Vuelve
San Isidro, como cada año vuelve San Isidro. Pero este año un San Isidro
mustio, marchito. En tierras de secano, el agricultor, el artesano de la
tierra, mira todo el año, otoño, invierno y primavera, buscando en el
firmamento las nubes que anuncien agua, que presagien que las sementeras se
llenarán de espigas, de verde brillante, alfombras esmeraldas que la brisa
mostrará en marcas de agua y que profeticen un verano de cosecha, de trabajo sí;
pero, de ilusión, abundancia y prosperidad.
El campo en 2012 |
el campo en 2011 |
Tenemos
que evocar el año pasado, un San Isidro eufórico, los mismos campos, ahora
desmayados, estaban cubiertos de cañas y
espigas inhiestas hacia el cielo azul, preñadas de granos que pregonaban
alegría, satisfacción. Predecían un estío de fecundidad, de entusiasmo por todo
el trabajo realizado en las otras estaciones, felices de la productividad de su
trabajo, de su laboriosidad, del esfuerzo aplicado para, eso sí, ayudados por
la bonanza del tiempo y el agua, en el verano se llenaran los graneros de
frutos, pequeñitos sí, pero testimonio de ese apego al terruño, del trato
afectivo, delicado. A esa tierra madre que le devuelve el valor del sudor de su
frente. Su atención, recompensada en granos multiplicadores, es la verdad explicita de que su trabajo ha
sido provechoso y gratificante.
La tristeza del campo es manifiesta en 2012 |
En 2011 el verde mandaba en el horizonte |
Este
San Isidro en mí ha sido muy especial, y parece que las anteriores palabras se
convierten en parábola de mi existencia. En 2011, con Rosario a mi lado, estaba lleno de vida, de ilusión, de
esperanza; asomaba el beneficio de la curación, la vitalidad de su carácter
inundaba todas mis actividades, rodeado de la alegría de su originalidad, del
deseo, del amor. Todo parecía proyectarse en el verde de los campos, en la
luminosidad de sus amapolas, en el lirismo de las margaritas. Nuestra vida se
lleno de optimismo, de color, de primavera, de ganas de querernos, de
expresarle a todo lo que nos rodeaba
nuestra felicidad, nuestro
apasionamiento. A cada instante nos llegaba un rayo de luz más
resplandeciente, que se convertía en un brindis a la vida, al mañana. En
nuestra mente florecían proyectos, de felices deseos, de ilusiones y fantasías.
Nuestro júbilo desbordaba el espacio y se proyectaba al infinito en el mañana
de Topares.
Ha
pasado un año y volvemos a San Isidro, pero ahora árido, agreste, marchito,
seco, donde no hay agua ni para las lágrimas; resecos los ojos de tanto añorar,
de tanta soledad. Un mayo donde ya no brillan las amapolas, donde las
margaritas han perdido sus pétalos y ya no podemos jugar a “me quiere, no me
quiere”. Donde las espigas no florecen, cabizbajas, sin poder levantarse hacia
el azul intenso, hacia el espacio abierto. Un mes de flores en que las
ilusiones languidecen, perdiéndose en las simas de la obscuridad. Donde el
calor, la brisa seca, va quemando, diluyendo, evaporando la frescura del agua,
la juventud de los recuerdos, dispersando mustiamente la imagen tierna de la
nostalgia.
(San
Isidro es el patrón de Topares, en sus fiestas, los campesinos sacan al patrón
en procesión para que bendiga los campos y que a través de su intercesión la
cosecha del año sea magnánima con su esfuerzo y trabajo, garantía de un año
fructífero. En los años, como éste, muy secos, los agricultores no están muy
contentos con él y las ofrendas que les hacen no son muy esplándidas).
Hola Alfonso!
ResponderEliminarSupongo que todas las imágenes de santos se parecen, porque muchos imagineros “en serie” deben copiar de un mismo modelo. El caso es que me ha sorprendido ver la imagen de vuestro San Isidro porque es prácticamente idéntica (en cara, actitud corporal y vestimenta) a la del San Isidro que tenemos en la iglesia parroquial de Balsareny (Barcelona).
Por otra parte, el desánimo de los agricultores cuando el año es malo también es cosa común. En Balsareny había un labrador a quien por apodo la gente llamaba “el Crema-sants” (el Quemasantos), porque a un antepasado suyo lo sorprendieron en la iglesia, un año de malas cosechas, quemando con un cirio el pie de la imagen de San Isidro, mientras le recriminaba agriamente el poco caso que había hecho a sus plegarias.
Esta anécdota, verídica, perduró en la memoria popular y en el apodo o mote de los descendientes del labrador indignado, que se lo fueron pasando de padres a hijos. El hecho debió de suceder a mediados o finales del XIX, por lo que la imagen “agredida” no fue la actual, sino una anterior que fue destruida durante la guerra civil y cuyo aspecto, por tanto, desconozco (aunque no debía diferir mucho de la que compartimos hoy Balsareny y Topares).
Un abrazo.
Ramon
Hola Alfonso!
ResponderEliminarYa lo creo que duele ver la diferencia de paisaje entre un año y otro. Esto me lleva a pensar lo injusto que resulta tanto trabajo perdido. Es cierta la observación de Ramon en referencia a San Isidro. Yo también lo he visto en otros altares y es igual. Se casó con una sencilla campesina que también llegó a ser santa y ahora se llama Santa María de la Cabeza (no porque ese fuera su apellido, sino porque su cabeza es sacada en procesión en rogativas, cuando pasan muchos meses sin llover).
Alfonso, yo entiendo a los agricultores de Topares que son creyentes. Pasarse un año rogando al santo para luego no recibir ni una gota de agua es para estar muy enfadado.
Un abrazo