En el año
1963 o 64 se abre en Topares un nuevo bar y una nueva tienda, el bar y la
tienda de Eleuterio. Hasta entonces estaba el casino de Eugenio y había cerrado
no hacía mucho el bar de la Digna, del que apenas tengo un remoto recuerdo .
Hablamos de un casino con café de puchero, de los
refrescos de jarabe de limón y fresa, de las gaseosas El Tigre, de cervezas a
temperatura ambiente, tanto en invierno como en verano, de copas de coñac y
anís. En ese momento era lo que había.
Recuerdo de nuestra expectación mientras se hacía
la obra, infantes de seis o siete años nos íbamos a jugar a la obra, a
perdernos en las, para nosotros, incontables habitaciones. Así hasta que llegó
el momento de la verdad.
Para nuestro asombro en la apertura descubrimos
que había una cafetera de verdad, de las que había en los pueblos grandes.
Ponían el café en una cazoleta, le daban a una palanca dos o tres veces y
empezaba a caer solito el café, con espuma y un fuerte aroma. Y no era todo,
había refrescos, pero no de esos de agua y jarabe, si no mirinda, fanta y hasta
coca-cola. Nuestra gran ilusión del momento es que nos invitaran a una
coca-cola, en ese caso nos sentíamos los amos del mundo. Y, por supuesto,
cerveza, que además en el verano se enfriaba en un frigorífico a gas butano.
Claro que como viniera un grupo sediento de la siega o la trilla, allí se
acababa la cerveza fresca.
Ah! Y, sobre todo, los jóvenes empezaban a tomar
cuba-libres. Una para dos, se decía, una coca cola repartida para dos con
ginebra, no importaba la marca y, con suerte, con un hielo, de una cubitera que
al poco se acababa y se terminó el hielo. Pero estábamos contentos.
Al entrar nos encontrábamos una sala grande, en
frente la barra con forma de L. En la esquina de la izquierda la cafetera, al
lado la puerta al corral y en frente de la cafetera otra puerta a una
habitación más pequeña. En la sala grande había varias mesas y sillas para que
los amigos se tomaran algo o se jugaran unas partidas de brisca o tute y
también algún dominó. En el invierno una estufa hacía el lugar acogedor.
Llegada la ocasión, toda la familia hacía de
camareros, los padres, Eleuterio y Presentación. Los hermanos mayores Emilia y Segundo,
pero sobre todo, la barra era cuestión de Antonio y Eleuterio y, poco a poco,
Eleuterio era el más perenne, hasta que el bar se quedó con el nombre de bar de
Eleuterico. Nunca habían tenido negocios parecidos pero la agilidad mental de
los dos hermanos menores hizo que pareciese que toda su vida había transcurrido
detrás de la barra de un bar.
El bar, sobre todo por la noche, se hizo más de
jóvenes que de mayores. En la puerta, en el verano, y dentro, en el invierno, había
un futbolín que hacía nuestras delicias y en el que los dos hermanos eran unos
figuras. Así el bar se convirtió en nuestra segunda casa.
En el bar, la habitación más apetitosa para nosotros
era la de dentro, al lado de la cafetera. Resguardados de las visitas
inoportunas de nuestros padres, disfrutábamos de nuestros primeros cigarrillos
y aquellos días que, con suerte, llevábamos algunas monedas nos jugábamos el
café a la brisca o al tute. Los más atrevidos y con alguna moneda más osaban
jugar algún julepe o montones.
En el verano en la puerta, o al lado de la
estufa, en el invierno, era lugar de encuentro de mozos y mozas, se formaban
pequeños noviajes y en contados momentos la habitación aneja servía para
aislarse de las miradas y alguna mano enloquecida tanteaba todos los terrenos,
claro que a veces se escuchaba el sonido de una bofetada inocente.
En las noches veraniegas la puerta era lugar de
encuentro de veraneantes y mayores que relataban sus vivencias anteriores en el
pueblo y fuera de él y, los que nos hemos entusiasmado siempre con las
historias de nuestros mayores, quedábamos embobados a merced de aquello que nos
querían contar. Así nos mostraban quienes éramos y de donde veníamos.
(No he encontrado fotos del bar, si alguien tiene y la quiere ceder para ilustrar el artículo, me la puede enviar a la dirección; alfonsorobles@hotmail.es)
Precioso este relato del bar de tu pueblo, nos lo presentas con todo lujo de detalles...Yo me acuerdo de la Mirinda y en mi pueblo havia un bar con la única tele y los domingos íbamos a ver la peli "Rintintín" y nos tomàbamos un Cacaolat, o un Colacao...Hay, que tiempos aquellos!
ResponderEliminarUn abrazo, Alfonso.
Sí, qué tiempos M. Roser. A veces tengo la sensación que somos una generación privilegiada, pues hemos vivido dos mundos muy diferentes. Hemos saboreado lo sencillo y humano del mundo rural, de un tiempo anterior humanizado y también el progreso e inmediatez del mundo de hoy. Aunque a veces estemos un poco fuera de onda.
ResponderEliminarLos años. Gràcies i aferradetes M. Roser.