Los maestros y maestras
de nuestros pueblos, en muchas ocasiones, fueron los que nos pusieron a estudiar
a muchos de nosotros. Aún no había cumplido los diez años y mi maestro, Don
Daniel, se empeñó en que me presentara a beca, como se decía entonces. Mi padre
no estaba convencido, le parecía que era muy pequeño y que no me podría manejar
solo, en el colegio.
Por suerte al final
ganó el maestro y a eso de finales de mayo o principios de junio voy a Vélez
Rubio a examinarme para beca, que servía, a la vez, de ingreso y para costear
el colegio. Admirador natural de las situaciones nuevas, para mí constituyó un
acontecimiento extraordinario. Habituado a la singularidad de Topares, verme
allí sentado en una mesa, en un pasillo que me parecía infinito, serias personas
mayores paseando por entre nosotros para que nadie copiara, a todo eso no sabía
ni que era copiar, puede que se tratara del primer examen que hacía y, además,
rodeado de montones y montones de niños como yo, únicamente se parecía al
pueblo en que exclusivamente había niños.
Recién cumplidos los
diez años el maestro me dice que he aprobado, desde ese momento estaba desando de
que llegara el día de marcharme a Vélez Rubio. Creo que la beca eran 10.000
pesetas y el colegio costaba sobre 9.000, para mí lo importante es que me iba fuera
y ¡solo!, ese cierto sentido de independencia siempre me ha acompañado en la
vida.
Un domingo de
principios de octubre fue el día ansiado, nos bajamos por la tarde para
encontrarnos con una vorágine de niños y familias, los nuevos con las mismas
caras o incluso más asustada que la mía, los grandes sin mirarnos ni siquiera,
los más cercanos a nosotros que se consideraban veteranos, desafiantes, como
diciendo: ¡Qué pequeños! ¡La que os espera!
El internado se
encontraba detrás de las monjas, en un camino de tierra hacia la huerta, al
empezar la calle que te llevaba al cuartel y al Cabecico, en la esquina había
una especie de taberna, en la misma esquina de la calle con el camino una
fuente en la que, muchas mañanas de invierno, teníamos que ir a lavarnos la
cara porque en el colegio no había agua. Todo era observable, para dónde mirara
se me presentaba algo nuevo y sobre todo nuevas caras. Los novatos quedaban
reflejados a la distancia, llegábamos rodeados de toda la familia, en algunos
casos hasta abuelos y tíos.
Entrábamos en un
recibidor, que después adquiriría sentido, pues era donde aguardábamos hasta
que se podía entrar al comedor. A la izquierda estaba el del Superior y las
escaleras a los dormitorios. A la derecha el comedor, salón de estudios, sala
de la televisión, todo era el mismo lugar, digo el del Elemental. Al entrar al
mismo estábamos los de primero y la mesa de los sacerdotes, bajando un escalón,
la sala grande, donde se sentaban por orden desde quinto hasta los de segundo
al final.
Arriba el dormitorio,
largo, nuevamente grandes extensiones estando hecho a lo inmediato del pueblo.
Literas que solo conocía de oídas, de los soldados en la mili. Menos mal que me
tocó abajo y me acudió la sensación de que a partir de ese momento tendría que
dormir rodeado de otros niños. En la mitad a la izquierda de la sala, una habitación
almacén donde se guardaban las maletas. Al fondo, también a la izquierda, los
lavabos, escasos para tanta gente.
Después de un par de
horas allí ya estaba medio mareado, cruzarme con mucha gente desconocida,
padres y madres, alumnos, futuros compañeros, presentarme a los curas, a todo esto,
era el más pequeño de todo el colegio. La primera vez que el maestro le habló a
mi padre de presentarme a beca, la respuesta fue que era muy pequeño: “¡Si todavía no sabe vestirse solo!” Bastante
años después, ya maestro actuante, el mismo maestro le contaba la anécdota a
una compañera de la carrera, a lo que ella le respondió: “Pero es que ha aprendido ya”.
Aquí ya en tercero
Foto de Revista Velezana. nº 14
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Puede que nosotros no
quisiésemos que se fueran ya los padres, puede que los padres no tuvieran fuerzas
para separase de nosotros, el caso es que ya instalados damos vueltas, arriba y
abajo, en las inmediaciones del colegio. En eso estamos cuando descubro que “al laico” del colegio hay una
pastelería, la pastelería Alcaraz, añorada y venerada en mi memoria. Solo
quería que se fueran para meterme en ella y ponerme morado.
Al final marcharon y
todavía quedaba tarde y tiempo hasta la cena. Mi padre me había dado 25 pesetas
para pasar hasta navidad. En pasteles me gasté 10 pesetas, descubrí unos
cuernos de merengue tan sabrosos que no he vuelto a probarlos iguales. Es fácil
ajustar las cuentas, valían 2’50 y me gasté 10 pesetas, la cena por supuesto
estaba de más, seguro que no valía la pena.
Al hilo de los cuernos,
una tarde de invierno unos alumnos mayores se apostaron que uno no era capaz o
sí de comerse 30 cuernos de merengue. En la pastelería no pudieron terminar la
faena y se trasladaron al comedor. El director, D. Pedro, tenía fama de que lo
controlaba todo, la apuesta parece que también y, le pidió al apostante que
bendijera la mesa. No pudo terminar, en los urinarios que estaban fuera en la
calle, quedó la marca, todo el suelo parecía una nevada pareja, un océano
blanquecino de merengue se extendía por toda la superficie.
Para terminar la noche,
el director anuncia que para prevenir los robos se le puede entregar a otro
sacerdote el dinero que quiera que le guarde y éste se lo irá entregando como
le hiciese falta. Ahí me tienes a mí, todo ufano a depositar mi capital. Nada
más llegar solté mis duros en la mesa
tal cual el valiente del oeste lanzaba la moneda para pagar el gïisqui:
-Cura.- ¿Alfonsito qué me traes?
-Yo.- Los tres duros que me han quedado de lo
que me ha dado mi padre.
En mi inconsciente
navega la idea de que al final del trimestre le debía yo un duro. Así fue mi inicio
en el colegio
Emotiva historia! Leyéndola la revivía como si la hubiese vivido, aunque mi escuela a los 10 años era externa y comía y dormía en casa, pero hice también a esa edad mi primer examen (ingreso de bachillerato de aquel tiempo) en el Instituo de Manresa (enorme, desconocido, ominoso) y las experiencias fueron semejantes. Nunca estuve internado, pero de los 12 a los 14 años estudié en en el pueblo vecino, con transporte escolar y fiambrera, curas, misa diaria, permanencias y muchos amigos nuevos (algunos ya se han ido para siempre). Días fríos y oscuros, pero que recuerdo con nostalgia y cariño. Síguenos contando vivencias de la escuela, Alfonso. Tus reflexiones ayudan, más en tiempos convulsos. Una abraçada!
ResponderEliminarSi espero continuar, el colegio era diocesano, así pienso que disfrutábamos de más libertar que otros de confesiones. Ahora suena tan lejano. Una abraçada
ResponderEliminarMe gusta que nos cuentes vivéncias de la infancia, a mi también me gusta contar-las...
ResponderEliminarQue canvio pasar de una escuela pequeñita a un supercolegio donde seguro te perdias i hechabas de menos tus correrias infantiles de niño de pueblo!
Fíjate que yo era muy rara, pues me hacia mucha ilusión ir interna a un colegio de Barcelona, però por suerte en casa no podíamos pagar todo lo necesario, uniformes...I es posible que no hubiese aguantado más de una semana!!!
Fíjate, yo que vivía en el pre-Pirineo también hice el exámen de ingreso de bachillerato, en Manresa.
Buenas noches, Alfonso.
Gracias M. Roser. Con el paso del tiempo he considerado que en nuestro colegio había un cierto grado de libertad, para la época pienso que suficiente. También era un colegio enmarcado en un pueblo, no era la ciudad, allí éramos todos más del campo que San Isidro y entonces el choque no era tan grande. Lo que cambiaba, a mí en particular, es que. aún siendo también pueblo, era muchísimo más grande y eso comportaba ofrecer más posibilidades y atracciones, continuaré en las siguientes entradas por ese camino, el de las cosas nuevas que me encontraba.
EliminarUna abraçada
Quants records...de vegades m'hi trobo explicant coses de fa mig segle i que lluny em sembla i que a prop alhora.
ResponderEliminarVivències que ens han portat fins avui.
Gràcies!
Aferradetes.🌹
Gracias Sa Lluna. Cuando empiezas a contar cosas de hace muchos años, parece que como vas contando, por tus ojos pasa una película fiel de lo que pasaba en aquellos momentos. Es bonito traer los recuerdos que duermen en nosotros desde nuestra infancia, quizás para darnos más ánimos e ilusiones para nuestra vida actual.
ResponderEliminarUn peto ben grand Paula
Querido Alfonso,
ResponderEliminarTu historia es clavada a la mía; yo estuve en el Colegio Menor Cristo Rey de Vélez Rubio durante 7 años y llegué allí con 11 años.
Tus palabras me han hecho retroceder 50 años en mi vida.
Un abrazo.
Ramón Torregrosa Flores
Ramón, tengo tu apellido metido en mi cabeza, pero no logro situarte en el curso ni la imagen, quizás me despista los 50 años, pues yo entré en el 65 y cuento más de 50. Pero estoy seguro de que hemos coincidido y nos hemos conocido.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, los que hemos pasado por el Cristo Rey creo que guardamos grandes recuerdos de allí y en la historia de la comarca creo que fue fundamental y que, a muchos, nos posibilitó poder estudiar. Al hilo de esto a través del Museo Comarcal Miguel Guirao y Revista Velezana estamos preparando un video reportaje del colegio en el que tratamos de explicar, a través de opiniones y experiencias personales, lo que significó el celegio en la comarca y en esa época en que eran muy pocos los lugares en los que se podía estudiar y alojarse en un colegio. Si estás interesado hazme llegar un correo electrónico y nos pondremos en contacto contigo explicándote más cosas e informándote más concretamente. Por favor hazme llegar también información de tu curso. Gracias por todo.