Seguimos en el bar de Eleuterio. Además
del bar había un par de habitaciones que también fueron importantes.
En Topares, a través de los tiempos el
juego ha sido frecuente, aunque ahora ha desaparecido, como se dice ya no hay
cartas ni en los bares. La tristeza es que no ha desaparecido por la enmienda
del comportamiento si no porque no queda gente para jugar.
Mi madre me cuenta que cuando mi abuelo
tenía el casino venía gente de fuera y se pasaban las semanas aquí jugando, así
cuando abrió el bar de Eleuterio también en el piso de arriba tenían una
habitación preparada para aquellas partidas en que no querían muchos mirones.
Disimuladamente entraban por la barra y por una escalera al lado del
frigorífico subían al piso de arriba donde tenían todo preparado para la timba.
Pero quiero hablar de otra habitación a
la que se entraba por la puerta de la casa, al pasar una de cristales, a mano
izquierda había una habitación que fue el reino de los jóvenes.
Allí se hicieron los primeros bailes
fuera de los del salón y aquellos que se hacían en las casas vigilados por las
madres, en la susodicha habitación no estaban las madres y se escuchaban las
nuevas canciones aparte de los pasodobles dichosos. Llegó el mundo de las
lentas y el esfuerzo de los muchachos era tratar de bailar siempre un poco más
juntos, claro que nuestras compañeras tenían unas fuerzas en los codos inmensas
y baile tras baile chocábamos con su obstinada resistencia. Así que cuando venía
alguna damisela de fuera que parecía más liberada, el corral se ponía alterado
y todos íbamos a la busca y captura a ver quién era el agraciado que lo
conseguía. Ni que decir tiene que después lo contado por el dichoso ligón era
mucho más que la realidad de lo ocurrido.
Otro momento sublime es cuando llegaba
alguno o alguna que dominaba los bailes modernos y sabía moverse. Le hacíamos
hasta corro, hasta aplausos cuando terminaba y allí estábamos los pobres
pueblerinos mirando con envidia los ojos que las topareñas lanzaban, si era
hombre, a tan buen danzarín. Cuando era ella la danzante ya no eran miradas, si
no embelesamientos, risas, ilusiones, quimeras y caídas de baba. Después
tratábamos de imitar sus movimientos mirando también de impresionar a nuestras
amigas.
Algunas parejas ya más formales
buscaban sobre todo los rincones y alguna en concreto recuerdo que le gustaba “arrepretarse”
para darnos envidia a los demás, pero ya podéis imaginar, en normal podía haber
veinte centímetros entre los cuerpos y el “arreprieto” podía llegar a los dos o
tres cm. Nada que nos podamos imaginar ahora.
En alguna mesa, en el quicio de la
ventana, en cualquier lugar se colocaba el pequeño tocadiscos blanco y las
canciones se sucedían: las lentas, las modernas, los pasodobles… y sobre todo
“la yenka”. Así se nos iba llenando el momento de música: Juan y Junior, Nino
Bravo, Los Bravos, Los Brincos, Los Pekeniques, Pop Tops, Los Módulos, Cecilia,
Dúo Dinámico, Los Puntos, Nicola di Bari, Los Panchos, Adamo, Karina, Mari
Trini, Jeanette, María Ostiz, Los Diablos, Mina, Rita Pavone, Doménico Modugno,
Adriano Celentano y tantos más. Ahora bien, el no va más, el momento culminante
en el baile agarrado es cuando alguno tría la canción; “Je t’aime…moi non
plus”, los suspiros y gemidos que acompañaban a la música elevaba la
temperatura del ambiente y hacía crearnos ilusiones imaginarias, que siempre
acababan, también, en un suspiro de frustración.
Para toda una generación bastante
amplia el bar de Eleuterio y la habitación de la entrada constituyo un espacio
de libertad, de aprendizaje a ser jóvenes y a disfrutar de la vida que se nos
ponía por delante, dando lugar a una edad maravillosa y única.
Ahora que estamos pasando unos días
difíciles, rodeados de misterio, temor, incertidumbre y tristeza, recordar
tiempos felices llenos de ilusión. Nos ayudará a ser más fuertes y superar esta
mala racha.
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