Después colocado delante de su
vieja máquina, posaba sus manos sobre las teclas, acariciando cada una de ellas
y dispuestos a entrelazar palabras que compusieran una historia. Antes de
empezar a teclear, instintivamente, alzaba su mirada hacia el gran ventanal de
la habitación y dirigía su vista hasta la profundidad del valle que se abría
delante de su casa.
Mientras, intenta encontrar esas
primeras palabras que a veces cuestan tanto, parecía que a su vieja Olivetti, cada vez le
costaba más ponerse en marcha y llenar la estancia de su monótono machaqueo.
Desde hace unas fechas le pasa
que esas primeras palabras no aparecen, permanecen ocultas en el silencio de la
mañana e, inevitablemente, día tras día se desespera. Hoy parece que será
igual. Vuelve a asomarse a la ventana, enciende un cigarro y observa como el
humo se expande y ocupa todo el recinto. Desalentado, apaga el cigarrillo en un
gesto brusco y vuelve a enfrentarse al frío teclado. Pero los dedos permanecen
quietos, agarrotados, como si hubieran perdido su vida y su mente no les mandase
ninguna información para que empiecen su particular baile sobre las teclas.
Enojado se levanta y vuelve al
mirador. Esta vez intenta adentrarse más en el valle, se sorprende con una
nueva visión del mismo, de pronto se da cuenta que el gris invierno va
desapareciendo, se imagina una paleta en la que se mezclan los colores de la naturaleza para lucir, en
todo su esplendor, al cabo de pocos días.
Un aire de juventud, de vida, le agitó la cara y del valle le llegó el
suave rumor del agua camino de las latitudes más bajas, en su aproximación al
mar.
Al momento se dio cuenta que su
mente tenía que salir del letargo invernal, se percata de que hasta ahora había buscado viejas palabras,
y éstas se encontraban dormidas, como sus viejos recuerdos, sus añejas
historias. Les pedían que las dejase yacidas, para poder dormitar en el tiempo
de los tiempos.
Resignado a sufrir un nuevo día
sin escribir una palabra, se disponía a salir del despacho, cuando el timbre de
la puerta lo sacó de su embotamiento. Para su sorpresa se encontró ante un
empleado de mensajería cuando no esperaba nada. Tuvo que firmar y le entregaron
un paquete con su pequeño sobre.
Al volver a la sala miró la
tarjeta que acompañaba, se veía que era un simple trozo de cartulina y una
frase escueta: “Con el deseo de que
surjan nuevas historias”, se encontró, él que había prometido no abandonar a su
viejo cacharro, con un rutilante portátil.
En su cara se dibujó la
perplejidad, abatido se dejo caer en una silla delante del artefacto moderno.
Maquinalmente lo abrió. Se quedó atónito descubriendo el suave teclado, la
mortecina pantalla, carente de voluntad le dio al play, tras el arranque
apareció el mismo mensaje. Pasaron segundos, minutos, quién sabe. Por fin lo
comprendió todo, necesitaba nuevas palabras, manifestar nuevos sentimientos,
exteriorizar nuevas emociones, seguir a sus nacientes ilusiones. Dejar reposar
en su interior las viejas emociones, experiencias, para él solo, y abrirse a
una nueva vida, proclamar renovados afectos
y crear un joven lenguaje. Desvió su vista hacia la vieja compañera y, concluyo
que aquel siempre sería su sitio, guardiana silenciosa de sus pasados
recuerdos.
Un brote de primavera recorrió
su cuerpo, se acomodó delante del ordenador y empezó a escribir: “Gracias por
abrirme nuevos caminos, por descubrirme nuevas ilusiones, por despertar estrenados
sentimientos...
Texto para relatos colectivos. Alfonso. Mayo 2014
Com entenc a aquest home! Als que tenim uns anys ja, ens costa sortir dels nostres records. Té la seva lògica, són molts anys d'anar col · locant pacientment i amb molt d'afecte cadascun en el lloc que li correspon en aquesta capseta anomenada cor. A més es van sumant també petites manies, petits tics que ens porten a creure que qualsevol temps passat va ser millor ... Fins que arriba un dia que una paraula, un gest, "un portàtil", un somriure, ens descobreixen que tenim capacitat de sorprendre'ns de nou, de dibuixar noves il·lusions, de recuperar tots els colors i els seus matisos, d'olorar noves fragàncies ... i després, sabem que seguim vius, vius per seguir descobrint camins i, com no, per seguir guardant els records en aquest dolç racó, anomenat cor.
ResponderEliminarM'agrada el teu relat, moltíssim!!
Aferradetes, amic meu ✿
Sa Lluna, tus palabras hacen que el relato gane en sentimientos y emociones, hasta superarlo.
EliminarGracias noia. Aferradetes farcides…
Hace más de 25 años que me compré mi primer ordenador. Lo quería sólo para procesar textos, pues las ventajas de poder borrar, reescribir, cortar y pegar, imprimir y guardar lo hacían más interesante que mi vieja Studio44 (que a su vez había sustituido a la añorada Pluma22 de mi adolescencia). La Pluma22 la regalé en du día, pero la Studio44, en su caja de madera, la guardé para tenerla a mano, debajo de los cajones de mi mesa de despacho. Y allí sigue, un cuarto de siglo más tarde. No la he usado nunca más, pero no pienso deshacerme de ella. Ya la tirarán mis herederos, si quieren (que querrán, seguro: ¿para qué guardar un trasto sin valor ni como antigüedad?). Tienes razón: hay que abrirse a nuevos horizontes, pero sin olvidar los buenos momentos vividos, que nos estimulen a vivir otros, diferentes sin duda, pero dignos también de ser vividos. Un abrazo!
ResponderEliminarA mí tampoco me gusta desprenderme de mis viejas reliquias. Antes de abandonarme al ordenador, tuve tres. La primera necesitaba que comieras antes para poder pulsar las teclas. Siempre te caía el final del renglón mal, rompía la sílaba, una vocal sola, si te equivocabas ya era el acabose. Otra eléctrica y la última, la que decían electrónica, lo más parecido al ordenador. Era suave y una letra muy bonita.
EliminarLa primera y la última las conservo, cuando casualmente me encuentro con ellas esbozo una sonrisa de agradecimiento. También tenía su gracia escribir o pasar apuntes en aquellos viejos trastos.
Gracias por tu comentario. Una abraçada
Jo també guardo la màquina d'escriure que em vaig comprar quan tenia 20 anys... i ja en fa 43 d'això! Però l'ordinador em va donar aires nous, és veritat, com al protagonista del teu relat. Gràcies, Alfonso.
ResponderEliminarCasi todos los que rondamos nuestra edad, hemos empezado aporreando una recia máquina de escribir. Qué duda cabe que el ordenador nos abrió nuevos horizontes, nos alivió el trabajo, para nosotros, sobre todo en la escuela.
EliminarHacer los clixés en una rígida máquina, lanzarlos en la multicopista, donde terminabas de tinta hasta los ojos, y si te equivocabas tachones y desesperación. ¡Qué tiempos aquellos!
Gracies Joan pel teu comentari. Una abraçada
No he podido contestarte antes por culpa de mi memoria, y mira que he leído libros de él, Todos no, claro. Ha escrito más de 80. Y artículos en periódicos y en revistas más de 11.000. Nada, que no me salía el nombre de Josep Maria Espinas y no quería buscarlo. -Mi memoria reciente está fatal-. Todo esto que digo es porque siempre dice que él y su máquina morirán juntos. Escribe fiel a su vieja Olivetti, de la que le cuesta aún encontrar cintas que no estén secas para seguir tecleando.
ResponderEliminar"Espero que las cintas sean tan amables de aguantar tanto tiempo como yo. Es un milagro encontrarlas, me las trae la persona que viene a limpiar la máquina que se me ensucia de fumar en pipa. Las cintas es algo muy simbólico. Estas frases reales las escribe de vez en cuando en sus libros.
Creo, Alfons, que la vida en si es una cinta que se va desenrollando, pero también es cierto que el mundo está lleno de sorpresas fantásticas y no puedes cerrarte en ti mismo.
Yo también tenía una máquina, herencia de mi padre (trabajador de Hispano Olivetti) y ahora la tiene mi hijo mayor. Espero que sus hijos, mis nietos, no la tiren. Para mi la antiguedad no está en que solo haya una, sino el valor de aquella màquina.
Una abraçada.
Josep, me hablas de Josep M. Espinàs. Curiosamente en 1982, cuando me despedí, mediante una editorial en el Sarment, de Balsareny, alguien le hizo llegar el artículo. Entonces me dedicó su columna en la contraportada del Avui: “A la vora de…”, lo hizo en dos ocasiones. Las guardo con mucho celo y satisfacción.
EliminarHay escritores que se resisten a dejar su vieja máquina; aunque después un secretario/a los pase al ordenador. Pero esas añejas máquinas mantienen la esencia de lo antiguo pero, casi siempre, muy bien hechas.
No te preocupes seguro que conservarán la Olivetti en recuerdo del avi.
Gracies Josep y una abraçada.
M'agrada aquest relat on passat i present conviuen en un mateix espai.
ResponderEliminarGracias Montse por tu comentario. Llevas toda la razón, conviven y quizás luchan, los dos tienen su fuerza, la dificultad es lograr que se unan para mejorar.
ResponderEliminarUn saludo
El nou substitueix el vell...
ResponderEliminary si se compenetran recibe toda la sabiduría del viejo.
ResponderEliminarGracies Alyebard pel teu comentari. Salut
M'agrada molt el final, quan s'adona que li cal renovar les emocions, sentiments, il·lusions per continuar escrivint, que no es pot quedar ancorat en el passat. Alguna vegada m'ha passat i és l'única manera de tirar endavant, aprofitant el pòsit del passat per convertir-lo en esperances de futur. Bon cap de setmana, Alfonso!
ResponderEliminarLos recuerdos, muchas veces, nos impulsan hacia adelante. Pero otras nos condicionan y nos frenan, precisamente por la fuerza que tienen. Por eso necesitamos renovar continuamente nuestras y nuevas ilusiones. Gracies pel teu comentari i bon cap de setmana
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