Es
verdad que el tenerlos aquí, cerca, es
una alegría añadida para mí. Pero también quiero pensar en ellos y, puede ser
duro después de un año de convivencia. Tener que volver a la rutina diaria de
cada uno por su lado, sin ese aliciente que da la vida en pareja, sin esa
plenitud de vida y amor, puede resultarles doloroso.
No
tendría ningún inconveniente que continuasen su proyecto común, incluso creo
que les asiste el derecho a inventar su propia vida, su propio futuro, pero (*)
todas las circunstancias no son controladas por mí. El tiempo decidirá.
Desde
mi egoísmo ha sido un año largo y duro. Adrián es mi soporte imprescindible.
Ahora bien, el afecto de padre te lleva a considerar tu felicidad en función
del bienestar de él. Así, el comprobar cómo, día a día, han evolucionado y
consiguiendo más identidad común en su propósito de vida. Verlos reír cada vez
que hablábamos, sentir que entre ellos
no había malos modos ni maneras. Ver como su amor crecía y notar que esa
química especial que tiene que haber en las parejas, discurría por cauces de
emociones y cariños, me llenaban de esperanza e ilusión.
Cuando
murió Rosario, mi gran desvelo era Adrián. Ella era su confidente, su soporte,
su ayuda. Siempre su madre, pero a la vez,
sabía transmitirle esa confianza que hacía que se entregara a ella sin
reservas, como si de dos amigos se tratara.
Durante
ese primer año de su partida, me propuse que tuviéramos un contacto frecuente,
así, al menos una vez, comíamos juntos a la semana. Los dos hemos tenido que
reinventar nuestra relación. De ser solo padre pasar a ser también madre y, un
hecho muy importante, hacerle sentir que
su madre también era presente, que su gran sentido de su familia, padre, madre,
hijo, no se desvanecía, seguía en pie, solo que con una circunstancia
desgarradora, que los dos trataríamos de superar.
La
conversación, el diálogo fue el motor de nuestro camino, mostrándole que desde
mi parte no habría ningún lado obscuro, estaba dispuesto a transmitirle mis
sentimientos más íntimos, dispuesto a destruir las posibles barreras que
tuviera hacia mí. Así se ha ido tejiendo una relación de intercambio, de ayuda
y soporte mutuo. Siempre disponible a la llamada del otro, siempre dispuestos a
escuchar, siempre dispuestos a expresarnos lo más cerca a la verdad posible.
He
ido notando como me hacía importante para él, para convertirse, a su vez, en muy
importante para mí: ayudándome, alentándome
a crear nuevas ilusiones, marcándome un aire de libertad,
incitándome a vivir, incluso a respirar
nuevos aires. Sus contribuciones se han hecho imprescindibles en mí.
Al
ver la forma en que me ha tratado me ha hecho ver su grandeza, que se ha visto
enriquecida por su vida junto a Mª José. Puede atesorar muchos defectos, (como
el que más) pero su sensibilidad, atención y delicadeza le proporciona una
dimensión que te hace admirarlo. Esta atención, sensibilidad y delicadeza que
recoge directamente de su madre y, que tanto ella como yo siempre hemos
procurado que estuviese presente en su educación, aunque faltaran otras
cualidades más prácticas y provechosas para circular por este mundo.
Ahora
me emociono de comprobar que algo hemos conseguido. Máxime cuando habla de ella
y de Mª José como lo hace en este escrito que os transcribo, y que, cuando me
lo leyó, mi corazón se desbordó trayéndome a Rosario de nuevo y tocando mis
células más sensibles.
...El tiempo pasa...
Y, la verdad, siempre encuentro un momento a lo largo del día, en que me
acuerdo de mi madre. En su humor, en su felicidad y alegría que nos transmitía
a todos y nos contagiaba, que nos hacía ser más humanos, más cercanos a
nosotros mismos... Siempre que la recuerdo, me paro a pensar y sonrío, me lleno
de felicidad, porque aunque no está presente físicamente, la noto dentro de mí todos
los días, y me anima a seguir adelante con ilusión y con ganas... Su mayor
ilusión, al final de sus días, era verme con María José, le encantaba, que al llegar todos los días al hospital, le
contara cómo estaban yendo las cosas con ella,... Tengo la sensación de que
descansó tranquila pensando en que iba a estar tan bien acogido por María José,
de que me iba a cobijar y arropar todos los días, a darme mimos, caricias, cariños... Todo un sin fin
de acciones que hacen que yo, cada vez que me acuerde de mi madre, me llene de
tanta felicidad y alegría, y de ver lo feliz que soy conviviendo con María
José. Un abrazo muy fuerte a mi madre, que se encuentra dentro de mí, por todo
cuanto me ha dado y enseñado.
Seguid así, seguro que la felicidad de la mamá será la
vuestra.
Un
abrazo muy fuerte de Fonfo y seguro que de Saio.
Esta carta emociona muchísimo, Alfonso. Cuanto se nota el amor que tiene hacia su madre, y ahora continua éste con María José. Estoy seguro que serán muy felices, no tengo ninguna duda. La verdad es que poco puedo decir que no lo hayas dicho tú en cualquier momento. Y si algo queda por decir es el amor que tú también tienes por él. Tiene que ser muy difícil acercarse más aun si cabe a un hijo, intentando seguir lo que tu esposa hubiera seguido haciendo como madre. (Perdóname si me expreso mal, y soy consciente de ello, pero es que me cuesta mucho escribirlo, y esto que de verdad si lo pudiésemos hablar me costaría algo menos)
ResponderEliminarAlfonso, estamos en junio, y el otro día hablando con mi nieta mayor me acordé que estamos al final de otro curso. Escribí un poco acerca de vosotros, los maestros. También hable de ti con Ramón, como muchas veces. En fin
Amigo mío, que estoy muy contento por que tienes a tu hijo y a María José a tu lado, que ya se ve que son dos excelentes personas. Dales un abrazo de nuestra parte. Y por supuesto a ti también, Alfonso.
Gracias Josep por tus palabras. He leído tu entrada sobre los maestros y quería reposarlo un poco para escribir un comentario.
EliminarUna abraçada Josep.