Los actos centrales empezaban el jueves santo, a los críos nos producía una gran curiosidad el lavatorio de los pies, en nuestro pensamiento inocente nos imaginábamos que realmente el cura lavaba unos pies como los que nosotros llevábamos a veces en el invierno, no entendíamos como el cura se ponía a lavarles los pies a nuestros padres con los roñosos que debían estar de todo el invierno.
Al terminar la misa, como se había producido la muerte de Jesús, ya no se podían tocar las campanas y salíamos todos los niños a avisar del pregón de las siete palabras por todo el pueblo con “las carracas”. Además de los monaguillos se juntaba toda una tropelía de chiquillería, queriendo todos hacer sonar las carracas, Así nos andábamos el pueblo.
El sermón de las siete palabras era escuchado por todos los fieles o vecinos, aquellos años era, de obligado cumplimiento, el asistir a los actos religiosos. Casi siempre venía para semana santa algún “misionero” que ofrecía su sermón con mucho énfasis y lleno de grandes palabras. Con todo en semana santa caías en un estado de tristeza y melancolía que se apoderaba de toda la localidad, no se oían ni risas, ni músicas, ni alborotos, eran tiempos en los que solo cabía la pena y la oración.
Por la noche la hora santa, y al término de la misma se iniciaban los turnos de vela del santísimo. Al terminar la misa del jueves, el sacerdote abría el sagrario, en señal de su muerte, y trasladaba las formas al “monumento”, se hacía con gran solemnidad, en procesión y los hombres llevando el palio. Desde entonces siempre había gente custodiando el altísimo. Al finalizar la hora santa es cuando se introducían los turnos de vela, era realizada por los herman0s de la hermandad.
En noviembre de 1893 se forma la Hermandad de Ánimas, en 1952 se refunda la misma actualizando los estatutos que se habían establecido en un principio para ponerlos más acordes con los tiempos que corrían. En el artículo 5 de su capítulo 1º dispone lo que sigue:
“Igualmente deberán asistir todos los hermanos a las funciones de semana santa y a la confesión que tendrá lugar la noche del miércoles santo para comulgar en los oficios de jueves santo y hacer la hora de guardia al Santísimo en el monumento, no pudiendo ser sustituido, aún teniendo causa justificada, por otro individuo que no pertenezca a la hermandad.
Se procurará que haya una misión durante estos días, a saber desde el viernes de dolores, si es posible, hasta el jueves santo”.
Hermanos de la Hermandad de ánimas en un acto cn motivo de la visita del obispo. Al frente de la misma un hermano con la bandera de la Hermandad |
En el salón parroquial existían unas hamacas para esta noche, pus los hermanos pasaban toda la noche en él, y entre turno y turno descansaban en las mismas. Cada hora iniciaban una procesión con la bandera de la hermandad al frente, en la que acompañaban a los hermanos que les tocaba el turno, llegaban a la iglesia hacían el relevo y volvían de igual manera al salón, a descansar hasta el siguiente cambio. Si en algún momento alguien se quedaba solo en la vela, no abandonaba la iglesia hasta que no llegara otra persona, pues no se podía dejar al santísimo solo.
El viernes, a primera hora de la tarde eran los oficios, el comienzo era seguido atentamente por los niños, pues el sacerdote se tendía en el suelo y a nosotros nos traía una imagen de la muerte o parecido. En sí, era un día tétrico, se realizaban todos los ayunos y abstinencias posibles. En las casas no se ponía música, ni cualquier motivo de risa y alegría, hasta se veía mal hacer un viaje, por supuesto si era época de caza a nadie se le ocurría salir. Después de los oficios todo el pueblo quedaba tranquilo y silencioso. Por la noche se realizaba el vía crucis por las calles. Procesionaban la virgen y el cristo y se cumplían las estaciones que estaban marcadas con cruces en las calles. Participaba mucha gente y ponía fin a los actos más doloridos de la semana.
Durante el sábado se desmontaba el monumento y a las doce de la noche se celebraba la misa de resurrección. Se prendía un fuego en la puerta de la iglesia, del que se encendía el cirio pascual, en procesión se entraba en la misma, con todas las luces apagadas, continuando así hasta el rezo del gloria, que era el momento en que se producía la resurrección y se encendían las luces. Se acababan las penas y penurias de la cuaresma y volvía la alegría.
Hablo de los primeros años sesenta. Entonces la costumbre era que los domingos comulgara no mucha gente, mujeres, niños y algún hombre. Estos lo hacían, como se decía por pascua florida. Ya habéis visto en la redacción de ese artículo 5 de la hermandad que, entonces en semana santa comulgaba todo el pueblo, era obligado. Como había que confesar se formaban pelotones de hombres para hacerlo, después se hacían bromas sobre lo que se confesaba. Era curioso ver las filas para comulgar con todos los hombres en la misma cuando en todo el año no lo habían hecho en ninguna ocasión. Eran otros tiempos y otras circunstancias.
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