lunes, 18 de diciembre de 2017

REALIDAD

Retomo mis entradas sobre el colegio Cristo Rey, una pérdida desafortunada me ha mantenido varado todos estos días, ahora, felizmente, la carta, pues de eso se trataba, de una carta, ha aparecido y con la ilusión del hallazgo reanudo mis recuerdos.

Esa es mi imagen cuando marcho al colegio,
allá por el año 1965, cumplidos los diez años
Nos quedamos con el esplendor de todo lo nuevo y lo maravilloso que resultaba ante mis sentidos, pero no nos engañemos, rápidamente se abrió paso la cruda realidad.
Los momentos de ilusión, de alegrías fáciles van desapareciendo, las aleluyas se acaban y sin aviso previo empiezo a comprobar que a pesar de vivir rodeado de tanta gente me encuentro solo, que soy muy pequeño y me hallo en una situación que no domino, un corderito en tierra de lobos.
Nunca me han gustado los motes, los apodos y, siempre he procurado no utilizarlos. Mi madre me había hecho una chaqueta de lana de un verde muy vivo. No recuerdo quién, tampoco adelantaría nada si lo recordase, el caso es que ese alguien empezó a decirme “lechuguita” y con ese mote me quedé.
Yo me sentía ofendido, humillado, cabreado, pillando enormes berrinches, con lo que más me lo decían. Mi rabia era por no ser lo suficientemente fuerte, atrevido y grande para darle un porrazo y romperle la crisma al que me lo dijera pues, si alguna vez me lanzaba contra alguno, lo único que sacaba era algún trompazo de propina, ya que nunca he sido gran luchador. Así a pesar de que por dentro me ardía todo el cuerpo solo me quedaba llorar y aguantar.
También descubro que las costumbres de Topares no son las mismas que aquí. En el pueblo cuando llegaba el 2 de noviembre todos íbamos al cementerio y los niños nos dedicábamos a correr por entre las tumbas y a tratar de leer los nombres de aquellas más antiguas. En el instituto resulta   que no es fiesta y tenemos que ir a clase, en esos momentos me resultaron muy tontos los del colegio y solo pensaba lo bien que se lo estarían pasando en Topares sin clase. Además, me aburría bastante en la mayoría de ellas.
¡Ah!, cuantas penas, aunque nada he dicho, aún, de la más grande, las comidas, horribles. Mi madre es una gran cocinera, de pequeños también tozuda, pues se empeñaba en que nos comiésemos todo, aunque no nos gustara nada. Entonces lo pasábamos mal, aunque disimuladamente era benevolente pues procuraba hacer las menos veces posibles esas comidas odiosas.
Ahora me enfrentaba a comidas nunca vistas, sabores, si se podían llamar sabores, nunca conocidos y algo muy importante para un niño, que no entraban por los ojos ni con gafas de aumento.
Así pasé bastantes días sin comer, menos mal que yo tenía un ángel particular, mi tía Eloína. Cuando regresaba del instituto al colegio, por las tardes, pasaba por su casa en la escalinata y, nada más verme, sabía ya mi estado nutritivo. Siempre tenía algo para ofrecerme, nunca podré olvidar tantos detalles que tuvo conmigo.
Como prueba de veracidad concluyente de lo que digo aporto una carta escrita a mi abuela María en esos días:



Las dos caras de la carta que con tanta sinceridad y ganas mando a mi abuela a finales de noviembre,
cuando no llegaba ni a dos meses que estaba en el colegio



                                                                      Vélez Rubio 30-11.65
            Querida abuelita: […] Creo que ya estará el Daniel con las bestias labrando y sembrando, ya habrán matado, y mi mamá también, esta vez no voy a comer chicharros ni patatas con los chicharros pero luego en la pascua o en la navidad mejor dicho, sí me comeré las costillas esas que a mí tanto me gustan, y las tajadas de lomo, y cosas de esas, y también los muslos del pavo y la sangre que está tan buena, frita en la sartén y los muslos en la lata encima del fuego, tampoco cataré esas migas con las tajadas de tocino y esas de hígado blandas ni el arroz con costillas ni nada de eso, tan buenos que están pero cuando vaya en la navidad alguno de eso pillaré y toda la matanza, los chorizos, la morcilla, los envueltos. (Abuelita) Te pido perdón por no haberte escrito…”


Ahí quedan las indiscutibles palabras de un niño de 10 años.

2 comentarios:

  1. A pesar de todo , bonitos recuerdos...Esto que dices de los motes era muy habitual en los pueblos pequeños i si molestaban todavía te lo decían más. SE habla mucho de la inocéncia de la infancia, pero también es verdad que no hay nadie más cruel que un niño...Veo que hechabas de menos las exquisiteces de la matanza, jo también recuerdo haber vivido algunas.
    Muy simpática la carta a la abuelita!
    Besitos, Alfonso.

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  2. Gracias M. Roser. ¡Qué me dirás de la cruel inocencia de un niño!, en la escuela hemos visto bastante de todo eso. En muchos pueblos todavía se conserva que las familias se conocen por los motes, a mí particularmente nunca me han gustado y siempre que lo he sabido, me he referido a ellos por su nombre.
    Una abraçada. Feliç Nadal i any nou

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