miércoles, 8 de agosto de 2012

7 de agosto

Camino de la iglesia. Sin protagonismos,
todos participaban de una misma ilusión

Un siete de agosto de hace treinta años me casé, nos casamos Rosario y yo. Puede parecer mucho tiempo, pero os aseguro que aún nos quedaban muchos más, llenos de ilusiones, pasión, amor y ternura.

Cuatro miradas limpias, inocentes, libres...
Un mundo de jóvenes, de ilusiones ajenos a todos los formalismos,
huidos de hipocresías y llenos de esperanza y amor

                Poco nos importaba la ceremonia que tuviéramos que hacer, lo fundamental era nuestro deseo de vivir juntos, de compartir nuestras vidas. Nos propusimos que fuera un clamor a la libertad, una llamada al amor. Prohibido todo signo de seriedad, rodeados principalmente por nuestros amigos, sin dejar paso a convencionalismos, libres, en una especie de juego infantil, donde la pureza de nuestros sentimientos tenía que brillar más que las liturgias y los ropajes. Todo fue posible gracias a la complicidad de nuestros amigos y el respeto de la familia a nuestra alegría, a nuestro deseo.

Eramos niños, rodeados de niños,
 hasta el oficiante, tío de Rosario y niño grande
 participaba del cuento que se estaba desarrollando

                Durante la celebración solo cabía la ilusión, la alegría, el juego, el amor, la pasión. Fue una ceremonia para nosotros, íntima, de nuestros corazones. Honrados, escoltados por el cariño de nuestros amigos  y la ternura de nuestras familias. Todos unidos para que resplandeciera nuestra alegría, nuestro amor.

La alegría nos desborda ante unas flores recogidas del campo aquella mañana,
 por los amigos, que en todo momento nos acompañaron.
Los amigos, de Almería o Barcelona nos acompañaron con su cariño

                Después de treinta años, esa alegría pasión, amor, ilusión… nos ha acompañado siempre y, cuando proyectábamos nuestra vejez llenos de ese enamoramiento, cuando ideábamos nuestro futuro de serenidad, contemplación, de miradas silenciosas, de guiños amorosos,  la desfachatez de la muerte nos abofeteó privándonos de años de felicidad y amor.
                El anterior 7 de agosto lo celebramos pletóricos de alegría, todo apuntaba a una posible curación. coincidía con las fiestas de Topares y disfrutamos de la noche y los amigos. Cuando todavía teníamos la ilusión de tocarnos, de acariciarnos, de entregarnos. Cuando aún no nos era indiferente una mirada hacia otro lado,  una falta de delicadeza, de atención. Cuando todavía procurábamos agradarnos, enamorarnos, seducirnos, su  partida nos privó del futuro.
                Ha sido un año de melancolía, me he colmado, saturado de soledad. He tratado llenarla de suspiros, de recuerdos, de añoranzas, vaciándome de emociones y sentimientos.
                Quan larga puede ser la noche sin nadie que te cobije bajo unos brazos enamorados. Sin caricias, sin el calor del amante que a tu lado te conforta. Sin compañera que con sus mimos te introduzca en el reino de Morfeo, sin que te susurren al oído palabras tiernas, bonitas, tranquilizadoras,  que te ayuden a salvar las tensiones del día.
               Qué larga es una noche de orfandad, cuando la única esperanza es que llegue rápido la luz del alba, que suene pronto el despertador para que acabe la agonía triste y negra de la noche.
                Cuántas risas llenas de tristeza, cuántas tristezas plenas de lágrimas contenidas, cuántas lágrimas perdidas en la profundidad de la noche, sin nadie que te meza, te cante nanas de amor, te traslade a mares de plata y peces de colores. Sin que te arrastre al sueño más placentero después de declararte su amor, después de declararle tu amor, tu deseo, tu pasión. 

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