jueves, 8 de diciembre de 2011

D. Miguel, el maestro

Don Miguel, maestro de la República en Topares

A Pepita y Juan Miguel, sus hijos,
con todo el cariño.


Don Miguel González Rosado (1907-1976) fue el maestro de mi padre y de otros muchos vecinos de su generación, pero, dentro del pueblo, por encima de todo, era Don Miguel el maestro. Tal era su carisma e importancia que era respetado no sólo por sus antiguos alumnos sino también por toda la gente del pueblo. Tenía toda la consideración, no en balde sus alumnos, como se decía antes, eran los que más sabían de letra, dándose una gran diferencia con las generaciones anteriores y posteriores, por lo que disfrutaba de todo el respeto y admiración de los vecinos del pueblo.
Don Miguel (1907-1976) nace en Málaga y recién acabada la carrera funda  la escuela San Miguel situada en el barrio Huelin. A principios de los años treinta entra en la escuela pública y es destinado a Topares, dejando la escuela San Miguel a su hermano D. José. Cuando termina la guerra civil es represaliado y no puede ejercer hasta finales de los años cincuenta. Después de pasar por varios pueblos ya se establece en Málaga, donde imparte su magisterio, hasta su jubilación, en la Escuela Laboral y Textil, escuela de patronato fundada por alguna empresa textil de Barcelona.
La escuela
Don Miguel llegó a Topares el año 1932, según podemos deducir de la carta que envía a otros alumnos de Málaga. Seguidor de la Institución Libre de Enseñanza de Giner de los Ríos, practicaba una enseñanza de corte liberal, demócrata, con el objetivo claro de aprovechar las cualidades de cada alumno, partiendo siempre del entorno, donde el contacto con la naturaleza era fundamental, una escuela experimental y muy enraizada en los intereses del niño. Esta escuela tuvo su desarrollo fundamental durante la Segunda República y muchos trabajadores de la enseñanza piensan, salvando las distancias, que todavía no se ha superado una escuela tan comprometida como la que se dio en muchos lugares aquellos años.

Mi padre recordaba una escuela muy activa, muy exigente en el trabajo, pero a la vez muy implicado. D. Miguel no pedía nada que él no hiciera antes. Exigía el máximo respeto tanto para él como para sus alumnos. Hacía muchas salidas al campo: en las eras pintaba un gran mapa de España y tenían que saltar y desplazarse de unas ciudades a otras. Muy participativo en el juego, contaba que jugando a las “ídenes” alguien al que había castigado en la clase se aprovechó de que el maestro estaba de “burro” y le dio una buena “espoleta”. Don Miguel ni rechistó, pero cuando se tuvo que poner el alumno, se la devolvió y lo tiró de boca. Jugaba como uno más y se comportaba como uno de ellos en el juego. Todos sus alumnos siempre le han recordado con entusiasmo y veneración, rememorando una escuela activa y alegre.

La carta de 1933

Un ejemplo de su forma de trabajo es esta carta que ha llegado a mis manos por un obsequio de su hijo Juan Miguel, conocedor y conocido en el pueblo por las estancias que después pasaban padre e hijo en mi casa. Se trata de una misiva que los alumnos de Topares envían a los alumnos del colegio “San Miguel” de Málaga para iniciar una correspondencia en la que les cuentan cómo es el pueblo de aquellos años. Los que pasamos de la cincuentena nos situamos perfectamente en los lugares y en las formas que nos describen estos niños y parece que volvemos al Topares de nuestra más tierna infancia. En la portada podemos leer:

“Correspondencia infantil.
Envío de los alumnos de la Escuela Nacional de niños de Topares (Almería) a sus compañeros de la Escuela de San Miguel.
MÁLAGA”

La portada resulta una obra perfecta, por eso supongo que está hecha por el mismo D. Miguel, pues era de ese estilo preciosista. Observamos un sello que dice: “Escuela Nacional de Niños. Topares-Vélez Blanco. Almería”, un escudo ininteligible y, resaltada con bolígrafo, “octubre 1933”.

Si los dibujos se los podemos atribuir a Patrón, la caligrafía se la atribuyo a José Mª de la Eufemia, pues después se dedicó a ser lo que llamábamos “Maestro Ciruela” y siempre conservó la elegancia de la escritura. En mis tiempos de escuela nos daba clases particulares, tenía fama de duro y de que enseñaba bastante. Mucha gente de los cortijos aprendió a leer gracias a la labor que desarrolló él y otras personas como él que iban por los campos enseñando a leer, escribir y las cuatro reglas.

Dentro aparecen diferentes dibujos de Topares realizados por los alumnos, muy bien hechos y seguro que los que tenemos cierta edad reconoceremos la puerta de la Iglesia, las cuevas, la casa de Fernando de la Posada, los pinos, un segador en plena faena, la calle San Vicente, en la que se puede apreciar que ya había luz en el pueblo, aparece una bombilla en la esquina de lo que es la casa que conocemos como la de Luis el Albañil. Topares visto desde el camino de Macián, en la que vemos un almendro grande que había en un bancal de mi abuelo Vidal Motos, y una fotografía de los alumnos, lástima que el tiempo y la técnica de entonces no nos permitan reconocerlos. La foto está tomada en el patio de la casa de Antonio el Llana, pues la escuela en esos momentos estaba ahí y en el patio existía un árbol.
El pueblo
Ya dentro de la misma nos cuentan que Topares tiene en aquellos días 450 habitantes. Explican a los niños de Málaga qué es un almiar: “También se ve un almiar, que es un montón de paja forrado con cañas de centeno para que no se moje la paja y dure mucho tiempo”.

Nos siguen informando: “Lo primero que hay a la entrada al pueblo es la Iglesia, que tiene una torre con dos campanas. Ahora está cerrada la Iglesia porque el cura se ha ido”. Parece que el problema de Topares y los curas ha existido siempre.

También nos hablan del molino, que durante muchos años fue un centro importante en el pueblo: “En frente de la Iglesia, un poco más abajo, está el molino que muele el trigo y da la luz eléctrica. El molino tiene dos piedras que las mueve un motor de aceite pesado, que también le hace andar a la dinamo para la luz”.

Después hablan de las calles: “El pueblo tiene una calle que se llama la calle Mayor y en la punta hay una plaza pequeña. Después hay otras calles, como la Carrera de Baza, que es donde vive Don Miguel, y la calle de la escuela que se llama calle San Vicente”. Nos aclaran que los dibujos eran de un trabajo que ya habían hecho de un día nevado: “La ha dibujado un compañero que se llama Patrocinio Navarro (Patrón) y la dibujó un día que había nieve”. “En el pueblo hay también un pilar donde beben las bestias y de donde se saca el agua para fregar, este agua es mala para beber pues tiene mucho yeso. Para beber hay que traerla de una fuente que se llama Macián, que está de aquí tres kilómetros”.

También nos hablan de las sierras: “El mayor es el del cerro Gordo, que tiene cerca de 2.000 metros sobre el nivel del mar. Vosotros quizás no seríais capaz de subir a todo lo alto, pero nosotros hemos subido muchas veces ya y también nos hemos caído algunas veces”.

Les cuentan que se da el trigo, cebada, avena y centeno, les dicen que es tierra de secano y una curiosidad: “Este año hemos visto segar con máquina, que no lo habíamos visto nunca; pero el dueño de un cortijo trajo una este verano  y la vimos. En una hora segaba la máquina más que dos segadores en un día”. Lástima que no nos dejen una imagen de la máquina, sólo dibujan a un segador en plena faena.

Árboles dicen que hay pocos: “Alrededor del pueblo hay unos cuantos almendros grandes y nada más. Uno de estos almendros lo retrató D. Miguel un día y nosotros hemos sacado un dibujo del retrato”.

Observamos que hacen una descripción exhaustiva de todo lo que rodea al pueblo, cuentan de las matas: “Ahora es el tiempo de cortarlas y la gente va al campo a por ellas. La pagan la arroba de tallos a 0'30 pesetas. Con lo que podría ganar un jornal con una buena bestia de cuatro o cinco pesetas”. En dinero actual estaríamos diciendo que podía ganar 0'30€ al día. También hablan de que en la sierra se corta leña y se hace carbón.





Volver a Topares
Después de su paso por Topares se dieron unas circunstancias que hicieron que volviera a tener relación con el pueblo.

D. Miguel fue un maestro de la República y, como muchos de ellos, fue represaliado por la dictadura, así es “exiliado” a Alicante, no pudiendo ejercer en Málaga. En Alicante se encuentra con don Luis, el maestro, casado con Dª María,  padre de D. Luis, “Luisito” y D. Jesús. Ellos ya se conocían de cuando D. Miguel estuvo en Topares. Es muy probable que D. Luis le hablase a mi padre de su encuentro con D. Miguel, a quien mi padre recordaba con cariño a pesar de que, de pequeño, era un niño muy travieso. A veces se da una corriente de simpatía entre el travieso y el maestro. Claro que travieso no significa maleducado, grosero o irrespetuoso, sino más bien quien no mira muy bien las consecuencias y realiza acciones fuera de la norma que, a veces, pueden parecer graciosas. En ocasiones, con tantas llamadas de atención, se puede crear una relación cordial con los padres del infante. Esto fue lo que ocurrió en este caso: mi padre y D. Miguel, y sus respectivas familias, mantuvieron (y mantenemos) un relación afectuosa.

Sea como fuere, la cuestión es que se reinicia una relación y, conociendo las formas de mi padre, José Mª Robles, no es de extrañar que en algún momento lo invitara a venir a la caza del reclamo o a pasar algunos días en el verano. Mi padre no me supo explicar nunca las circunstancias concretas de ese nuevo encuentro. El resultado es que Don Miguel pasa pequeñas temporadas en mi casa durante el verano y así, con su amabilidad y simpatía, se gana la admiración y el respeto de todos los vecinos.

Cuando se acercaba el momento de su venida, crecía una gran expectación e ilusión. Mi casa se transformaba y giraba todo el día en torno a ellos, para que disfrutaran lo más posible de sus cortas vacaciones en el pueblo. Por las mañanas había que realizar tareas de la escuela, era inflexible. Después, con Juan Miguel, íbamos a jugar a los pinos del Cortijico o de la Carretera. Por la tarde llegaba el momento más esperado, la salida al campo, le encantaba y la excusa era salir a cazar, aunque la mayoría de los días la escopeta regresaba más limpia que una patena. Al regresar, seguro que habíamos aprendido nombres de animales, de plantas, de piedras y minerales, curiosidades, anécdotas, cualquier circunstancia era suficiente para una explicación oportuna, como si de una enciclopedia total se tratara. En la inocencia de la infancia a mí me parecía que en él radicaba toda la sabiduría. Todavía hoy, después de muchos años ejerciendo de maestro, pienso lo bonito que sería parecerme un poquito a él como educador y enseñante.

Desgraciadamente de sus alumnos quedan muy pocos entre nosotros, uno de ellos es Eutimio López López, Conocido en el pueblo por Eutimio de Virgilio de la Posada, que nos revelaba que cuando llegó al pueblo. D. Miguel estuvo hospedado en su posada. El motivo de la visita era mostrarle las fotografías y que nos contara de aquellos años, me acompañaba Encarni Navarro a la que agradezco su trabajo con las fotos, y Rosario García, mi mujer.
Eutimio fue alumno de Don Miguel, cuando nos encontramos al decirle que quería hablar de Don Miguel inmediatamente respondió, “Don Miguel González Rosado”. Nació en el año 1922, ya muy mayor la memoria y la vista  no le obedecen todo lo que nos gustaría, pero a lo largo de las dos horas que estuvimos con él, nos fue contando pequeños detalles de la escuela y nos transmitió su admiración por el maestro.  A la vez que hablamos comento con Encarni alguna circunstancia de las fotos, en un momento le digo que el nombre del maestro es Miguel y Eutimio saltó como un resorte y me corrigió: “Don Miguel”.


Le recordé ante la foto de la mesa y la estantería que le gustaban mucho las piedras y los minerales y él riéndose me dice “los caracoles, los caracoles de piedra “, se ve que así llamaban ellos a los fósiles. Nos contó que salían todos los jueves por la tarde al campo, a jugar o a hacer actividades, muchas veces eran a las eras, las eras de Diego y de Elías, al lado de la gasolinera y en el cerro de la Cruz, en la de José Manuel.
Mientras hablábamos y veíamos fotografías de pronto dice Eutimio “El mejor maestro que ha habido en Topares”, su forma de hablar fue el de dictar una sentencia, no dejó ninguna duda al comentario ni a otra opinión. Nos aclaró que en aquellos años todos los niños eran de Topares, que no había niños de los cortijos, ni de Macian ni las Cobatillas.
Finalmente en un momento de la agradable mañana nos recito un trozo de poesía que D. Miguel les había enseñado y que aún se acordaba:
El que viva en el año 2000
Verá con asombro,
el tiempo cambiado.
Ya no hará falta ningún albañil
Pues las casas no tendrán tejado.
Las niñeras serán suprimidas
Porque los niños nacerán criados.
Han pasado más de 75 años y pudimos observar  la alegría en su rostro al recordar a su maestro, lo orgulloso que estaba de haber participado de su escuela y de todo lo que le había enseñado, me quedo con su expresión espontanea y su cara cuando dijo: ¡Es el mejor maestro que ha pasado por Topares!”
Sirva estas líneas como recuerdo al inolvidable D. Miguel y como homenaje a tantos maestros que en tiempos difíciles nos abrieron caminos en los pueblos recónditos para explorar la senda del estudio y del saber.


 
          

1 comentario:

  1. Los maestros de la República, mal pagados y peor considerados por las fuerzas vivas (“pasa más hambre que un maestro de escuela”), con sus improvisados sistemas pedagógicos basados un poco en la filosofía de la Institución Libre de Enseñanza y mucho más en la propia intuición e improvisación de los docentes, fueron una bocanada de aire puro y libre en la sociedad rural española. Un rayo de esperanza que se abortó por la Guerra Civil, que llevó a muchos de ellos al exilio o a la muerte. Películas como La lengua de las mariposas (José Luis Cuerda, 1999) o libros como Els mestres de la República, de Raimon Portell y Salomó Marquès (Ara Llibres, 2006) les hacen algo de justicia. En mi pueblo, Balsareny (Barcelona), que tú tan bien conoces, tuvimos también nuestro gran maestro republicano, Eloi Regné; y también sus discípulos, que no olvidaron sus enseñanzas (curriculares, diríamos hoy, pero sobre todo cívicas), le rindieron un homenaje cuando pudo regresar del exilio extranjero. Un ex alumno escribió una emocionada memoria de su paso por la escuela, que se publicó en la revista local Sarment entre diciembre de 1993 y marzo de 1994, y que incluía también cuadernos escolares con apuntes de sus lecciones.

    Tú, Alfonso, también aportaste tu grano de arena a la configuración democrática y libre de una nueva escuela pública en Balsareny, así como en otros ámbitos culturales de nuestra sociedad civil con ansias de progresar en la libertad, en aquellos años de la Transición en que todo estaba por hacer y todo parecía posible. Dejaste un gran recuerdo y muchos amigos en mi pueblo, entre los que me honra poderme incluir; y aquella escuela que contribuiste a diseñar e impulsar sigue ahí, firme, luchando para preservar su integridad y sus valores frente a las andanadas de involución que periódicamente sufre nuestro sistema educativo. Te recordamos y te queremos. ¡Un abrazo! – Ramon (Balsareny)

    (1) Véase una extensión de su contenido en:
    http://cch.cat/pdf/marques_4.pdf

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