Camino de la iglesia. Sin protagonismos, todos participaban de una misma ilusión |
Un
siete de agosto de hace treinta años me casé, nos casamos Rosario y yo. Puede
parecer mucho tiempo, pero os aseguro que aún nos quedaban muchos más, llenos
de ilusiones, pasión, amor y ternura.
Cuatro miradas limpias, inocentes, libres... Un mundo de jóvenes, de ilusiones ajenos a todos los formalismos, huidos de hipocresías y llenos de esperanza y amor |
Poco nos importaba la ceremonia
que tuviéramos que hacer, lo fundamental era nuestro deseo de vivir juntos, de
compartir nuestras vidas. Nos propusimos que fuera un clamor a la libertad, una
llamada al amor. Prohibido todo signo de seriedad, rodeados principalmente por
nuestros amigos, sin dejar paso a convencionalismos, libres, en una especie de
juego infantil, donde la pureza de nuestros sentimientos tenía que brillar más
que las liturgias y los ropajes. Todo fue posible gracias a la complicidad de
nuestros amigos y el respeto de la familia a nuestra alegría, a nuestro deseo.
Eramos niños, rodeados de niños, hasta el oficiante, tío de Rosario y niño grande participaba del cuento que se estaba desarrollando |
Durante la celebración solo
cabía la ilusión, la alegría, el juego, el amor, la pasión. Fue una ceremonia
para nosotros, íntima, de nuestros corazones. Honrados, escoltados por el cariño
de nuestros amigos y la ternura de
nuestras familias. Todos unidos para que resplandeciera nuestra alegría,
nuestro amor.
La alegría nos desborda ante unas flores recogidas del campo aquella mañana, por los amigos, que en todo momento nos acompañaron. |
Los amigos, de Almería o Barcelona nos acompañaron con su cariño |
Después de treinta años, esa
alegría pasión, amor, ilusión… nos ha acompañado siempre y, cuando
proyectábamos nuestra vejez llenos de ese enamoramiento, cuando ideábamos
nuestro futuro de serenidad, contemplación, de miradas silenciosas, de guiños
amorosos, la desfachatez de la muerte
nos abofeteó privándonos de años de felicidad y amor.
El anterior 7 de agosto lo
celebramos pletóricos de alegría, todo apuntaba a una posible curación.
coincidía con las fiestas de Topares y disfrutamos de la noche y los amigos.
Cuando todavía teníamos la ilusión de tocarnos, de acariciarnos, de
entregarnos. Cuando aún no nos era indiferente una mirada hacia otro lado, una falta de delicadeza, de atención. Cuando
todavía procurábamos agradarnos, enamorarnos, seducirnos, su partida nos privó del futuro.
Ha sido un año de melancolía, me
he colmado, saturado de soledad. He tratado llenarla de suspiros, de recuerdos,
de añoranzas, vaciándome de emociones y sentimientos.
Quan larga puede ser la noche
sin nadie que te cobije bajo unos brazos enamorados. Sin caricias, sin el calor
del amante que a tu lado te conforta. Sin compañera que con sus mimos te
introduzca en el reino de Morfeo, sin que te susurren al oído palabras tiernas,
bonitas, tranquilizadoras, que te ayuden
a salvar las tensiones del día.
Qué
larga es una noche de orfandad, cuando la única esperanza es que llegue rápido
la luz del alba, que suene pronto el despertador para que acabe la agonía
triste y negra de la noche.
Cuántas risas llenas de
tristeza, cuántas tristezas plenas de lágrimas contenidas, cuántas lágrimas
perdidas en la profundidad de la noche, sin nadie que te meza, te cante nanas
de amor, te traslade a mares de plata y peces de colores. Sin que te arrastre al sueño más placentero después de declararte su amor, después de
declararle tu amor, tu deseo, tu pasión.
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