El
recuerdo siempre nos acompaña. Muchas veces pienso en la existencia del mismo en
el nacimiento, una especie de recuerdo adquirido, al que le doy vueltas desde
que lo leí en un libro de la canadiense Jean M. Auel: ”El clan del oso
cavernario”. Allí habla de la memoria adquirida, cuando el homo sapiens aún no
lo era, esta memoria se transmitiría a través de la tribu de forma espontánea y
en el nacimiento, el individuo, según sus facultades, la iría rememorando en el
tiempo. Ahora yo hablo de una evocación parecida, el bebé reconoce a la madre desde
el mismo momento de nacer, sabe de los movimientos necesarios para mamar, de la
utilidad del llanto para manifestar fastidio o deseo, de la complacencia de la
risa. Así me hace pensar en una información que ya contiene su cerebro.
Poco
a poco nuestra mente se va llenando de presencias, cada vez más de forma
inteligente y que podremos evocar en un futuro.
En
el presente esas nostalgias, que ya poseemos, nos pueden marcar nuestras emociones
y sentimientos. Nuestras sensaciones, a veces, vienen marcadas por esas otras
que se han depositado en nuestro cerebro, hasta tal punto que en la mayoría de
los casos somos productos de esos posos.
En
nuestra mente se acumulan tal cantidad de impresiones, que en momentos tenemos
la necesidad de dejar espacio libre, con lo que vamos seleccionando para
quedarnos, más a flor de piel, con lo que ha sido causa de gran satisfacción o
tristeza y, que muchas veces nos perseguirán a lo largo del tiempo. Ahora bien,
basta una imagen, un aroma, un encuentro, cualquier circunstancia hace que
evoquemos situaciones de las que no éramos conscientes de su existencia.
Cuántas veces nos pasa que el encuentro con un antiguo coetáneo nos trae imágenes
de la infancia que ni las podíamos imaginar.
Los
recuerdos son capaces, por sí solos, de
crearnos un estado de felicidad o tristeza, según aquello que nos acuda en un
relámpago de tiempo, volveremos a sentir la sensación de rabia o alegría, a
veces, con la misma intensidad del instante en que ocurrió la realidad.
Llegando incluso a sentirlo con tal ardor que nos estremecemos y nos da miedo
de su poder. Caricias, palabras, llantos, penas, felicidad, amargura, risas,
pasión, han vuelto a mi evocación con tal viveza que en esa fracción de segundo
no distinguía lo que era la realidad.
Estas
reminiscencias son necesarias, positivas o negativas. Nos aclaran quienes hemos
sido y nos proyectan al futuro, a algunos nos marcan definitivamente y, pueden
ser, en casos, el único motor que nos lanza hacia el mañana.
Mi
vida transcurre en la añoranza, las necesito y me sumerjo en ellas para
encontrar nuevas ilusiones que me ayuden a superar mis estados de melancolía.
Los momentos de felicidad que me han rodeado: sonrisas, caricias, besos,
conversaciones, viajes, lugares, sensaciones, susurros, palabras, miradas,
deseos, pasiones; cuando emergen con claridad mi cuerpo se llena de gozo, mi
piel vuelve a sentir las mismas caricias, mis oídos escuchan su voz, sus aromas
me saturan de matices… claro tampoco puedo evitar que me acudan derrotas y
tristezas; entonces mi ser se plomiza y las lágrimas acuden a bañar mi rostro.
Aunque todo sirve para traerme la realidad viva de ella: Rosario.
Fotos de internet. Se retirarán a petición
Tot allò viscut es va emmagatzemant, tot tan ordenat que de vegades no recordem detalls fins al moment en què una paraula, un gest, una aroma ens retorna el record com si fos tan real com al mateix moment que va succeir.
ResponderEliminarA mi m'agrada anar obrint les capsetes i, encara que sembli perillós, aquests records m'empenyen cap endavant
M'agrada com ho expliques, com ho sents.
Aferradetes :)
No debemos tener miedo a abrir nuestras cajetas mágicas. Pues cuando has estimado, aún, en aquellos momentos tristes que te acudan hay signos de amor.
EliminarGracias por tus comentarios y tu bondad y, desde mi blog te vuelvo a desear felicidades.
Un abrazo.
Alfonso, yo a todo esto le llamo "subir al desván" y creo que tal como dices no hay que tener ningún miedo. Yo cuando subo lo primero que hago es sentarme en una vieja mecedora que usaba mi abuela, y desde allí lo veo todo; las libretas de cuando era pequeño y los amigos de muchas épocas. Los padres, y sobretodo a mi madre en el mismo sitio de la casa donde me contaba cosas de la escuela donde iba ella y las poesías de Lorca o Miquel Hernández, y Machado y los catalanes más representativos. Todo ello en voz muy baja para que nadie se enterara. Ostras Alfonso me doy cuenta que parece que esté en el desván.
ResponderEliminarUna abraçada.
¡Ay la mecedora de la abuela! Tendríamos que hacerle un monumento, pacientemente nos contaban historias y nos traían los recuerdos de la familia, lástima de esa memoria oral que, nosotros, disfrutamos en la infancia y que ahora se ha perdido, ya no quedan mecedoras. ahora sofás, sillones y el mando de la tele. Hecho mucho de menos esas tardes grises, por la nieve o la lluvia, escuchando a los mayores con sus historias pasadas o mirando fotografías añejas.
EliminarJosep, a pesar de las penurias y dificultades de la época, tuvimos una infancia rica en sensaciones.
¿Te encuentras mejor? A cuidarse y ahí te mando un abrazo desde el desván.
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