Adrián
se encuentra en Polonia, hace más de un año de la muerte de Rosario y su
recuerdo me persigue y me da vida en cada momento.
La lejanía de él, en ocasiones,
aviva mi soledad hasta ahogarme en el silencio, que me deja postrado en un
estado de indolencia. Menos mal, que a la vez, cuando llegamos a una edad, la
ilusión de nuestros hijos nos hace superar emociones y sentimientos, que nos
ayudan a dominar nuestros estados carenciales.
Contemplar la lucha por
establecer su propio futuro, ver como construyen, Mª José y él, su especial
proyecto de convivencia y amor, como avanzan en su madurez. Así hacen que florezcan tus recuerdos juveniles,
cuando luchabas por conseguir tu personal espacio, tu particular mundo y,
ahora, reconocerles el derecho a fabricar, proyectar su apropiado universo, el espacio donde avanzar,
vital, imprescindible. La observación del camino que recorren te hace superar tus angustias y debilidades.
Y, al fondo de todo, Rosario,
siempre presente y siempre ausente. Orgullosa de que exploren su propia
aventura, de que adquieran su particular experiencia, ilusionada con que su
relación se vaya componiendo. Ella, siempre optimista, nunca sentía la angustia
del mañana, convencida en que el futuro sería esperanzador. Siempre con actitud positiva ante la vida, era el
contrapunto a mi pesimismo, a mi angustia del mañana. Siempre su convicción me
vencía y producía que los nubarrones de la vacilación se levantaran para dejar
un cielo azul de ilusión y confianza. Ahora solo, me vence muchas veces la
congoja de qué vendrá mañana, que me hace no disfrutar del presente. Incluso, cuando
me encuentro bien, temo que algo suceda y
cuando se cristaliza el problema no
aparece en el horizonte ninguna solución
Pero
en su muerte nos encontrábamos plenos el uno del otro. No había actividad en la
que no participáramos de ilusiones recíprocas. La ilusión de uno seducía a los
dos. Si yo hacía bicicleta ella me admiraba por hacer ejercicio, si era ella la
absorta con sus labores manuales, yo quedaba embelesado viendo su destreza, la
facilidad para desarrollar el arte.
Así vivimos cada momento. Ya
agónica, quizás expirada, creyendo aquello de que el oído es el último sentido
que se pierde, no cesaba de susurrarle, ¡te quiero! Un te quiero lleno de vida,
con la misma pasión que muchas otras veces se lo había dicho, con las mismas
ganas de seguir acariciando aquel cuerpo que se iba marchando, placiéndome bello, deseable, atractivo, como a ella le gustaba definirlo. Sintiendo el
mismo deseo de siempre, con la misma pasión.
Cada vez que leo un comentario tuyo haces que se me haga un nudo en la garganta. Yo también me acuerdo mucho de la tita...Te quiero mucho...Tu sobrino Eduardo
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