aprovechan los
viajes fuera para acudir a una moderna peluquería. Los cortijos se quedan vacios,
el pueblo, con la emigración, va tomando aires de soledad, se cierran casas y
casas. El panorama se ennegrece día a día y, estos oficios artesanales, van
sucumbiendo en el remolino del progreso, ante la evidencia de que con su
ganancia no pueden mantener a una familia.
Así, Germán, el último barbero y
sacristán, tiene que tomar rumbo a Valencia, donde se pone a trabajar de
vigilante, pero nuevamente su hijo Juan me cuenta que nunca dejó el oficio. En
los ratos que le quedaban acudía a una peluquería a echar una mano y después
consiguió su propia clientela. Tras jubilarse estuvo ejerciendo en un Hogar del
Pensionista hasta pocos años antes de su muerte, después de cumplir los 90. En los veranos, cuando venía a Topares
de vacaciones, también se `ponía a la faena si alguien se lo pedía.
Sería estúpido y vergonzoso por
nuestra parte intentar comparar la calidad de vida actual del pueblo con la de
aquellos otrora años, en cualquier aspecto de nuestra vida diaria. Pero eso no
es óbice para que recordemos aquellas actividades artesanales, así como a sus artífices
con mucho cariño y afecto. Es nuestra historia, nuestra vida y lo que ha dado
sentido y forma a nuestro pueblo: Topares.
Que dura toda aquella vida, Alfons. Quedarse en casa para hacer de barbero aun, y digo aun porque ni siquiera cobraban. Ahora esto no se podría soportar. No podemos estar medio año sin que te pagen para que luego te den medio saco de trigo o unas patatas. Como tampoco se podia ir en bicicleta a casa del cliente para afeitarlo. A no ser que fuese el cacique de turno. Esto que dices que los barberos también eran "sacamuelas" me hace recordar que si nos remontamos siglos atrás, cuando los dentistas no existían, los barberos también eran los encargados de ocuparse de la dentadura de sus clientes, es posible que la primera herramienta usada por el hombre para cortarse el cabello y las barbas fueran las lascas afiladas de piedra, el corte de pelo se debía indudablemente a cuestiones prácticas o ceremoniales y nada tenía que ver con los motivos únicamente estéticos de épocas posteriores.a finales del XIII, existía una peculiar profesión que era la de cirujano- barbero, cuya labor era de lo más dispar, igual cortaban la barba y el pelo que hacían sangrías, extraían muelas o blanqueaban los dientes con aguafuerte. Este oficio surgió por las disputas de los gremios de cirujanos y barberos, ya que los primeros eran gente con estudios, pero además de cobrar más, los barberos eran más solicitados por la diversidad de servicios que prestaban, y muchos contaban con la confianza de nobles a los que prestaban sus servicios y que no creían demasiado en la medicina de aquella época.
ResponderEliminarSegún la historia los peluqueros tuvieron su período dorado durante el siglo XVIII, pero luego de la Revolución Francesa, como rechazo al Régimen, las pelucas comenzaron a dejar de usarse, y resurgieron las tendencias de estilos basados en el cabello natural. En las cortes y en los Parlamentos, sin embargo, se siguieron usando pelucas empolvadas. Pero los peluqueros, durante el siglo XIX, comenzaron a trabajar cada vez menos, pues ya el uso de pelucas no era masivo, siguieron trabajando en el corte, afeitado de barbas y diseño de peinados.
dale muchos recuerdos al abuelito de la foto con la nieta, y cuando haya dinero en el Ayuntamiento, si llega este dia para los ayuntamientos de este pais les podríaishacer un monumento.
un abrazo muy fuerte, Afonso.
Josep, siempre agradezco tus aportaciones a los artículos, los enriqueces y siempre nos maravilla tu documentación y la sencillez de tus anotaciones.
EliminarLos que por nuestra edad, hemos conocido a estos artesanos y a estos hombres rurales nos enorgullece el haberlos tratado. Entrando en esta globalización absurda añoramos la diversidad humana que poblaba nuestros pueblos y sentimos la pérdida de riqueza personal que comporta. Hoy se impone que todos parezcamos los mismos, cortados por el mismo patrón y seguidores de esta cultura universalizada.
Gracias por tu comentario.